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-¿Vos? -preguntó Olivia, abriendo tanto sus ojos que ella misma supo que su expresión debió ser lamentable.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando él recorrió su cuerpo con sus ojos, deteniéndose finalmente en su mirada y apretando su mandíbula con fuerza, sin esmerarse en decir nada. Ella procuró mantener su mirada con firmeza, pero le fue imposible no desviar su cabeza, cohibida ante la intensidad de sus ojos oscuros. Entonces, escuchó cómo él, soltando una maldición, comenzó a alejarse, no lo suficiente como para desaparecer de su vista porque Susana apareció en el salón, tambaleando su cuerpo regordete hasta encontrarse frente a ellos y, pasándose el dorso de la mano por la frente sudada, sonrió con ilusión.

-Veo que ya se encontraron -exclamó con excitación, mirando primero a Olivia y luego a él, sin tener un breve atisbo de la tensión que pronto cubrió el ambiente, ni tampoco de la huida fallida del sujeto-. Olivia, niña, él es mi hijo, Fausto.

¿Su hijo? La muchacha tuvo que volver a mirarlo, esta vez con sorpresa y confusión, encontrándose con un chico alto, que le llevaba media cabeza -y Olivia le atribuía esa poca diferencia de distancia a sus zapatos, que se encargaban de darle una altura importante-. Ni aunque se encontrase frente al niño más alto del mundo, ella se hubiese creído que él fuese mucho más pequeño que ella, pues su cuerpo debajo de una remera negra mangas cortas, estaba lejos de ser el de un niño. Los músculos podían notarse bien formados debajo de su ropa, a pesar de que su cuerpo no fuese exactamente fornido. No, claro que él no era un niño.

Fausto carraspeó, provocándole una exaltación a Olivia, que levantó la mirada abochornada al comprender la cantidad de tiempo que había tardado para estudiarlo.

-Parece broma, ¿no? -preguntó él, haciendo sonar una voz firme e intimidante, ronca y atractiva.

-¿Ah...? -la muchacha miró a su alrededor. ¿En qué momento Susana se había marchado? Volvió su vista a Fausto, que parecía aburrido con su presencia-. ¿Cuántos años tenés?

Para sorpresa de Olivia, él volvió a sonreír por algo, casi parecía como si se le estuviese burlando. O al menos ella tenía la sensación de que se estaba perdiendo de algo.

-Creeme cuando te digo que no te interesa, no necesitás saber nada.

Y comenzó a alejarse nuevamente dejando a Olivia con la palabra en la boca, pero que se sintió bastante reconfortada por el hecho de que se estuviese marchando, tanto que una vez estuvo lo suficiente alejado, soltó un suspiro.

-Mi pequeño niño -imitó la voz de Susana, arrugando la nariz-. La verdad que no eras lo que esperaba -susurró, echándose en el sillón donde él antes había estado sentado y cerró sus ojos preguntándose qué había sido todo eso.

Eyer llegó a su casa con media hora de retraso, para entonces Olivia estaba al borde de un estallo de nervios, pero el muchacho se encargó de explicarle que en el hospital de su padre se había complicado y que le había rogado por su ayuda. Ella, fascinada ante tal acto de generosidad, olvidó el caso y salió fuera de su casa una vez Eyer se lo sugirió. El auto rojo los esperaba estacionado debajo de las escaleras, tan llamativo como su dueño. 

Eyer se encargó de abrir la puerta y cerrarla una vez Olivia estuvo dentro, luego ella esperó a que él diese la vuelta, expectante. En serio todavía no creía que estuviese a punto de salir con el chico más lindo de todo su instituto, incluso de todo el pueblo. Lo mejor de todo, era que ella no se había preocupado en seducirlo, él sólo se había acercado, confiado, pidiéndole su número de celular, entonces Olivia no pudo resistirse a tan encantadora sonrisa. Una vez estuvo dentro, puso en marcha el auto y salieron rumbo a algún lugar el cual Olivia todavía no conocía. 

OLVIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora