El rescate de la princesa Elizabeth

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Un nuevo día, un día más encerrado en esta maldita torre. Todavía no olvidaba lo que había sucedido el día anterior. Esos tipos eran unos traidores... Mi única chance de obtener mi libertad la perdí por el egoísmo de la humanidad. Que vida de mierda. Otra vez me puse a llorar, quién sabe hasta cuando.

Me asomé a la ventana y afirmé que pasaron como dos horas. Ya era casi de mediodía. Seguían pasando el tiempo, las horas, los días, las semanas, los meses... incluso los años y yo todavía desperdiciaba mi vida dentro de esa torre. ¿Qué sentido tenía que viviera si no podía hacer nada con mi vida? Ni siquiera tenía a alguien a quien amar, alguien con quien pasar lo que me resta de vida... así no sería tan trágico. Eso pensaba en ese momento.

Ese día creí que iba a ser el último. Me había puesto a dar un último recorrido a esa sucia torre. Los techos grises, las paredes oscuras, la cocina en penumbras, las esquinas con telarañas... y un millón de cosas más, todas deprimentes. Estaba asomado al balcón, observando el atardecer. Veía a los árboles bailando al compás del viento, las aves deleitando al mundo con su música celestial, el aroma de las rosas y petunias del jardín, el verde color de los abedules en primavera... en fin, un paisaje magnífico que este mundo nos ofrecía a nosotros, los seres humanos. Gracias a ello me conmoví y recordé a mis padres, quiénes me dieron todo lo que pudieron para que viviera lo mejor posible.

Aunque apreciaba mucho sus gestos y y la belleza natural de este mundo, no se comparaban a mi odio respecto a aquella situación en la que me encontraba. Pero, para que mis padres no quedaran completamente destrozados, me dirigí a escribirles una carta, agradeciendo por todo lo que hicieron y para despedirme de ellos.

Sin embargo, mientras me dirigía a mi habitación a buscar una pluma y pergamino, comenzaba a escuchar a lo lejos galopes de un caballo, que parecía que se iba acercando. Me detuve para escucharlo y tratar de predecir sus movimientos. Finalmente el sonido se calló y yo creí que fue producto de mi imaginación, por lo tanto, me volví a encaminar a mi cuarto. Pero de repente, oí golpes en la puerta de entrada. "¿ Será alguno de mis padres?" pensé yo, aunque no solían venir a en ese horario ya que a esas horas solían estar tomando su siesta. El "Knock knock" de los golpes seguía zumbando en mis oídos. Había alguien abajo. Yo no pude espetar ninguna palabra, solo me escabullí por las escaleras hasta mi recámara. A los pocos segundos, llegó a mis oídos el estruendoso ruido de golpes en la puerta con... ¿un hacha? Puede ser. Había un hacha afuera: la había visto por el balcón. Afirmé que entró cuando escuché a la puerta derrumbarse.

-¿Princesa?- gritó - ¿Está usted aquí?-

Me quedé estupefacto. No sabía que hacer, que decir. Huir de alguna manera, aunque de seguro yo terminaba fatal; enfrentarme a ese extraño, que en ese momento desconocía las razones de su inesperada visita; o terminar con lo que estaba haciendo: desaparecer del mundo. Decidí enfrentarme.

-Aquí no hay ninguna princesa- respondí con voz áspera.

-Oyendo su voz, supongo que no- contestó con soberbia - ¿Cuál es tu nombre y que haces en esta torre?

- ¿Le importa? Su vida no cambiaría en nada si supiera ese dato-

Escuché sus pasos, cada vez más cerca, hasta que se detuvo ante la puerta de mi cuarto.

- Caballero, escuche, yo soy el príncipe del reino de Sunnylower por el pedido de ayuda de una princesa que, según había escuchado, había huido a esta torre porque no quería heredar el trono de sus padres, sin contacto alguno de algún otro humano. Unos marqueses que cruzaron esta abandonada torre recibieron una carta de auxilio, y yo supuse que provenía de la princesa Elizabeth del reino de Cottons, la que nombré anteriormente. ¿Usted sabe algo de ella?¿Los rumores son ciertos?¿¡Usted le hizo algo a...-

-Cálmese un poco, mi lord. Demasiadas preguntas- lo interrumpí- Para comenzar yo no le hice nada a la princesa Elizabeth. Si quiere, puedo explicarle todo sin olvidar ningún tipo de detalle. Pero no me haga nada, se lo ruego-

No sabía que estaba haciendo. La verdad enfrentarme de esa manera a un desconocido, encima que yo no sabía comunicarme con humanos a la perfección, era como tirarme por un precipicio. Quién sabía si ese tipo me estaba engañando y no era ningún príncipe: capaz era un ladrón, o peor, el hechicero que me buscaba... al menos, eso pensaba en ese momento. Quién diría que ese encuentro inusual fuera lo mejor que me había sucedido en la vida.

-De acuerdo, caballero. Sólo déjeme pasar-

Me acerqué a la puerta, di vuelta a la llave, y lo dejé entrar.

-Mi lord, escuche, yo...-

-Usted no dirá nada, sólo contestará mis preguntas- me interrumpió - ¿Oyó? - y me amenazó con un sable recién afilado.

- D-d-d-de acuerdo- tartamudeé.

-Perfecto. ¿Donde está la princesa?-

Tragué saliva y luego respondí -La princesa... soy yo-

-¿Qué?- dijo, arqueando las cejas.

-Si... la historia es larga... ¿Quieres oírla?-

-Desde el principio hasta el final-

-Comencemos... mis padres, los reyes de Cottons, querían tener un hijo, pero eran estériles. Así que recurrieron a un poderoso hechicero del reino, aunque también temido. Estos armaron un trato en el que si el hechicero lograba que mis padres tuvieran un hijo (yo), ellos le tendrían que otorgar un título honorífico... en fin, mis padres no cumplieron su parte del trato y el hechicero los amenazó con robarles cualquier hijo varón que llegaran a tener-

-¿Por qué si era varón?-

-Nadie sabe... continuemos. A los 9 meses nací yo. El reino ya sabía que mi madre estaba embarazada así qur tuvieron que crear una gran mentira: había nacido la primogénita, la princesa Elizabeth. Pasó el tiempo y a la edad de 11 años decidieron construir esta torre para que alguien viniera a buscarme y me llevara a otro reino. Y pasaron 8 aburridos años.-

Él quedó boquiabierto luego de mi relato y sus ojos estaban fijos en mí. Eran de color verde silvestre. Me recuerda a los árboles en verano. Muy bello.

-Así que llevas todo ese tiempo aquí dentro...- respondió pensativo -Pero ¿Cómo puedo estar seguro de que es cierto?-

Buen tiro amigo. Justo en el blanco. Se me había olvidado ese detalle. Dude un poco que hacer al respecto, hasta que se me ocurrió enseñarle la insignia del reino de Cottons.

-Permitame un momento- dije mientras buscaba esa insignia y dije -Aquí está. Mirela.- cuando la encontré.

Me la saco de mis manos y la examinó dudoso. Se frotaba la barbilla, tan prominente y limpia de veyo...

-Veo que es de oro de las Minas Gardenia. Muy valiosa... Indudablemente pertenece a la casa Cottons. Este es su escudo con todos sus detalles, príncipe.-

Sonreí. ¿Por qué? No sé.

-¿Vio que no mentía?-

Afirmó con su cabeza y luego dijo: -Príncipe, así que... ¿estuvo aquí durante 8 años? Que espanto-

Baje mi cabeza y dije: -Si...- con vos queda.

Observé de reojo que me miraba compasivo, y empezaba a acercarse... hasta que se sitúo a mi lado. Y me abrazó.

-Me compadezco de usted- dijo.

-Hmm... gracias-

Luego de toda esta conversación, a ciegas y no planeada, me di cuenta que estaba teniendo contacto con un humano... una persona... Luego de tantos años esperando al fin conocí a alguien y ya me caía bien. Era una persona serena, amable y educada. Jamás creí que mi primer contacto humano sería tan exitoso (para alguien que no está acostumbrado a socializar).

-Dime una cosa, príncipe- dijo en voz baja.

-¿Si?-

-¿Cómo te llamas? No nos presentamos-

- Ehmm... claro, nos olvidamos. Me llamo Edward. ¿Y usted?-

-Soy el príncipe Stephen-

Stephen... que lindo sonaba.


Esperando un Final FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora