II

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—No se preocupe, señora Ericka. No tenía nada más que hacer en casa. Además, necesito del dinero.

Ella sonrió, parecía que le había encantado la respuesta de Becky.

—Muy bien, cariño. Ve y atiende a tantas llamadas como puedas, tenemos un día muy ocupado hoy.

Becky asintió caminando hacia su escritorio correspondiente. En el enorme salón se encontraban pequeñas paredes de madera muy fina que dividían cada oficina. Eran sólo tres paredes en cada oficina y en esa se encontraba un escritorio pequeño, una computadora portátil, algunos cuantos portafolios que la misma Becky había traído de su casa y por último un par de cascos con micrófono inalámbrico que le servía para comunicarse con los clientes.

Ella suspiro sentándose en la pequeña silla giratoria de cuero. Rebecca odiaba este trabajo, todo el tema de empresas, computadoras, conteo, edificios grandes y todo lo relacionado a cuestiones de la bolsa le afectaba; le hacía recordar a su familia. Cada día que pasaba en ese pequeño espacio junto a sus compañeras de trabajo, ella se sentía más abrumada. La única razón por la cuál ella seguía controlando sus deseos de irse, era su sueño. Su sueño la mantenía viva. La esperanza de ahorrar lo suficiente para pagar su carrera.

Habían pasado minutos, casi horas y el teléfono aún no sonaba; lo cuál, le parecía raro ya que todos sus compañeros de trabajo parecían estar muy ocupados atendiendo llamadas excepto ella. Tal vez habían desconectado su línea porque pensaban que ella estaba ausente.

—Lili ¿Podrías verificar si estoy conectada a la red por favor? -Le preguntó Becky a su compañera de al lado. Su compañera de cabellos dorados asintió. Ella era una mujer muy simpática, tenía un hijo que mantener y era madre soltera; por esa razón, ella estaba trabajando aquí.

—Sí estás dentro. Trataré de decirle a Johan que te transfiera una llamada.

Becky asintió. No le molestaba nada no tener que trabajar, la mayoría de veces las llamadas eran para preguntar cosas muy estúpidas. Cosas que cualquier persona debería saber; pero a veces por no escuchar quedan como ignorantes, pensaba ella.

Habían pasado otros quince minutos y ella aún seguía sin hacer nada. Estaba a punto de quejarse con su jefa y preguntarle si le estaban jugando un tipo de broma, cuando el teléfono sonó de imprevisto. La computadora dejó ver el número de la persona en la pantalla. Era de otra zona. Becky se apresuró para conquistar el teléfono antes de que la única persona que le había llamado, colgara.

Apretó apresuradamente el botón de aceptar, se puso los cascos y estuvo lista para responder cualquier pregunta estúpida.

—Buenas tardes muchas gracias por llamar a Century inc. Una gran compañía de seguros de vida ¿En qué puedo ayudarle?

Becky no escuchó ni una palabra al otro lado de la línea. Simplemente una respiración entre cortada, algo que le recordó a las muchas películas de terror que ella había visto mucho antes.

—¿Hola? —volvió a preguntar ella. A lo lejos ella podía escuchar como música clásica sonaba. Era de un piano sin duda alguna, cada nota sonaba con bastante tranquilidad. Era como una canción lenta, al mismo tiempo terrorífica que le causaba depresión y hacía que un pequeño escalofrío recorriera su espina dorsal.

—Hola. —Dijo una voz ronca al otro lado de la línea. Era un hombre y por el sonido de su voz, Becky pudo adivinar que se trataba de un hombre mayor.

—¿Con quién tengo el gusto de hablar? —preguntó Becky con ese tono amable que siempre acostumbraba usar cuando estaba hablando por teléfono. Un tono muy fingido para su gusto.

—¿A caso eso importa? ¿A caso mi nombre te va a decir cuál es mi problema? Lo importante es saber como me siento ¿No es así?

Rebecca se sorprendió por su contestación. En los cinco meses que ella había estado trabajando allí, nunca había escuchado a alguien responder de esa manera. Su tono fue grosero; pero al mismo tiempo cansado, su respiración aún se podía escuchar. Becky no supo que decir o que hacer, se había quedado muda.

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Sin EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora