-Capítulo 3-

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Al cabo de unas horas Rui ya estaba completamente limpio y con el pelo recién cortado. Se sentía extraño volviendo a ser el que era, apenas se había atrevido a mirarse en el espejo de cuerpo entero que Caín le había solicitado. Solo llevaba puestos los pantalones, y al ver su reflejo pudo contar casi con exactitud todas las costillas.

Se dio un extraño asco a sí mismo, aunque sabía que su aspecto no era su culpa. Se puso la camisa todo lo rápido que pudo y evitó volver a mirarse en el estúpido espejo. Intentó fingir que solo era producto de su imaginación y llamó al hombre que le había ayudado. Sentía un ligero dolor en la nuca que se acentuaba al caminar, por eso pedía ayuda.

Cuando volvió a la habitación donde se había despertado, Caín estaba cerrando las contraventanas y su hermano seguía sentado en el mismo sitio. El cuarto se quedó casi a oscuras, lo que ayudó a sus ojos a apreciar todos los detalles que quiso.

- Mira quien ha vuelto - dijo ella antes de darse la vuelta.

- Señorita - dijo entonces el hombre con voz inexpresiva -, solo tiene quemaduras en el costado del torso ya tratado, y debería tratarle la base del cráneo; la herida aún no ha cicatrizado del todo.

- Gracias, Manzur. Lo tendré en cuenta - respondió ella e hizo una ligera reverencia.

El otro respondió con una reverencia idéntica y se marchó de la habitación guardando una de las manos en el bolsillo interior del chaleco.

- No sabía que los mayordomos aún usaban traje y corbata - dijo Gael unos momentos después de escucharse el suave clic de la puerta.

- Y no debería hacerlo - suspiró Caín -. Bueno, no vamos a hablar de eso. Me prometisteis una historia.

- Si, pero mi hermano debería descansar, ¿no?

- Exactamente - respondió la chica ayudando a Rui a tumbarse en la cama.

Le colocó de lado y le apartó el pelo para examinar la brecha que aún tenía en la cabeza.

- Bueno, no sé por dónde podría empezar - el joven chico miró al techo buscando inspiración.

- ¿Por qué estabais en una casa abandonada? - le facilitó ella.

- En realidad tampoco llevábamos poco tiempo allí. Nuestros padres se habían ido tres meses antes a un crucero donde iban a comprar algo - empezó a explicar, ya cada palabra cogía más confianza -. Les dijeron que tenía que ser en efectivo, así que se llevaron la mayor parte del dinero. Y ya no volvieron. El dinero nos duró una semana como mucho, y después acabamos en esa casa, alimentándonos de sobras abandonadas.

- El crucero se hundió, ¿cierto? - preguntó ella, aplicando algún tipo extraño de gel que aliviaba visiblemente a su hermano.

- Sí... ¿Cómo lo sabes?

- Además de que se puede deducir de forma lógica, mi madre también murió al hundirse el crucero. Trabajaba como médico de urgencia en la empresa que propuso el crucero. Por eso acabé aquí.

Se limpió las manos en unos trapos demasiado blancos y se sentó al borde de la cama con las piernas cruzadas.

- ¿Y tu padre? - se atrevió a preguntar Rui, recordando las tardes de fútbol con su padre.

- Es parte de la larga historia. Mi madre se quedó embarazada de mi antes de casarse y de terminar su carrera, por lo que se puede decir que destrocé su vida. Se negó a abortar, por lo que se ganó la enemistad con mis abuelos tanto paternos como maternos. Renunció a todo lo que tenía y se fue a vivir con mi padre a parte, hasta que él desapareció el día de mi nacimiento. Entonces fuimos nosotras dos contra el mundo. Pero, un par de días antes de que se marchase, mi abuela le prometió que si pasaba algo, se ocuparía de mí como no lo había hecho de ella. Y aquí estoy.

-Desde Las Cenizas-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora