-Capítulo 4-

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Al cabo de unos días Caín se rindió de evitar a Rui, pero él no se decidía a hablar con ella. Ya le había evitado, y no tenía claro qué decirle ni cómo hacerlo. Tenía miedo de que no aceptara que se disculpara, pero cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que era una excusa tonta a un problema que no le venía tan grande.

Mientras tanto, en ese tiempo su hermano ya se había acostumbrado a vivir allí, y le contaba cada día que encontraba una habitación o un baño nuevo. Le veía consultarle a la chica si ella había encontrado la estancia antes que él, y no se decepcionaba cuando le respondía que iba a menudo, o que allí guardaba algún objeto.

En aquel momento estaban desayunando los tres, y tenía la vista clavada en el suelo mientras pensaba cómo disculparse. Sentía la mirada inquisitiva de Gael en su frente y la de Caín en su sien, pero no llegaba a verla lo suficiente como para saber qué tipo de mirada. Empezó a sentirse algo incómodo, pero decidió que aquel día tenían que hacer las paces.

- Oye, Caín - decía su hermano en ese momento, para aliviar la tensión - ¿Sabías que hay una habitación de matrimonio en el mismo pasillo que te enseñé ayer?

- Sí, ese estaba destinado a ser el cuarto de mi madre cuando se casara, de haber sido como deseaban los abuelos - respondió tranquilamente, pero sin levantar la vista del plato.

La tensión de aquel momento se podría cortar con un cuchillo sin mucha dificultad, se dio cuenta Caín. Y llamó a uno de los mayordomos que rondaban la puerta para que recogiera los platos, y antes de marcharse dijo que había un mensaje para ella en el teléfono. Se despidió de ellos rápidamente prometiendo volver antes de que se dieran cuenta. 

- ¿Qué será tan urgente? - preguntó el pequeño, inclinándose sobre la mesa para cotillear.

- No seas cotilla, Gael - le riñó su hermano, pero a los pocos minutos no se resistió y se asomó también.

- ¡Ya viene! - se acomodaron en las sillas e hicieron como si fueran a levantarse.

- Buenas noticias - sonrió ella, claramente feliz -. Alguien va a adoptar a uno de los perros y podré acoger a otro.

- ¡Genial!

- ¿A cuál de ellos? - se atreve a preguntar Rui, aunque se calma al recibir otra sonrisa de ella.

Silbó para llamar a toda la jauría, y de entre ellos cogió a uno en brazos para enseñárselo a los otros dos, que los miraban expectantes. Era un perrito pequeño de color gris y blanco, con unos ojitos negros que daban pena mirarlos. Se retorció un poco para escapar cuando los otros perros se fueron, pero ella la sujetó con firmeza.

- ¿Vas a darle un baño antes de llevártelo? - preguntó Gael acariciando el suave pelaje del animal.

- Sí, claro - asintió ella con la cabeza -. No puedo dárselo a su dueño en este estado de perrito medio abandonado. Los dejo correr por el patio, y aprovechan para revolcarse en el barro y el polvo.

Como si se sintiera culpable, el perro gime y apoya la cabeza en su brazo con aire dócil.

- ¿Sabes? Rui últimamente está ligeramente alicaído, ¿por qué no te lo llevas contigo? - le dijo Gael en voz baja - Siempre que está contigo le mejora el humor.

Ella suspiró, pero no se negó. Se quedó mirando a los dos chicos, alternamente, sabiendo que el uno ayudaba al otro casi sin darse cuenta de los motivos reales.

- ¿Vienes? - le preguntó al hermano mayor, el cual dio un bote y se levantó a toda prisa.

No pudo evitar volver a sonreír. ¿Siempre reaccionaba así cuando le llamaba? Sabía que se había pasado por enfadarse tanto con él y haberle evitado, pero realmente la había molestado. Algo muy poco usual en ella, al igual que pedir ayuda y acceder tan fácilmente a una petición así. Pero ella nunca había sido del todo de seguir las normas, al fin y al cabo.

-Desde Las Cenizas-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora