Los intermitentes pitidos del despertador irrumpen en mi sueño y me recuerdan que es lunes otra vez. Lo apago, y clavo la mirada en sus números rojos sobre el fondo negro. Los minutos van sucediéndose, como una antigua e increíblemente larga dinastía de reyes. Esto de estudiar Historia me afecta demasiado. Sin embargo, sigo observándolos como si fueran la cosa más interesante del mundo. Como si estuviera inmersa en alguna épica batalla de El Señor de los Collares. En realidad pienso en la pizza que me había zampado ayer. Mi madre hace unas pizzas deliciosas, aunque no siempre me gusta reconocerlo, como buena adolescente que soy.
Finalmente, decido levantarme. Aún no es muy tarde, pero desayuno rápido, y en quince minutos ya estoy saliendo por la puerta. Es una pena que no sea tan rápida cuando está mi madre.
Bajo las escaleras totalmente a oscuras, y en el último tramo casi me doy un trompazo. No contaba yo con que hubiera tres escalones en vez de dos. Una vez fuera del edificio, me coloco los auriculares y los conecto al MP3. Empieza a sonar Querida Milagros, de El último de la fila, y continúo caminando hacia mi parada. La parada donde cojo el autobús urbano que me lleva a mi instituto, quiero decir. No es mía. Supongo que es del Ayuntamiento, o de la empresa de los buses.
Al llegar, me siento en el banco, y tengo un momento para admirar los colores que engalanan el cielo. Al norte se ven gruesas nubes cubriéndolo, como un edredón de invierno, que van desapareciendo hacia el sur, donde, sobre el azul brillante, se disponen pequeñas y anaranjadas nubes. Son rodajas de mandarina flotando en un batido de arándanos.
Y en esto, llega el bus. Al subir, me dirijo con cierta parsimonia hacia donde está Arturo. Me siento enfrente, y lo saludo con un gesto. Empieza a sonar Live Forever, de Oasis, y no puedo evitar cantarla. Una buena canción para comenzar una larga mañana. Cuando suenan ya los últimos acordes, me quito los auriculares y los guardo. Empezamos a hablar de temas triviales y banales, hasta que surge el tema de Siria. Me pone un tanto nerviosa hablar con Arturo; a veces tengo la sensación de que no termino de expresarme como quiero pues acaba por interrumpirme.
Carlos sube al bus de estrangis cuando llegamos a su parada, y apenas me percato de su presencia. Poco después, bajamos los tres, y empredemos nuestro pequeño recorrido hasta el instituto al que asistimos.