Capítulo 2.- Justicia

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El sonido metálico de la medalla recién comprada cayendo resonó en aquel sitio. Yuusei dió un paso atrás, alzó los ojos, mirando a aquellos hombres, mientras despacio se agachaba a coger la bolsa. Los hombres, totalmente quietos, observaban las acciones de Yuusei, cuidadosamente, y algo sorprendidos.

Recuperado del susto, el chico no tardó ni un segundo en ponerse serio, y analizar la situación. Eran cuatro, todos armados con cosas variadas, una espada sucia y corta, un bate, un cuchillo y un par de tonfas. Ya estaba acostumbrado a éste tipo de situaciones, pero había unas cuantas cosas que no cuadraban, entre las cuales, el motivo. Yuusei suspiró, totalmente calmado, y alzó la bolsa hacia ellos.

- Ya podéis rezar para que lo que había dentro no se haya roto. De lo contrario...

Los cuatro se miraron entre ellos, pero no tardaron en recuperarse de que su ataque no hubiera funcionado. El más alto, de unos veinte años, pelo muy corto, casi rapado y vestido con chaqueta rota y negra y pantalones del mismo color, sonrió, con confianza.

- ¿De lo contrario qué? Déjate de amenazas y chulerías. También vamos a presentarnos al examen. Pero pensábamos que esperando en alguna entrada podríamos... Ya sabes. Quitarnos de encima algún rival. Y ya que estás, danos esa bolsa también.

El chico, lejos de asustarse, echó a reír despacio, mientras negaba con la cabeza. Dio dos pasos atrás y despacio, bajó la bolsa hasta depositarla en el suelo, sin dejar de mirarlos. Fue entonces cuando comenzó a hablar.

- No se quienes sois, ni porque hacéis lo que hacéis, pero os diré algo -Dijo el chico, mientras, sonriendo, comenzó a avanzar hacia ellos- A mi no me engañáis. Primero, vuestras armas. No lleváis dónde esconderlas, o una simple vaina, lo que me dice que o las habéis cogido aquí mismo, o alguien os las ha dado. Y en una tienda, que yo sepa, no dejan entrar armas y menos desenfundadas. Segundo, sólo con miraros, puedo decir que no tenéis ni la mitad de lo que hace falta para ser un simple aspirante al examen. Tal y como sois y estáis no podríais haber avanzado hasta aquí. Así que o sois los típicos maleantes que quieren una simple identificación, o unos vulgares ladrones. Sea lo que sea, os recomiendo iros, antes de que os hagáis daño.

No hubo respuesta, al menos, no una en la que se usaran palabras. Los cuatro reaccionaron a la vez, y con rabia ante las palabras de Yuusei. Entre una gran retahíla de insultos, los hombres se abalanzaron rápidamente sobre el chico, con las armas en alto, preparadas para realizar los golpes y cortes que fueran necesarios.

Yuusei por su parte, amplió su sonrisa. Hacía tiempo que no peleaba, y necesitaba mover su cuerpo un poco. Él había entrenado al principio por su cuenta, viendo videos, yendo a gimnasios, y poco a poco aprendió a dosificar su fuerza y algunas técnicas de artes marciales. El resto, entrenamiento matutino, el cada día practicar todo lo que sabía, el fortalecer el cuerpo con ejercicios generales... Pero sobre todo, paciencia, tesón y esfuerzo. Gracias a aquello, se volvió fuerte.

Lo más básico para él, eran la calma y la observación. Eran cuatro, si, pero tal y como venían no podían atacar a la vez y sincronizados, lo que hacía la tarea varias veces más sencilla. Yuusei avanzó con un pequeño paso hacia el primer ataque, el hombre del pequeño cuchillo, que intentaba, como su compañero antes, apuntar a su cuello. Agarró la muñeca del sujeto a una velocidad varias veces superior a la de ellos, esquivó el ataque moviendo mínimamente su cuerpo a un lado, y con su mano libre, y un movimiento rotativo de la cintura, asestó un puñetazo fuerte y limpio en la zona de la boca del estómago del hombre, lo que le dejó sin respiración y lo tumbó en el suelo.

Yuusei inspiró un poco de aire en una fracción de segundo, ya que el segundo ataque estaba por llegar. Otro hombre, el de las tonfas, se acercaba rápidamente por su lado derecho, dispuesto a golpearle la sien. Abrió las manos, hasta ponerlas totalmente rectas y con su velocidad y reflejos, golpeó con las dos palmas en los oídos de éste, con fuerza y decisión. Automáticamente, entre el daño interno de los oídos y la fuerza empleada, cayó inconsciente en el suelo.

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