Capítulo III

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— O despiertas, o te saco un puto ojo — escuché decir.
Abrí los ojos con lentitud y lo vi nuevamente. Reaccioné con pánico de inmediato, y comencé a agitarme, para poder salir de las cuerdas
— Buenos días — dijo el hombre de la máscara de conejo.
— Quiero que sea una pesadilla... — susurraba en completo descontrol.
— Iré y volveré. Si cuando vuelvo, no estás aquí, recuerda, el bosque es mío, y yo puedo hacer lo que se me antoje con él.
Dicho esto, se fue y cerró la puerta.
Esperé un poco. Necesitaba calmarme. Miré la habitación con más precaución. Sólo había una colchón con una manta, una mesa con comida, todo desordenado y sucio, un mueble grande de madera y unos cuantos tubos plásticos.
El hombre no tenía cordura, estaba enfermo, un desquiciado.
No sabía dónde estaba la cartera de Betty, la necesitaba, allí estaba toda la información.
Comencé a pensar: la cartera puede estar en el mueble, lo más posible si no la veo por ninguna parte, pero, si pensamos, tal vez el hombre se la pudo haber llevado, quizá a dónde.
Mi único propósito en ese momento, fue librarme y comenzar a buscar cosas para salir de la casucha.
El tiempo era oro. Comencé a rodar hasta la pared; con mi poca fuerza, ejercí como ayuda mi cabeza para poder ponerme de pie, estaba boca abajo, me puse de rodillas, y con poco equilíbrio, pude ponerme de pie apoyando mi cabeza contra la pared, poco a poco; comencé a dar saltos, buscando dónde y cómo cortar la soga que me envolvía. Vi una cocinilla, no pensaba bien, tal vez habían más posibilidades, pero el tiempo se me hacía cada vez menos, así que proseguí. Agarré un paquete de cerillos que estaba a el lado de esta, y con los dientes y la lengua, abrí el pequeño paquete. Sacaba uno a uno los cerillos y estaban todos quemado, hasta que encontre dos con la cabeza intacta. Encendí la cocinilla y, mordiendo el cerillo, pasé por la caja con precisión varías veces, para que no callera la caja en la complicada posición que estaba, hasta que me rendí y la pasé repetidas veces por la pared rasposa de la casucha. Encendió y me quemé un poco la nariz, dado a la cercanía de la llama. Giré la cabeza, y la llama quedó fija hacia arriba, sin nada que topara con cuidado me acerqué a la cocinilla, y entró el hombre
—¿¡Qué haces!? — gritó
Dejé caer el fósforo, y este cayó en un chorro, que era de un líquido inflamable, llendo a el armario de madera, donde habían miles de bidones con este líquido, destruyendo la casa en una explosión muy fuerte.

Retomé la conciencia, viendo la blanca nieve, con mis manos llenas de quemaduras. Plasmé mi cara en el hielo, para calmar un poco el ardor que sentía. Mi cara no había sufrido tanto daño como creía, me senté con dificultad y toqué mi pelo con mis manos hinchadas. Estaba quemado, y más corto. Solo agradecía que la nieve había cesado con el fuego que lo quemaba. Me paré mareada, pero debía irme, por si el sujeto seguía vivo. Me calme al ver su cuerpo sin movilidad, al mismo tiempo en que me asusté. Él sí que estaba totalmente quemado. Miré hacia adelante, y la casa seguía en llamas. Había perdido la cartera de Betty. Bajé la mirada para presenciar mi ropa, y realmente estaba muy maltratada, pero se mantenía. Caminé un poco y me topé con una foto mía en medio de la nieve. Extrañada y asustada, la recogí, con dolor, no podía moverme bien.
Le di la vuelta, y decía: "Mátenla"
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Esto me confundía hasta ya no dar más, mi cabeza había experemtado suficiente.
Alguien me busca, me quiere destruir. ¿Quién? No se me pasa por la cabeza. Nadie tendría intenciones, de no ser que alguien averiguara el caso de el tráfico de órganos ilegal, pero, fue algo que mantuve en secreto. ¿Quién?
No podía parar de pensar en ello.
"Lo haran! - gritó"
Recordaba a mi padre, necesitaba ser fuerte para él, nada más importa. La confusión es un método para probar de qué estoy hecha...
Me detuve a pensar bien las cosas que me estaba diciendo. Me eché a reír llorando. Soy tan débil y patética ¿Por qué mi padre me hace esto?

Caminé bastante, y me topé con otra cabaña, cerca de un riochuelo bastante abundante al parecer. Agarré una roca como arma, mientras avanzaba por frente de la casa. Me incliné y bajé mi estatura flectando las rodillas. Pasaba por debajo de la ventana, pero cuando me asomé, vi a un sujeto mirando cuchillas con máscara de oso, igual de bien lograda que la máscara de el sujeto con máscara de conejo. Me oculté rápido. ¿Será que ya perdí la cordura? No, yo lo vi, es real.
Me levanté rápido y corrí hasta el otro extremo de la casa. Había ropa tendida, toda negra. Saqué una chaqueta, que estaba aún un poco húmeda, y me la puse. De todos modos me cubría bastante.
De repente, escuché crujir la madera. Me oculté tras el costado de la casa, y salió el hombre. Este era más alto que el de la máscara de conejo.
— Sí, Richard la tiene.
Empece a escuchar atenta.
— Dice que la tiene bajo control y que no puede escapar... ... ... No, no lo he llamado... ... ... No te desesperes, tal vez no tiene señal... ... Tú... ... ... Tú sabes en la miseria de casa que vive, tal vez no tiene señal y listo... ... ... Lo que sea, ya debo irme... ...
Concluí por terminada la conversación, y despacio me acerqué a él por su espalda. Con la roca, lo golpee en la nuca, pero veía que no caía, así que lo golpeé varias veces en la nucs para asegurarme, asustadísima, pero resulta que ya había caído. Literalmente, le trituré toda la nuca. Me tapé la boca, soltando la piedra.
—¿Lo maté? — susurré horrorizada
Me acerqué y botaba sangre por la boca.

Lluvia de hojas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora