Lo odiaba.
¿Cómo podía ser que el humor le hubiese cambiado tan drásticamente por lo que él dijo? O por cómo actuó... Lo que sea, Olivia nunca conoció a nadie tan irritante como él, de eso estaba segura.
Lo odiaba por hacer que estuviese con un humor de perros cuando debería ser la persona más feliz en el mundo, y eso que estaba convencida que no debía dejarse manejar de esa manera por alguien completamente desconocido. Era como depender de él. Pero su actitud tosca le afectaba, nunca nadie -menos un chico de su edad aproximadamente- le había tratado con tanta indiferencia como él lo estaba haciendo.
Se debatía entre buscarlo o quedarse en su cama escuchando una de sus bandas favoritas, aunque una canción era más deplorable que otra y por el momento no necesitaba sumirse en un pozo de depresión. Bueno, no, eso sí que era exagerado.
Soltando un grito ahogado se puso de pie y cuando tocó la manija de la puerta y la abrió, asomó su cabeza por el pasillo para verlo aunque como era de esperarse, él no estaba cerca. ¿Estaría en su habitación? Habitación de ella, mejor dicho, y que él ocupaba temporalmente. Sacó un pie hacia el pasillo y silenciosamente recorrió la distancia hasta la habitación de huéspedes, que estaba al final, apoyándose en la puerta con cautela y escuchando a través de ella, atenta. Pasaron los segundos, minutos, y se decidió en que no había nadie dentro, así que abrió la puerta con afusividad, en caso de que él estuviese allí notase su presencia, pero una vez más soltó la respiración al corroborar que no había nadie allí. Inspeccionó con la vista cada rincón, dando sólo con una mochila azul sobre la mesa de escritorio, si no la hubiese visto se hubiera creído que nadie dormía en esa cama ni despertaba en ese dormitorio.
Antes de irse se sentó unos segundos sobre la cama, esperando nada en concreto, y la imagen de él vino a su cabeza. Sus ojos con expresión audaz, el color de sus labios, y la manera en que la hacía sentir cuando estaba cerca... Oh, por Dios, ¡ella estaba pensando en Fausto!
Abrió sus ojos, revisando una vez más que nadie estuviese cerca y se tiró de espaldas sobre la cama, regañándose mentalmente por el rumbo que sus pensamientos habían tomado.
Y sin premeditarlo, sus ojos se cerraron con pesadez.
Al despertar, la habitación estaba en penumbras, la luz que se filtraba por los costados de las persianas cerradas se había reducido hasta proyectar únicamente un tenue rayo que Olivia se lo atribuía al farol de afuera. Atezorada, se refregó los ojos con los puños de las manos y soltó un bostezo. Había caído dormida y desconocía el tiempo en el que había estado en ese estado. Se puso de pie lentamente, pero en cuando levantó la cabeza y divisó una sombra, volvió a caer sobre el colchón por la impresión. Fausto estaba allí, sentado sobre la silla del escritorio mirándola con ese gesto serio tan común en él, sólo que esta vez se veía más molesto.
Él se puso de pie acercándose hasta llegar a la punta de la cama, donde ella lo vio con los ojos abiertos por unos segundos antes de volver la vista a sus pies descalzos, intimidada.
-Yo... Ya me voy -logró decir, pensando en largarse de allí antes de que a él se le diera por matarla y usar su sangre como spray para las paredes.
-No -su voz fue dura.
Olivia se giró a verlo, asombrada y confundida. Sin poder decir nada.
-Esperá un minuto -le explicó, u Olivia lo tomó como una explicación ante la falta de comunicación.
-Yo me voy -le habló claro, sin intención de obedecer sus órdenes y mucho menos si estas se daban en una habitación con una cama de por medio y la única presencia de ellos dos. Se incorporó, dispuesta a irse sino hubiese sido por la mano que tomó su brazo con fuerza.
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OLVIDA
RomanceOlivia es una chica que vive abstraída en su mundo de fantasía, pero todo cambia cuando es obligada a convivir con Fausto y su sombría personalidad. El rechazo surgirá entre ambos desde el primer momento, pero, ¿puede que detrás de aquel aura de mis...