~Capítulo 1~

23 4 0
                                    

Rui miró su viejo reloj lleno de polvo. En un par de días les cortarían el suministro de luz, ese mismo lunes. Suspiró, levantando una pequeña nube de polvo al moverse en la cama. Por fin era sábado, aunque no lo había estado esperando. Se levantó del colchón que tenía por cama en el suelo, y vio el pecho de su hermano pequeño subiendo y bajando bajo la única manta que tenían.

Había tenido que esperar hasta él se durmiera para poder cubrirle con la tela, llena de agujeros por las ratas y las polillas. Todas las mañanas, antes de que Gael se despertara, le daba por pensar; le gustaría darle a su hermano pequeño algo más que un colchón y una manta raída en una casa abandonada llena de polvo.

Pero sus padres habían muerto unos tres meses atrás, dejándolos sin apenas dinero para vivir más de un mes sin ellos, se llevaron todos los ahorros a un gran crucero al que habían sido invitados. Pero ese tema no era algo que quisiera pensar, la muerte de sus padres era algo que habían acordado no volver a mencionar.

- Oye, Gael, es hora de levantarse - le dijo, levantándose con esfuerzo.

Le dolían todos los huesos, aunque no le importaba nada. Su hermano estaba a punto de acabar la enseñanza obligatoria, y no quería que acabase como él, sin carrera, estudios ni trabajo por su constante pereza. Al principio no recibió respuesta, pero cuando estaba acercándose a su hermano pequeño se dio cuenta de que se hacía el dormido. Le dio un par de toques en la espalda.

- Déjame dormir cinco minutos más - respondió éste, girándose para darle la espalda a Rui.

- No seas tan vago y ayúdame - le gritó desde la otra punta de la habitación mientras trataba de romper alguna parte más del último mueble que quedaba allí, un armario lleno de termitas, para intentar hacer fuego y calentarse. No entraba ninguna luz en la casa, habían tapiado todas las ventanas para que no pasara el frío por ellas.

- Ya voy, no me estreses tanto - se estiró todo lo que pudo, cuan alto era, y se rascó la cabeza.

Tenía el pelo lleno de polvo y grasa, igual que su hermano mayor. No iban a gastar agua en ducharse. Hacía poco que habían abandonado aquella casa, que aún estaría en venta hasta el lunes a primera hora de la mañana, cuando se la quedaría el banco y les cortarían el suministro de luz. Ninguno lo reconoció, pero tenían miedo de lo que pudiese pasar cuando ese día llegase.

Tampoco sabían si iban a llegar, comían de unas latas que encontraban en la despensa escondidas, que seguramente estarían en mal estado y acabarían por enfermar y morir. Eso pensaba Gael mientras gastaba una cerilla medio mojada para encender el fuego, y apenas notó que una lágrima resbalaba hasta la comisura de sus labios.

- ¿Qué te pasa? - Le preguntó Rui, preocupado por él.

- Echo de menos mi pelo negro - se limitó a decir, confesando una verdad a medias.

No le importaba lo que los demás dijeran de él, pero le gustaba cuidar un mínimo su aspecto; pero su largo y bien cuidado pelo negro ya no era el de antes, ahora parecía gris, y sus ojos verdes se habían apagado, como lo hacían los de su madre en sus pesadillas. Pero los de su hermano no habían palidecido, sino todo lo contrario.

Habían oscurecido un poco, dejando de ser celestes para acabar por parecer el mar en calma. A veces, Gael imaginaba que los ojos de Rui también se habían ensuciado y que venía un ángel a limpiarselos y devolverles su hogar, como si fuese un destino que no estaba previsto para ellos.

- No seas tan superficial. No podrías ligar ni aunque una chica quisiera tener alguna relación contigo.

No se lo decía con maldad, se lo decía sinceramente. Él solía ser un chico inteligente, alto y con el pelo desordenado, que daba la impresión de ser alguien seguro de sí mismo; el pequeño, sin embargo, era muy tímido, le costaba siempre decirle nada a nadie y todos se fijaban en él.

Pasaron un rato sentados alrededor del fuego que habían hecho, tratando de no saborear una lata de sardinas, que además era la última que había quedado. Aquel estaba destinado realmente a ser un mal día.

- ¿Qué vamos a hacer? - consiguió preguntar Gael por fin, encontrando valor en alguna parte de su ser.

- No lo sé. Deberíamos buscar algo más que pudiésemos usar para mantenernos así, como estamos ahora - respondió Rui.

No sabía qué podían hacer, era solo un plan para matar el tiempo por la mañana.

Pasaron toda la mañana y la tarde buscando, y solo encontraron un frasco de pastillas vacío, un vaso enorme y roto, y algunas cosas inútiles. Gael no podía ocultar su creciente desánimo. Cuando volvieron a su habitación se tumbó en su colchón polvoriento y no habló.

Pero, pasadas las horas, empezaron à notar un olor extraño y ruidos en la calle, aunque al pequeño no le preocupó demasiado: seguro que eran algunos pandilleros haciendo botellón delante de la casa. Pero Rui se levantó la segunda vez que oyó voces reír, trató de aliviar la enorme picazón de su cabeza y se asomó a unas de las rendijas de los maderos de la ventana, medio dormido. Trató de ver algo a través del pequeño hueco, pero sólo le llegaban fragmentos de una conversación empezada.

-... Y así echaremos a las ratas y a la escoria de casas que nunca debieron pertenecerles porque, si no hay casa, no hay ratas.

El olor extraño se intensificó, y vio humo elevarse delante de su ventana. En ese momento se dio cuenta de que estaban quemando la casa en la que ellos se encontraban, y trató de despertar a su hermano à gritos.

- ¡GAEL! ¡GAEL VAMOS DESPIERTA! - le gritaba, pero su hermano le contestó con la misma frase de siempre, que estaba cansado y que le dejara en paz.

Luego llegó el humo subiendo por las escaleras, y Rui no pudo aguantar más. Cargó a su hermano, pasando un brazo de este por encima de su propio cuerpo, y lo llevo con dificultad hasta las escaleras.

Miró los escalones con aprensión, pero sacudió la cabeza y se quitó el miedo de encima. Tenía que salvar a su hermano, y eso era lo más importante. Trató de bajar las escaleras deprisa, pero a mitad de camino su pie no encontró el escalón y resbalaron escaleras abajo.

Él salió despedido de la casa ya que las escaleras daban a la puerta, pero su hermano se quedó dentro por algún motivo. Se levantó de la carretera y volvió a entrar para buscar a su hermano pequeño, pero nada más poner un pie sobre la acera, algo le golpeó la parte de atrás de la cabeza. Escuchó una risa distante con eco antes de que su cabeza golpeara el suelo, y su último pensamiento antes de perder la consciencia fue para su hermano, al que no quería perder.

Luego todo se volvió oscuro, pero pudo notar el mareo producto de la pérdida de sangre.

-Desde Las Cenizas-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora