Tenía Astor cinco años cuando conoció a Anika.
Ella podía tener entonces quince años, o quizá menos. Podían ser incluso doce. Da lo mismo pues, para Astor, ella era ya una mujer, y no una mujer cualquiera si no la primera con la que él había hablado fuera del entorno familiar.
Ella llegó aquel verano y pronto se ganó la admiración de todos los niños. Su larga melena, castaña y lacia, era para Astor un tejido mágico que cogía entre sus manos y acariciaba como esperando que le diera alguna suerte de poder mágico.
Cada mañana, el niño se despertaba pensando cómo ganarse el afecto de Anika. Recoger flores, dibujos, pequeños animales que cogía en el jardín o cualquier otra cosa valía para llamar la atención de la joven.
Pero no era, él, el único niño entre los admiradores de Anika. Había una larga cola de pequeños entusiasmados con la exótica niña y, aunque ella trataba a todos con igual disposición y cariño, Astor se sintió desplazado y traicionado.
En la infinitud de imágenes que Astor guardaba en su increíble memoria, tantos años después, aún destacaba la de Anika, rodeada de niños, mientras él, rojo de decepción y vergüenza, se escondía tras un seto, rogando porque todos aquellos niños desaparecieran y la dejaran para él solo.
Y cuando aquel verano terminó, Anika, se marchó de nuevo. Y Astor nunca volvió a verla. Pero eso no significa que olvidara aquel verano ni aquel primer latigazo de decepción.
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Astor y Naya
General FictionLa primera vez que sus ojos se posaron sobre ella supo al instante que su vida ya nunca más sería la misma. Astor posee un corazón grande y un alma sensible. Cuando conoce a Naya tiene que aprender a vivir con el peso de sus sentimientos.