No te quiero decir adiós.

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No te quiero decir adiós.

Entiéndeme, me resisto a dejarte ir porque siempre has sido todo lo que venía después, y ahora que te vas se me caen de las manos los mañanas contigo.

Escribo sobre la tristeza sólo porque le tengo un pánico aterrador y no quiero que me sorprenda, pero luego me imagino sin ti y la hija de puta me deja con los pantalones bajados de una hostia mientras me dice: 'escribirlo no es conocerlo.' Entonces el invierno se me atornilla en la garganta mientras tú te vas y yo, yo me pierdo.

Y de repente Albacete es la ciudad más grande del planeta.

Voy a tientas por la vida, buscando puentes cercanos porque el suicidio siempre fue la huida más poética, callejones sin salida para poder llenarme las manos de excusas, corazones empezados para no tener que darles el mío, camas a las que no me quedo a ver bostezar para evitarme soñar. Me enseñaron a escribir y se olvidaron de explicarme cómo usar las palabras, mis intentos fallidos dejaron el amor y mi valentía tirados en la cuneta, y soy capaz de gritarte que te quiero mientras corro en la dirección contraria.

Cualquiera te diría que no soy recomendable, y estaría en lo cierto.

Pero ellos no saben que a pesar de que la palabra huida me ajusticie cada noche y el miedo que me atora sea de los más temibles -esos que no tienen nombre-, aunque huyera de ti asustado cada vez que cerrabas los ojos, aunque solo sepa desnudarme ante un folio y contigo sólo sea capaz de quitarme la ropa, aunque nadie supiera ver -ni siquiera yo- que eras mi cura, aunque no supiera lo que quería solo sé que quería que estuvieras tú en ello, porque tenerte conmigo fue como recuperarme, ser consciente de que mi miedo quedó herido de muerte al verme de tu mano, mirarte fue creer de nuevo en las ventanas -las que dan aire- y coger aire para besarte siempre será la mejor manera de besar que existe.

Nunca hubo tanta paz en mi vida como aquel día que apoyado en tu regazo me contaste tu infancia. Lo confieso, pensé: ojalá mis hijos sean como el y lleven su alma.

Ahora todos mis mañanas se han quedado sin hueco en tus semanas, no me esperas pero estás precioso cuando no lo haces, no estás al otro lado y yo tengo que dejarte ir de mí, también, tampoco, porque te mereces un mundo sin final y batallas ganadas, una paz que lleve tu nombre y alguien que te lleve al cielo, que es lo único que está a tu altura.

Yo, por mi parte, te diré que te entiendo, y lo respeto.


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