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Olivia había amanecido con un increíble dolor en el cuerpo. Y con razón, en toda la noche no había podido pegar un ojo sin motivo alguno, pero cuando finalmente lo hizo, no tuvo un dulce sueño y mucho menos soñó con los angelitos. Al salir de la habitación, soltando un bostezo, su madre la regañó por haber llegado tan tarde a su casa la noche anterior y aún más por haber despertado a esa hora, ¡eran las una y media! ¿Cómo era capaz de despertarse un sábado a esa hora?

¿Y por qué no?, se preguntó ella mirando hasta el techo con exasperación.

Parecía como si el día se hubiera conspirado contra ella.

Y como si no hubiese tenido suficiente, ahora debía soportar el monólogo que Susana, su cocinera, le estaba dando sobre cuán feliz estaba porque su niño finalmente estaba en casa -su casa- y cuán bien se iban a llevar, porque él era una excelente persona. Antes de responder, Olivia comió un bocado más de tortilla de acelga, que a pesar de estar deliciosa, el aburrimiento la había sacado de aquel deleite para finalmente deshacerse de las ganas. Y empujó el plato lejos de ella, girando sus ojos.

-¿Dónde está él? -preguntó, dejando caer el mentón en su mano, con el codo apoyado sobre la mesa.

-Oh, él ha salido para verse con sus amigos. Esta tarde seguro lo conoces.

A Olivia le llamó la atención la actitud de Susana, tranquila, como si no fuera algo extraño que su niño estuviese fuera con sus amigos deambulando sin ningún adulto responsable el cual lo cuidase y le estableciera un límite ante las arriesgadas ideas que los niños pequeños, todavía sin comprender las consecuencias de sus actos, solían poner en práctica.

-Vaya, ¿ni siquiera pudo aguantar un día para pasarlo con vos? -sabía que la pregunta iba a dolerle, lo hizo a propósito con la intención de que se callase y, en efecto, funcionó porque Susana se dio la vuelta sin aportar otra palabra y comenzó a lavar unos platos que Olivia sospechaba ya habían pasado por ese proceso, agarrando también el plato con comida que ella ya había descartado.

No iba a sentirse culpable, no iba a sentir nada, a ella poco le interesaban las personas de su clase y mucho menos cómo decidieran criar a sus hijos. Además, Olivia había dejado ese sentimiento atrás hacía tiempo, desde que se dio cuenta de todo el poder que tenía y de lo que podía lograr con él.

-¿Podés creerlo? -soltó un grito de frustración, ahogando su voz entre sus manos-. El crío ya está acá, ¿se supone que voy a tener que empezar a hacerme cargo de él?

-No exagerés, que todavía no te pidieron nada.

-Todavía -le repitió, para que tomase consciencia de lo ocurrido.

Desde que Susana se había marchado de la cocina tras el incómodo silencio que se generó, había estado pensando con cuidado sobre lo que sucedería a partir de ese momento, imaginándose con desesperación a ella misma dentro de una jaula, con el molesto niño que no conocía tirando de su mano con capricho y repitiendo su nombre una y otra vez, exigiendo su atención una y otra vez... ¡No! No iba a permitir que arruinasen su vida, y mucho menos su futura relación con Eyer, ahora que finalmente iba a conseguirlo. ¿Pero qué si hoy se lo encargaban a ella? Tendría que estar entre el mocoso y Eyer, el chico perfecto de sonrisa amplia y dientes relucientes... ¿La seguiría queriendo si arruinaba la noche de esa manera? Estaba segura de que perdería su única oportunidad con él.

Los ánimos se le bajaron por los suelos y soltó un suspiro. La noche apestaría.

-De nuevo exagerás, Olivia -el tono de su amiga se había vuelto seco, como si estuviese cansada de pronto. Además, Olivia la conocía lo suficiente como para saber que si la llamaba por su nombre completo, sólo significaba que comenzaba a molestarse. Pero su amiga la miró con sus ojos entrecerrados y una sonrisa traviesa, como si se le acabase de figurar un pensamiento divertido por esa cabeza que a Olivia se le antojaba estropeada-. Entonces, cambiando de tema, ¿sabés que vas a hacer cuando él quiera...?

OLVIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora