Capítulo 1

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Diciembre, 1980
Dejé de lado mis libros, estaba fastidiada de estudiar, mi madre preparaba la cena, se veía tan sonriente y encantada por lo que hacía, mientras yo me la pasaba quejándome de todo.

Había pasado mi vida entera, o al menos desde que recuerdo, viviendo en esa casa.
Me pasaba las tardes enteras viendo por la ventana, era mi salida, la mejor salida de mis problemas, me quedaba quieta, como perdida, viendo al cielo fijamente, la mejor forma de perder el tiempo.

Pasaba horas sentada frente al pequeño sillón que se encontraba bajo ella, oyendo música, viendo como atardecía, incluso me había enamorado de como la brisa movía las hojas de los árboles, y reflejaban la cálida luz del sol, amaba cómo el atardecer pintaba de naranja el jardín, y de como el viento hacía bailar los pétalos que caían del cerezo que mi padre había plantado frente a la vieja fuente.
Desde que mi padre nos dejó, he vivido desolada, siempre haciéndome la misma pregunta: ¿Se puede evitar la muerte? Es inevitable lo que el destino ya tiene escrito, me ponía a llorar cuando me cuestionaba así, nunca se sabe lo que puede pasar, de un día a otro tu vida puede cambiar por completo, y el día que perdí a mi padre, mi vida dejó de ser la misma.

Mi madre, mi hermano y yo salimos adelante, mi tía Eliza y mis primos, se mudaron a vivir con nosotros, ya que ellos también vivieron en una situación muy difícil, al grado de perder su casa, mis primos me hacía compañía y viví una gran infancia a su lado.
Con el tiempo, el dolor fue haciéndose menos, dejaron de ser frecuentes las noches de llanto, y al recordar a mi padre lo hacía de una forma alegre, aunque por dentro sentía morirme de dolor.

Cuando cumplí 14 años, mi primo, el mayor, Fernando, tras un accidente quedó en coma por meses, después de tanto tiempo de espera y dolor, despertó, más no para una buena vida, había perdida su pierna izquierda
Al igual que mi vida, la de él dejó de ser la misma.

En lo que me hacía un sin fin de preguntas y me llenaba de recuerdos amargos, mi madre me llamó a cenar
- ¡Alejandra! Ven acá, la cena esta lista...

¡Vamos! , dije en mi mente, aléjate un rato de la ventana, ya regresaré cuando el cielo este estrellado y la luna en su máximo esplendor.
Justo cuando el día se vuelve de lo mejor, la luna sale y escucha mis pensamientos.

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