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Estaban todos allí, salvo los guardias que debían vigilar el castillo. Los relevos serían frecuentes para que nadie se perdiese el torneo. Los murmullos de los espectadores se elevaban en el aire, creando una atmósfera festiva y distendida.

Pocas veces se permitía al público animar a los caballeros para impedir que fuesen molestados pero lord Dedrick deseaba incluir a su gente en la celebración. Aquella era una ocasión especial. Su hija encontraría esposo al finalizar el torneo. Ya fuese el vencedor o aquel que ella eligiese, si su hombre vencía.

Había estado ansioso los últimos días, debía admitirlo. Sentía curiosidad por saber qué hombre podría haber decidido luchar por el derecho a su hija a elegir su propio esposo. No es que le sorprendiese que su hija lo convenciese para hacerlo, sabía que era capaz de eso y mucho más. Era imposible hacerla cambiar de opinión cuando se le metía algo en la cabeza. Su interés radicaba en la identidad de semejante personaje.

No conocía a ningún hombre que fuese lo bastante bajo ni débil a la vista que pudiese encajar con la descripción que su hija había hecho de él. En realidad sí conocía a algunos pero ninguno capaz de enfrentarse a sus caballeros. Lo que más le intrigaba, era saber dónde había podido su hija conocerlo y qué clase de relación habría entre ellos. Annabelle le había asegurado que no querría desposarla bajo ningún concepto. Entonces, ¿qué otro motivo podría incitarlo a hacer semejante favor a su hija? Después de intentar en vano sonsacarle más información a su hija, decidió que lo mejor sería esperar a ver lo que sucedía. Por eso aquella mañana se había levantado expectante.

Tomó asiento junto a su esposa después de que el sonido de las trompetas anunciase su presencia. Era un día caluroso así que habían colocado una tela liviana sobre su tribuna para mantenerlos frescos y lejos del abrasador sol. El gentío prorrumpió en vítores y alabanzas hacia sus señores.

Aunque gobernaba con mano de hierro, era querido entre su gente. Era justo y generoso. Leal y protector. Quien estuviese bajo su cuidado, no habría de pasar calamidades, siempre que se atuviese a sus normas. Saludó en dirección al público y los aplausos se elevaron hacia el cielo.

Era un hombre alto y mantenía su cuerpo cuidado. Entrenaba con sus caballeros todos los días en que sus deberes para con sus vecinos no lo mantenían ocupado. Además, era una buena manera de conservar la amistad y lealtad de los suyos y lo sabía. Su cabello corto estaba salpicado de canas pero sus ojos grises mantenían su vitalidad. Había sido muy atractivo y todavía guardaba cierto encanto, a pesar de sus años. Había visto suspirar a muchas mujeres tras él y aunque en su juventud había sido un mujeriego, sentía total devoción por su esposa. La miró un instante y le sonrió, mientras el heraldo, un hombre alto y desgarbado, con escaso pelo en la cabeza pero con postura altiva y mirada severa, carraspeaba con afectación antes de comenzar a hablar.

-Lord y lady Dedrick, damas y caballeros, pueblo de Arrington, antes de dar comienzo a las presentaciones, escuchad las reglas que se han de cumplir en este gran torneo:
1. No han de herir de punta al oponente.
2. No han de pelear fuera del torneo.
3. No han de pelear varios caballeros contra uno solo.
4. No se ha de herir al caballo del rival.
5. Han de descargarse sólo los golpes al rostro y al pecho del rival.
6. No se ha de herir al caballero que alce la visera.
Si por cualquier motivo, justificado o no, un caballero rompiese una de estas reglas, será inmediatamente expulsado del torneo, sin remisión posible alguna.

El pueblo entero guardaba silencio escuchando al hombre, a pesar de que las reglas eran bien conocidas. Cuando hizo una pausa antes de continuar, un murmullo general despertó en las tablas al ver llegar a lady Annabelle dignamente sentada en su caballo. Tan dignamente como podía, sabiendo que la presentarían como el premio del torneo. El fuerte carraspeo del heraldo, acalló los sonidos tan rápido como se habían iniciado.

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