Pasos en la nieve

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Adam seguía corriendo por la calle, sin un rumbo, solo quería irse lejos para pensar.

Adam vivía en las afueras de seattle, con lo cual era un pueblo bastante tranquilo. 

Todo estaba lleno de nieve y solo estaban a octubre. Llegó al final de la calle y encontró un banco de piedra con demasiada nieve, quitó alguna con la mano y se sentó.

"odio esto" pensó. "¿por qué me abandonaste mamá?"

Adam tenía 17 años, ya iban por la tercera fase y vivía con sus padres.

Su padre, Benjamin, un hombre duro y serio, desaprobaba las cosas que se salieran de su rutina, cosas fuera de lo normal según su criterio: desaprobaba la homosexualidad, la bisexualidad, las parejas jóvenes (siempre exhibiendo su amor en la calle, de verdad, ¿dónde coño está su carabina? las películas fantásticas... en resumen, era muy retrogrado.

Su madre, Sara, por el contrario, era una mujer muy abierta de horizontes, siempre dispuesta a escuchar a los demás y de ver el lado positivo de las cosas. Siempre era amable y cariñosa con todos, siempre anteponía a todos antes que a ella, aunque como cualquier persona, también se enfadaba, pero la mayor parte del tiempo era muy dulce.

Adam recordaba a la perfección a cada uno. Su padre siempre le exigía demasiado, siempre inculcándole reglamentos estúpidos. Nunca sintió demasiado apego por él, aunque en el fondo lo quería.

Con su madre sí que tenía un vínculo muy especial. Un día, Adam ya tenía 10, llegó una gran tormenta de nieve que duró meses, pero allí ya era costumbre después de la segunda fase, así que todas las casas contaban con reservas enlatadas en los sótanos para casos extremos como estos.

La reserva era muy extensa, pero al igual que una vida larga, siempre llega a su fin. La comida se estaba agotando,  Adam se daba cuenta, a pesar de los intentos de Sara para disimularlo, y se preocupó.

- Mamá

- Dime 

- ¿vamos a morirnos?

Hubo un silencio prolongado, seguido del motor de un coche en la distancia, y después nada.

- Ven aquí- dijo Sara, atrayendo al niño hacia su regazo- Verás, todos moriremos algún día, tarde o temprano, pero no tiene que ser hoy. En tu caso todavía te quedan muchos años de vida y en mi caso y el de papá también nos quedan muchos, aunque no tantos como a ti, o eso espero. Lo que quiero decir es que, nunca se sabe cuando llegará la muerte, pero lo que si tengo claro es que te voy a proteger con mi vida si hace falta, y que no te pasará nada. Estas a salvo.

Pero mentía, ni ella ni su padre había vivido muchos años más y ni él estaba a salvo en sus brazos, aquellos finos brazos que tanto le gustaba abrazar.

Sus padres habían muerto y para colmo, no tenía ni idea de por qué. Solo sabía que un día después de clases, al llegar a casa, un policía lo esperaba en la puerta, y dijo aquellas terribles palabras, esas palabras que hicieron que su mundo se derrumbara completamente. Le preguntó qué les había pasado pero el policía solo dijo que fue un accidente de coche. Él solo tenía 17 años y estaba huérfano.

Más tarde, en el funeral, sus ataúdes estaban cerrados, Adam corrió hacía ellos, quería verlos una última vez, pero cuando los abrió, estaban vacíos.

Nadie le explico nada, solo le dijeron que no se habían encontrado los cuerpos, pero Adam ya no creía la versión de nadie. Ya no sabía si estaban muertos o vivos, y si estaban muertos qué les había pasado. Esa era la verdad, no sabía nada.


Adam se miraba los pies, pensando en eso, pensando en el por qué todo el mundo lo trataba con un idiota al que se le podía engañar.

Empezó a levantar un poco la vista y vio un pequeño arbusto en mitad de la nieve. Estaba recubierto de escarcha. Era precioso.

Sintió pasos en la nieve, se acercaban pero no levantó la vista para ver quien era. Estaba mirándose las botas negras, cuando otro par de botas se situaron justo en frente, con las puntas de estas casi rozándose. 

Levantó la mirada y vio a una chica joven, tan blanca como la nieve y con el pelo tan dorado como el sol.





El comienzo de EscarchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora