Capítulo V

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Agarré la mochila y comencé a caminar. La herida en mi tobilla ardía.
Disponía a irme, pero otra flecha calló. Di la vuelta y la vi, otra nota. No reaccionaba, solo lloraba mientras la veía.
Después de un rato, corrí a verla.
"Usted cree que está acabando con nuestro juego, pero, sigue paso a paso todo lo que planeamos. Las verdaderas víctimas son las que usted asesinó, porque no sabían el rumbo que llevará este magnífico juego."
Calló otra más. La cogí.
"Debe ir a el 'Baile forestal' a media noche, se le anunciará cuando debe ir, pero debe permanecer en esta casa, para que la recoga un bus, y la saque de este nevado bosque. No debió meterse con nosotros, nuestros pasatiempos son abstractos."
Comencé a respirar por la boca, hiperventilándome. Me paré nuevamente del suelo, con las piernas tiritando.
- Mierda - musité - estoy mal...
Caminé y salí de en donde estaba oculta. Miré al sujeto de la máscara en la torre.
-¡Todo esto está mal! - grité, a lo que él no me hizo caso.
Entré a la casa hecha una furia. Arrogé la mochila en los escombros de el panel.
Esto hacía que mi cabeza quisiera explotar. ¿En qué me has metido papá?
Caminé y vi el cuerpo de Meliza.
- Puta barata - murmuré mirándola con desprecio.
¿Cómo iba a pasar un bus por aquí? No hay una ruta limpia para pasar.
Aún se veía claro. Abrí una despensa, donde habían galletad de vino. Saqué el paquetr y lo abrí. Comencé a comer despacio. Caminé por la oscura casa, hasta llegar a la habitación en donde estaba Meliza. La cama estaba desordenada, y la ropa tirada en cada rincón de la habitación. Miré el baño con miedo. El olor que salía de ahí era insoportable. Cerré la puerta con asco. Salí de la habitación con una manta que encontré, y me senté en una esquina de la sala. Recogí mis piernas y me dispuse a llorar tapada con manta. Comía una que otra galleta, hasta que me dormí.

Paso un buen rato, hasta que tocaron la puerta. Desperté de un salto, y me adentré más a el rincón, por miedo.
- Señorita Vila, ¿Está ahí?
La voz era de una persona anciana. Me paré temblando, afirmada de las paredes de madera.
Caminé despacio y abrí la puerta. Me recibió una señor de barba y robusto, con la cara colorada. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. El señor se espantó con mi apariencia
- Em... ¡Pase, pase! - dijo en un salto abrindo la puerta de lo que no parecía un bus. Subí, con la manta en mis hombros, y vi a gente sentada. Gente muy rara. Vestían ropas elegantes y lo peor, traían esas máscaras. Más máscaras de animales. Muchos, muchos animales.
Reaccioné con el portazo de el señor.
- Ya vamos a partir, fuiste la última pasajera...- dijo caminando hacia su asiento
- Yo... Yo me quier-
-¡Ah! Con respecto a eso, no te preocupes...
- No, yo...
-Vendrán unas señoras que te dejarán como una princesa... - me pasó una ficha.
-Señor...
-Solo toma asiento, vendrán pronto - explicó colocándose el cinturón - La dama de honor debe ir muy linda, y ellas son expertas.
Cerró la puerta de su cabina, y me quedé viendo el pasillo, intentado encontrar un puesto para sentarme.
Revisaba a las personas sin tanto detalle, pero una llamó mi atención más que las otras.
- Aquí - susurró.
Era un sujeto con máscara de oveja color negro.
Debía hacer caso.
Me senté a su lado muy nerviosa. Comencé a llorar.
- No puedes hablar en todo el viaje, ni una sola palabra. Sin hablar con la gente.
Quería preguntar.
- Y si lo hago - dije apenas.
Me agarró el pelo.
-¿Qué cosa no se entiende de "Ni una sola palabra"? - decía triándome cada vez más el pelo para abajo.
Gritaba como una afónica por el miedo.
-¿Qué sucede? - preguntó una señora con máscara de liebre, muy elegante.
Rápidamente, me soltó el pelo.
Debía seguir la corriente.
-Se me calló... - miré el suelo - esta moneda
Recogí una moneda, que la verdad, era una ficha.
-¡Ah! ¡Usted tiene la ficha! - exclamó muy emocionada.
Examiné la ficha, levantándome poco a poco, con mucho dolor.
- Parece que sí...
-¡Venga conmigo!
- Lo lamento, ella se queda aquí - interrumpió
- Este tren tiene un sistema que no se rompe, no podémos hacer esepciones.
- La ficha no es suya - insistió
- Deje que su pareja disfrute de sus beneficios, además, ella no puede asistir así a la ceremonia
Me ayudó a pararme y, a empujones, me llevó a una cabina especial.
- Siéntese aquí - dijo empujándome a un silla muy elegante.
Hablaba muy rápido, y corrió donde unas compañeras. Comencé a inspeccionar el lugar mientras la señora conversaba. No era nada amplio, todo el espacio lo invadía una cortina muy grande.
La señora llegó con otras más igual a ella, o creo que no estoy segura si era ella. Repito, eran todas iguales.
-Por acá, por acá
Me paré y caminé a donde me señalaron. Entré a la cortina y me desnudaron en tres segundos, luego, me empujaron a una bañera con agua tibia y me refregaron con suaves esponjas. Me pararon y secaron en tres segundos, nuevamente.
-¿Cuál? - más dijo rápidamente una de las señoras, mientras otras me ponían ropa interior y medias.
Me mostró tres vestidos completamente iguales. Elegí el de en medio y me lo pusieron en conjunto. Me sentaron de nuevo a un empujón y me colocaron una toalla al rededor de mi cuello, mientras otras liebres me ponían unos zapatos blancos de charol. Tomaron mi cabeza y la echaron para atrás, dejándola caera un bol bastante profundo. Después, derramaron agua tibia y unas cremas en mi cabello maltratado. Lo estrujaron, una tiró el agua por la ventanilla de el vagón, otra secó mi pelo con una secadora muy grande. Esta, demoró en secar. Peinaron mi cabello y lo dejaron bastante lindo. Pintaron mis labios color dorado, como el vestido y me pusieron una máscara. Grité cuando me la colocaron.
-¡Quíten, quíten la máscara!
- No podemos - dijo una de las liebres
-¡La puta máscara! ¡Sáquenla!
Una de las mujeres me la quitó, y seguí gritando. Me pegó un cachetada.
Comencé a respirar frenéticamente, mientras tres de las liebres me sostenían los brazos asustadas. Vi la máscara en la mano de la liebre. Era una oveja negra al igual que la máscara de con quién me sentaba.
- No... Por favor - susurraba a penas.
- Agarrenla fuerte - ordenó acercándose a mí.
Grité en el intento de liberarme.

Me empujaron de el vagón a el de los pasajeros. Todos me miraban espantados.
Empecé a caminar muy lento, derecha y llorando. Llegué donde la cabra negra sollozando.
- Quedaste linda - me elogió.
Tiritaba de el miedo, aferrada a las manillas del asiento.
- Ponte esto - me pasó una argolla común dorada.
Solo la veía.
- Tómala - insistió enojado.
La tomé y me la puse.

Lluvia de hojas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora