8. Inseguridad

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Astor tenía cierta inseguridad en sí mismo. Eso de mostrar los sentimientos podía exponerle a las burlas de los demás. Y ¿cómo afrontar un posible rechazo? ¿No sería mejor quedarse al margen y evitar riesgos?

Todavía se acordaba de aquel día, tenía entonces tres años, cuando, en casa de sus abuelos tocó a la puerta una vecina. Quizá tocó para pedir algo de sal o cualquier otro favor. En eso Astor no se fijó. Sus ojos se quedaron fijos en la pequeña figura que acompañaba a la vecina. Una niña de su misma edad con unos ojos grandes y oscuros y una mirada que le engatusó.

Cuando, tras unos minutos, se marcharon. Astor fue corriendo a la cocina y cogió una silla. Volvió corriendo a la puerta de la casa y se subió para llegar a la mirilla de la puerta y ver si aún podía ver a esa niña. Ya habían desaparecido. Allí se quedó un buen rato sin quitar el ojo del pequeño agujero de la puerta por si aquella aparición infantil volvía. Cuando sus abuelos le vieron allí subido, al cabo de un rato, se percataron de lo que ocurría y empezaron a reírse a cuenta del flechazo del pequeño.

Astor, muerto de vergüenza, intentó inventar alguna razón para justificar la situación pero sin éxito. Peor fue cuando a la noche, los abuelos contaban a sus padres, divertidos, la escena.

Definitivamente, las cosas del corazón, era mejor ocultarlas a los ojos del mundo. ¿Qué sabían los demás lo que pasaba por su cabeza y sus sentimientos?

Así se iban formando el carácter y los afectos de Astor.



Astor y NayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora