Capítulo II

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    Me tomó de la mano. Las lágrimas no tardaron en aparecer y lo abracé muy fuerte.
—Papá, no quiero que me deje — dije con los ojos cristalizados — Usted debe ser el único ser que me quiere de verdad.
    Me dio débiles palmadas en la espalda.
— No lo haré, pero necesito tu ayuda
    Me levanté preocupada y lo miré extrañada. Me limpié las lágrimas rápidamente y me acerqué
—¿Qué cosa puedo hacer? — dije mirándolo fijamente a los ojos.
Esos ojos color celeste grisáceo chocan con los míos. Mi padre y yo somos los únicos con aquél color de ojos. Mis dos hermanos y mi madre tienen los ojos color avellana oscuro.
— Papá, Almendra, hizo unos negocios con gente peligrosa...
    Abrí los ojos. En ese entonces no me esperaba eso de mi padre. Pensaba que lo que hacía era muy tonto. Tenía dinero para un pulmón legal, aunque tardara en llegar.
— Pero, papá lo hizo, porque lo necesita rápido — toció un poco — No me han dado muchos días de vida, y no hay noticias de un pulmón a donación.
    Comprendí y bajé la cabeza con más pena. Las noticias que me daba, no se las había dicho a mis hermanos.
-Hija, no te quiero dejar sola en este mundo tan peligroso.
   Comencé a llorar con los dientes apretados.
— De todos modos, aunque no viva.
— No diga eso, padre — dije lastimada.
— Si no aguantas que te lo diga, no aguantarás cuando suceda — dijo firme — La verdad, es que puede suceder, y hay más posibilidad.
— No, padre — dije al ritmo de mi llanto.
— Sí, la hay.
   Me tapé el rostro y me senté en la pequeña y cómoda silla a el lado derecho de la camilla en donde estaba mi padre.
   Me escuchó un rato llorar, y luego destapó mi cara con delicadeza.
— Hija, necesito que seas fuerte, fuerte como el roble — acarició mis manos — Yo sé que puedes ser fuerte, más que yo, más que cualquier otra persona en el mundo.
— Pero no puedo, soy débil papá — dije en susurro.
— No lo eres, hija.
— Padre, usted y yo sabemos que no lo soy, mis musculos no resisten nada. — susurré nuevamente
— Lo harán.
— Pa-
—¡Lo harán! — gritó.
Abrí los ojos por el susto de el repentino grito.
    Mis hermanos se dieron media vuelta, y miraron tras el vidrio que daba de el balcón a el cuarto de mi padre.
    Humberto apagó el cigarro y fue corriendo donde mi padre, mientras Fradie observaba.
   Me tomó muy fuerte de el brazo.
— Vete de aquí, siempre lo empeoras todo — dijo lleno de rabia.
—¡Déjala! ¡mal nacido!
    Humberto dio media vuelta y miró a mi padre con el botón de emergencia en la mano.
—Escoria...— susurró — ¡Déjate morir de una buena vez! ¡Desperdicio! — le dijo a mi padre, aventándome a el piso.
    Qué ganas tenía de reventarle la cabeza, pero eran fantasías. Las enfermeras llegaron y se llevaron a mi hermano, junto a Fradie.
    Una enfermera me ayudó a pararme y me sentó nuevamente en la silla en donde estaba antes.
— Prohíbanle la entrada a ese maricón — dijo enfadado mi padre, mientras las enfermeras lo trataban para que se calmara un poco.
    Estaba un poco mareada. Respiraba por la nariz mientras me sentaba inclinada hacia adelante apoyándome de forma incorrecta en los apoya brazos de el asiento.
— ¡Necesito privacidad con mi hija! ¡Por favor!
    Por más exaltado que estuviera, hicieron caso. Las enfermeras se fueron y cerraron la puerta.
Soltó un suspiro y se tomó la frente.
— Tranquilo... — lo consolé
— Lo que sea, debes aprender a mantenerte estable por tu cuenta, ya no estás en edad de cuidados mayores.
   La verdad, es que sí, pero no quería contradecirlo después de el dolor de cabeza que había experimentado recién con Humberto.
— Contacté a una mujer, se llama Betty Rogers — toció nuevamente — Ella te llevará a el establecimiento en donde se encuentra el órgano, después regresaras y se lo entregarás a un enfermero que es mi colega.
    Estaba un poco asustada, pero estaba dispuesta por mi padre. Lo quería vivo cuanto tiempo pudiera.
— Después, mi colega hará unos tramites, que haran "legal" el órgano.
   Sonreí con el final.
— ¿Ves? — dijo sonriendo al igual que yo — pero por eso, Almendra, necesito que seas fuerte en ese transcurso, y en el que queda para adelante.
   Tomé su mano.
— Te lo juro, padre, que traeré el pulmón.
    Me besó en la frente.

   Abrí los ojos exaltada.
Estaba completamente amarrada, de pies a cabeza, con un paño en la boca. De todos modos no iba a gritar.
    El frío suelo, complementaba el dolor de mis heridas, y las nuevas que habían sido gracias a el machete, de quién supongo, me tiene en estas condiciones.
     Estaba recostada, con el cuerpo virado a la izquierda, viendo una fría pared color gris, sucia. Me doy la vuelta, intentando reconocer por completo en dónde estaba, y veo a un sujeto.
     Me asusté demaciado. El hombre llevaba puesta una máscara de conejo, muy real.
Se puso de cuclillas y me miró agitando la cabeza hacia los lados, como si fuera un conejo real. Comencé a sudar de los nervios.
—¿Sabes dónde estás? — dijo sacándome el pañuelo de la boca
— Déjame ir, por favor — supliqué asustada.
— Te hice una pregunta — dijo firme.
    Miré a todos lados. El lugar era horrendo.
— No... — alcancé a susurrar.
—¿¡Qué!? — Me grito parándose.
—¡No lo sé! — grité apretando los ojos con fuerza.
—¿Ah? ¿No sabes? — dijo más despacio.
— No...- Susurré nuevamente.
    El hombre comenzó a dar vueltas por el cuarto. Su altura no era muy destacable y traía ropa negra. Una chaqueta y botas de nieve.
— Pues... ¡Estás en mí bosque! — dijo resaltando el "mí" — y a mí, no me gustan los intrusos
    Detesto el tono de voz que utiliza, es desesperante.
— Yo no sabía, yo no quería interrumpir nada tuyo — dije mirando su máscara.
— Mientes, me quieres venir a buscar
—¿Qué? — murmullé
—¿Te haces la estúpida? — dijo violento — Ah, no ¡Tú me crees estúpido!
Rió.
— Estás loco — dije bajo
—¿Disculpa?
    No respondí nada, tal vez no debí decirlo. Me arrepentí. Qué imbécil soy.
— Estás en mí bosque, ¿y te atreves a llamarme así? — negó con la cabeza — esto amerita un castigo.
— No — negué nerviosa — perdón, perdón
— No te disculpes — dijo con gracia— ¿Tienes frío?
— No me hagas daño, yo no quería hacer nada malo
— Te hice una pregunta...
— Perdón, perdóname — insistía
—¡Responde! — gritó
Me quedé en silencio un rato.
—¿Lo tienes? — se sacó el guante de cuero negro, y me tocó la mejilla — yo siento que sí.
Dicho esto, agarro una tetera con agua hirviendo, y me la roció en la cara.
   Grité con todas mis fuerzas por el insoportable dolor. Dado a el susto de la situación, caí en el sueño de un momento a otro. Colapsé.

Lluvia de hojas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora