Alexandra realmente quiso decir eso, pero haberlo hecho le hubiera significado una expulsión inmediata. Aunque su pensamiento la dejo con la duda revolviendo su mente, por qué no era libre de decir lo que quisiera y cuando quisiera, si ella deseaba llevar el pene de Alain a su boca, lo haría, ya que eso es lo que la caracterizaba para bien o para mal, su determinación.
- Hola, como ya saben, mi nombre es Alexandra Castellblanc, tengo 17 años, en mi tiempo libre me gusta salir de compras con mis amigas, y en un futuro me veo como siempre, siendo exitosa, bella y teniendo todo lo que quiero ahora.
Alexandra tenía una mirada de perra loca, sus labios se veían pálidos al hablar, aunque nadie lo noto, sus manos sudaban y estaban heladas, tuvo escalofríos que la obligaron a sentarse. Alain solo la miro, se quedo ido por un instante y luego volteó hacia su maletín para sacar el documento donde planificó, para su conveniencia, las actividades del período de clases.
- La representante de grupo, que pase al frente a retirar este documento y se encargue de reproducirlo - mencionó Alain, con un tono de voz más de señor profesor que de joven.
La idiotizada señorita Castellblanc se irguió, caminó hacia el profesor, estiró el brazo y con eso le fue suficiente para retirar las cuatro hojas de papel que sellarían una posible sentencia de muerte para la mayoría, por no decir todo el salón.
Laura, Mía y Josefina se estaban paralizadas, no podían mencionar palabra, siquiera; lo cierto es que la noticia las había tomado por sorpresa, y les estaba haciendo pasar un mal rato a todas. Luego de dos largas horas a merced del enorme y aburrido libro que les obligaban a leer por partes, llegó la hora de salir, al ser viernes todos estaban entusiasmados por escuchar sonar la campana, además, al día siguiente habría una gran fiesta a la que todos deseaban asistir pues decían que quien no consiguiera sexo en esa fiesta se iba a su casa con los tragos pagados.
Alexandra se fue rápido, no deseaba hablar esta vez, se sentía estúpida, derrotada, y ninguna fiera desea dejarse ver de esa manera, sería bueno para sus rivales, pues la harían la burla de todo el colegio, y no les iba a dar ese gusto, así que salio a través de la enorme puerta que da hacia el estacionamiento, divisó al chofer, aceleró el paso mientras Mía le gritaba para que la esperara, la ignoró como muchas veces anteriores, subió al carro, cerró la puerta, ordenó a William que arrancara, y comenzó a escurrir lágrimas que, gracias a sus enormes gafas de sol, no podían ser vistas.
Quizá lloraba porque se sentía estúpida, traicionada o enojada, porque tenia planes, realmente quería tener futuro con Alain, y cono no querer tenerlo si para mujeres y hombres era el sueño de una vida, era perfección caminante y parlante, a todos los tenia idiotizados, incluso a las otras perras, que aunque al principio de todo no les pareció interesante el chico de los zapatos sucios, una vez transformado en el flamante profesor de filosofía les podía atar de una cama y dar de latigazos durante horas, y es que sobre los hombres, la ropa formal, tiene un efecto embellecedor, como dicen por ahí: dale un traje a un hombre y conquistará el mundo.
Una vez llegaron, subió a su cuarto y ya no pudo ni quiso contener sus lágrimas, probablemente ya no tendría nada de lo que había imaginado con Alain, de pronto su futuro ya no tenía norte, y la situación podría tornarse oscura pues nadie funciona sin un objetivo en la vida, y por mucho que Alexandra quisiera hacerse la fuerte, no lo iba a lograr jamás.
De pronto se dio cuenta que se precipitó en visualizarse al lado de un hombre que apenas conocía, pero el hecho de que él fuera profesor no la detendría, después de todo, el dinero cubre todo lo malo, y ella tenia mucho dinero para gastar.
De algo que sí estaba segura es que no saldría del colegio sin antes probar a qué sabia Alain, sus labios, su pecho, su torso, sus manos, su pene y testículos. Definitivamente ese plato era el fuerte, solo ella comería, saciaría su hambre y no dejaría sobra alguna en la mesa.