Un sonido de lo que parecían ser cascabeles le obligó a abrir los ojos. Su cuarto estaba sumido en la oscuridad y eso que las persianas no estaban echadas. Se asomó con cuidado para ver quién había sido el gracioso de la broma de los cascabeles, pero no vio a absolutamente nadie.
— Se habrá marchado —Susurró adormilada, hacía más frío que nunca. Demasiado frío. Su cuerpo empezó a temblar. Incluso dentro de su habitación cerrada podía sentir como su cuerpo se congelaba.
Se giró sin percatarse de que en su tejado se encontraba quien se iba a convertir esa Navidad en su peor pesadilla. Quitó el pestillo de la puerta e intentó abrirla, pero no pudo. ¿Qué estaba pasando? Tiró varias veces hasta que logró abrir de golpe la puerta, cayendo al suelo por culpa de la fuerza con la que lo había hecho. No se veía absolutamente nada, por lo que intento encender la luz, que no funcionaba. Jodie se empezó a exasperar.
— ¿Se ha ido la luz? ¿Enserio? —Suspiró y, a ciegas, se dirigió a su mesilla de noche, en busca de una linterna. Rebuscó y rebuscó hasta que dio con ella, aunque seguramente no tuviera demasiada batería debido a todas sus escapadas nocturnas.
La encendió y apunto a la puerta. Fue entonces que no comprendió nada. Todo el pasillo estaba congelado, literalmente. Había estalactitas colgando del techo y el suelo estaba cubierto de una nieve que prácticamente parecía hielo de lo resbaladiza que estaba. Por unos segundos la muchacha pensó que estaba soñando, pero el frío que calaba hasta sus huesos la hizo ser consciente de que, fuera lo que fuera lo que estuviera ocurriendo, todo era real.
— ¡Mamá! ¡Papá! ¡Aiden! —Gritó y escuchó como su voz se hacia eco dentro de la casa. Sin saber cómo, Jodie se armó de valor y decidió dirigirse abajo, no sin antes buscar más ropa.
Abrió su armario y cogió un abrigo y unas botas, tomó asiento en el marco de su puerta y se agachó para calzarse. Sin percatarse de que él estaba detrás de ella, observándola con esa sonrisa suya que solo los niños que habían sido malos veían. Aunque nunca más se supiera de ellos.
Andando por el pasillo alumbró las habitaciones de su familia. Todas se encontraban tal y como las habían dejado la noche anterior antes de que ella se fuese a dormir. No había nadie dentro y las camas estaban hechas, hecho que solo confundió más a la joven. Verdaderamente no entendía absolutamente nada.
Bajó las escaleras, sujetándose a la congelada barandilla de las mismas. Todo estaba demasiado resbaladizo, como una pista de hielo. Con la linterna en la boca y solo apuntando a sus pies, Jodie descendió con todo el cuidado que pudo hasta la planta baja. Alumbró el lugar, todo estaba a oscuras y los rayos de la luna no eran de demasiada ayuda.
— ¿Hola? —Preguntó a nadie en particular, se estaba comenzando a asustar. ¿Quién no lo haría?—. Por favor, responded. Esto ya no tiene gracia.
Entró en la sala de estar y vio que todo estaba exactamente igual que la planta de arriba: congelado y con una fina capa de nieve que parecía hielo. Pero había algo que no encajaba, a parte de que la casa estaba completamente recubierta de nieve y hielo, un detalle la hizo comenzar a llorar.
El pollo asado de la cena estaba intacto, no lo habían tocado, y los platos estaban vacíos. No había nadie allí, su querida familia no estaba sentada disfrutando de la comida que había preparado con tanto esmero su madre. Es como si hubiesen desaparecido de la faz de la Tierra.
Escuchó varias pisadas que provenían de arriba, como si hubiese una manada de animales en el tejado. ¿Qué es lo que estaba pasando? Intentó huir por la puerta principal, pero era imposible abrirla. Trató de romper una ventana, pero de repente se habían vuelto blindadas, como aprueba de robos. Tenía que ser un sueño. Se pellizcó el cuello. No, no era un sueño.
— Mira dentro de los regalos, los niños malos también merecen recibirlos —Escuchó una voz ronca detrás de ella, se giró pegando un chillido y temiéndose lo peor. No obstante, ahí no había absolutamente nada.
Con el corazón martilleándole el pecho volvió su vista hacia el montón de regalos que se encontraban debajo de la chimenea. Por algún motivo, el instinto de la muchacha le dijo que tenía que abrirlos, que no tenía otra. Dejando escapar un pesado suspiro, Jodie se dirigió para obedecer a su intuición.
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Aquí está el tercer capítulo. El lunes subiré el cuarto y el viernes se terminará la historia con la quinta y última parte.
Espero que os esté gustando cómo va la trama, es la primera vez que escribo algo relacionado con este género.
Un beso y hasta el lunes,
Mire.
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Santa Claus viene a visitarte
TerrorJodie Trinket no es más que una joven de dieciséis años problemática que trata de hacer la vida imposible a su familia. Ella odia la Navidad puesto que su mejor amiga murió durante esas fechas. Además, Jodie ni siquiera cree en esa celebración. Es t...