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Perpleja ante la puerta del baño que permanecía cerrada y que nadie tenía intenciones de abrir, así permaneció Olivia preguntándose qué había sucedido. Aunque tenía una idea bastante acertada -ella lo creía así-: Fausto la había engatuzado para que ella no le molestara. ¿Tanto le desagradaba? ¿Por qué? No encontraba otra respuesta que la conclusión que había sacado mientras oía a Susana hablando con él; él le tenía celos por sacarle el amor de su madre.

Maldito pendejo. Hasta alguien medianamente inteligente entendería que ella no tenía nada que ver.

Ella lo estaba hospedando en su casa y él la trataba como una niña molesta, ella lo intentaba ayudar y él la echaba. Esto no podía seguir así. Olivia soltó un grito ahogado de frustración.

Se creó la guerra entre ambos a partir de entonces, ella no iba a permitir que un crío caprichoso y que se la tiraba de misterioso, ¡y que encima era un suburbano! La tratase como él lo hacía, no le importaba que clase de problemas tuviese, comenzaría a ser ella misma y se dejaría de tonterías.

Ella era Olivia Montivero y no permitiría que nadie -mucho menos él-, se burlase de ella.

Razonó por un tiempo, aunque no tenía mucho que pensar en realidad. Ella quería irse de su casa. No por toda la vida, por el momento se conformaba con un día. Pero Greta no contestaba el teléfono y Olivia estaba segura que ella tampoco estaría en su casa.

-¿Eyer? -tardó en calmarse, pero cuando lo hizo, ya en su habitación, decidió llamar al chico con la esperanza de que le trajera un poco de paz. Además, quería deleitarse con sus maravillosas sonrisas y su espléndida belleza. Por suerte, el muchacho sin tardarse, le contestó con su habitual cordialidad.

-Estoy feliz de oír tu voz, Oli.

-Bueno, eso es dudoso considerando lo horrible que suena por teléfono.

Él soltó una carcajada.

-Te llamo para invitarte a salir -por el tiempo que hubo en silencio, Olivia se dijo que él no se esperaba una invitación por parte suya. Aunque dudaba que alguna otra chica nunca lo hubiese invitado-. A tomar un helado, o lo que sea, algo tranqui...

Comprendía su sorpresa, lo hacía, pero el silencio ya comenzaba a intimidarle. ¿Estaba actuando como desesperada? Estaba desesperada por verlo.

-Me encantaría.

.

Dos de la mañana.

Para entonces la señora Montivero ya terminó por volverse loca, gritando y caminando alrededor del living, donde todos yacían con cabezas gachas. Todos menos Olivia, de quien no tuvieron más noticias desde que se marchó. Fausto les contó sin mucho detalle que había hecho un intercambio de palabras con ella, pero lo que pasó con ella luego de eso era un misterio para los que se encontraban allí.

-Sigo sin entender qué hacés ahí sentado, Gustavo. ¿Por qué no hacés nada?

Esa era la pregunta que repitió desde que Gustavo llegó a su casa hacía media hora (según entendió Fausto, él tuvo que suspender una reunión de trabajo en Buenos Aires para venir lo antes posible a controlar la situación), pero él en esa media hora había hecho tanto que a Fausto le parecía increíble. Incluso hizo más que su mujer, quien no dejó de darle vueltas y vueltas a la habitación.

Fausto cerraba sus ojos con molestia. Oír sus pasos -tac tac tac- resonando entre las paredes estaba consiguiendo sacarlo de quicio, lo que no podría resultar una mezcla recomendable considerando que sus nervios estaban a punto de estallar. Se sentía tan culpable, no, era algo peor que eso. Podría repetirse que ya nada tenía que ver con él, ella actuaba con voluntad propia y -por lo menos creía- clara, no tenía por qué sentirse así. Pero... No sería cierto.

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2016 ⏰

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