El sonido de una alarma diferente a la suya desconcertó a Pedro en aquella fría mañana de febrero y el movimiento de un cuerpo escurriéndose de la cama en la inconfundible mañana lo percató de que algo no era igual que siempre.
Apenas sin abrir los ojos, se levantó y se sintió como un extraño en unas sábanas que no eran las suyas. Una luz le hizo abrir los ojos y se vio envuelto en una habitación de hotel.
Era grande y lujosa, a la par que íntima. Unas sábanas suaves, tal vez de algodón egipcio, rodeaban su cuerpo desnudo, que a pesar su edad se conservaba como el de un joven veinteañero, tal y como si hubiera sido moldeado por el mismísimo Dios.
Encontró mucha ropa desperdigada por la habitación, entre la que se encontraba su ropa interior. Sin embargo, la verdadera pregunta en aquel momento era: ¿cómo había llegado hasta allí?Pedro trató de recordar la noche anterior, con poco éxito, simplemente tenía un dolor de cabeza increíble: recordaba una cena, mucha gente, risas, ¿tal vez una cena del partido? Y luego todo se volvía negro... Aunque recordaba haber llamado a su mujer, Begoña. Probablemente, a la vuelta a casa, se habían puesto acaramelados y una cosa había llevado a la otra... Eso tenía sentido.
Su intento de recordar se vio frustrado por el sonido del agua de una ducha discurriendo. Pedro se levantó, totalmente desnudo y se dirigió al gran espejo que había justo al lado de la cama. Se miró durante unos minutos. Tenía los ojos rojos y una jaqueca impresionante. Sin embargo, se vio más atractivo que nunca y, tras unas poses un tanto ridículas y egocéntricas, determinó que necesitaba una ducha, al menos que le despejara y le ayudara a recordar algo más de la noche de ayer.
-¡Begoña! -gritó Pedro, pero sin embargo, no obtuvo respuesta.
"Bueno, siempre puedo meterme con ella en la ducha. Una ración de sexo matinal no le hace mal a nadie. Además, hace tanto que no la veo desnuda... o que, al menos, lo recuerde", pensó Pedro para sus adentros.
Ese mismo día tendría lugar la reunión con el Señor Iglesias, líder de Podemos, para pactar sobre la investidura y necesitaba un impulso que le diera confianza en sí mismo, para no dejarse manipular, y seguro que Begoña sería capaz de dárselo.
Con mucho cuidado, se dispuso a sorprender a su esposa, para lo cual se adentró en el baño cual ninja y se acercó a la ducha. Con disimulo se introdujo en ella y agarró de la cintura a la figura que se emergía delante de él.
-Buenos días, princesa -dijo besándola en el cuello.
Sin embargo, el tacto de la piel le resultó un tanto extraño, como si no fuera el de su mujer, sino más bien la piel de un hombre. De repente, de entre la melena castaña algo grasienta, apareció probablemente la última persona del mundo a la cual Pedro hubiera querido ver en ese momento.
-Princesa no, que es casta.
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Perdona si te llamo Presidente
Fiksi Penggemar¿Qué pasaría si la unión más importante de la historia de la democracia española no fuera meramente política?