Capítulo 4

418 52 18
                                    


Con paso indeciso logró llegar hasta la chimenea. Era una mala idea, en el fondo lo sabía. ¿Pero qué se supone que debía hacer? La casa estaba cerrada a conciencia, las puertas congeladas y algo obstruyendo los pomos de estas. Por no hablar de que las ventanas de repente se hallaban blindadas y que seguramente, a juzgar por la situación, la puerta que llevaba al garaje estaría igual. Fuera lo que fuera lo que estuviera sucediendo, verdaderamente no contaba con ninguna otra alternativa.

— Si esto es una broma, no tiene gracia —Habló y notó como su voz se volvía a hacer eco. Por primera vez, deseaba con todas sus ganas que alguien de su familia  hablase—. ¡Por favor!

Como era de esperar, no hubo respuesta alguna. Jodie decidió abrir el más grande de todos, envuelto en un papel verde chillón y con una cinta amarilla en forma de cruz que tenía atada la etiqueta que decía: Josh. El padre de Jodie. Hubo un instante en el que se sintió ridícula.

— ¿Para qué narices tengo que abrir un estúpido regalo? —Gruñó la chica y tras contemplar de nuevo la oscuridad del lugar, decidió que cualquier cosa era mejor que sentarse de brazos cruzados con el frío que hacía en un sitio tan siniestro como el que se había vuelto su casa—. ¡Qué más da! Solo quiero que esta pesadilla se acabe de una vez.

Sin poner cuidado alguno, arrancó los papeles y lanzó a un lado los restos del envoltorio. Quitó la tapa de la caja y, al no ver nada, apuntó con la linterna para poder ver qué había en el interior. Su corazón se detuvo en ese mismo instante y chilló, seguramente desgarrándose la garganta. 

 De un salto se separó del regalo, como si este hubiera estallado en llamas. Se llevó las manos a la cabeza, horrorizada. Trató de ponerse en pie para huir, pero el hielo se había vuelto de pronto aún más resbaladizo. La cabeza de su padre se encontraba en el interior de aquella caja, la piel estaba pálida y tenía los ojos abiertos de par en par. Entonces, una idea terrible le cruzó por la mente a Jodie. Si ese era su padre, el resto de regalos debían de ser las cabezas de su madre y de Aiden.

Las pisadas y los cascabeles se volvieron más fuertes y mucho más intensos. Tanto, que las estalactitas que colgaban del techo cayeron y se rompieron contra el hielo. Jodie estaba llorando, temblando y gritando. Respiraba con irregularidad y se ahogaba con sus propios jadeos. ¿Cuándo se supone que iba a despertar? ¿Acaso estaba teniendo algún tipo de revelación como Ebenezer Scrooge en la película de El Fantasma de las Navidades pasadas? No podía más, no quería estar ahí. Quería irse. Necesitaba marcharse lo más lejos posible de aquellas cajas.

Sin embargo, eso no era ningún tipo de sueño, sino que era cien por cien real. Quizá Jodie no fuera del todo consciente de la situación, puede que se siguiera aferrando a la idea de que pronto se despertaría y se volvería una chica perfecta tras haber tenido esa revelación. Pero él ya sabía que era muy tarde y que todo aquello estaba pasando realmente. No había marcha atrás. Después de todo, él fue quien tuvo la idea de castigar a la misma niña mala de todos los años.

— ¡Papá! —Chilló Jodie desde una esquina del salón, con las rodillas pegadas al pecho rodeadas por sus brazos—. ¡No! ¡Papá, mamá, Aiden!

La vieja radio del abuelo de Jodie, que se encontraba encima de una estantería, se encendió a pesar de llevar más de cuarenta y cinco años estropeada. Los pelos de Jodie se erizaron ante el nuevo sonido. Quería irse, no quería seguir ahí.

— Esta canción va dedicada a Jodie Trinket. Se titula: Santa Claus viene a visitarte  —Dijo el locutor, con un tono de excesiva alegría, como si estuviera anunciando los ganadores de una lotería—. Espero que la disfrutes, porque va a ser la última canción de Navidad que escuches en tu vida.

El rostro de la muchacha reflejaba el más absoluto y puro terror. Su corazón latía tan deprisa y tan fuerte que ella sentía que le estaban taladrando el pecho. Una música navideña comenzó a sonar por toda la casa, la típica cancioncilla que se oía en todos los locales durante esas fechas. Sin embargo, había algo en esa melodía, algo oscuro que, más que transmitir felicidad, provocaba que se te pusiera la piel de gallina.

— ¿Has sido una niña mala otra vez? —Oyó unos pasos provenientes de la cocina, Jodie se llevó de manera instantánea la mano a la boca. Rezando para que la oscuridad le sirviera de escondite.

Entonces algo, o alguien mejor dicho,  tiró de su brazo con súbita fuerza y la arrastró hasta que se encontró de nuevo frente a la chimenea. La joven permaneció llorando, paralizada por el miedo que inundaba sus venas.

— He venido hasta aquí y me he tomado la molestia de dejarte regalos —Puso su mano sobre la nuca de Jodie y la obligó a mirar hacia donde la cabeza de su padre estaba. El cuerpo de la chica temblaba salvajemente, casi parecían convulsiones—. Ábrelos, todos. No seas maleducada.

Esa persona tenía una fuerza inimaginable, casi irreal. Jodie, a pesar de la situación, era plenamente consciente de que no tenía escapatoria, no le quedaba otra alternativa que no fuera obedecer. Abrió los dos regalos restantes, llorando puesto que sabía perfectamente lo que se hallaba en su interior. Suplicó y suplicó que todo aquello se detuviese.

— Jodie, ¿sabes que llevas cinco años inscrita en mi lista de niños malos? Aunque claro, tú ya no eres una niña, ¿no es así? —Era imposible que la voz que Jodie estaba escuchando se tratase de Santa Claus, él no existía, era un cuento de los padres—. Martha tampoco fue una niña demasiado buena. Contigo sí, pero con el resto del mundo no. Qué pena que aquellas luces tan bonitas terminaran por hacerla arder en llamas. 

— No puede ser —Sollozó la joven.

— Tu padre pidió para estas Navidades el peor castigo que se pudiera ejercer sobre ti con la esperanza de que cambiaras —La figura se agachó hasta quedar a la altura del hombro de Jodie, le arrebató la linterna y se apuntó así mismo. Tenía una larga y desaliñada barba blanca, los pómulos absurdamente hinchados y rojos. Una nariz puntiaguda y larga, unos ojos negros y grandes que lo único que transmitían pura locura. Su sonrisa seguramente fuese lo peor, se asemejaba a una cueva negra y sus largos y afilados dientes a los de un libro hambriento a punto de devorar viva a su víctima—. Creo que peor castigo que este no hay, ¿no crees?

— Ellos... no... —Jodie trató de formular una frase, pero las sirenas de policía se hicieron oír dentro de la casa. La cabeza de la joven estaba nublada, como si su mente tratara de protegerla de lo que estaba sucediendo.

— Feliz Navidad y ¡recuerda! —Se acercó aún más a ella, haciendo que su aterradora sonrisa se ampliara. Un hedor a muerte mareó a la chica—. Cuando eres un niño malo, Santa Claus viene a visitarte.

Entonces, la figura escaló por la chimenea y desapareció. Jodie se hizo un ovillo en el suelo. Con las manos pegadas a las orejas y los ojos bien cerrados, comenzó a gritar hasta que la policía logró romper el pomo de la puerta principal.


-------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Tardé mucho en subir este capítulo, lo sé. Pero entre las comidas familiares y las celebraciones no he tenido tiempo de hacer nada.

Pero el 28 actualizo el último capítulo, lo prometo.

Un beso y feliz Navidad,

Mire.



Santa Claus viene a visitarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora