4. Por dentro

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La verdad es que seguía sintiendo curiosidad por el afán de aquel hombre hacia su librería. ¿Sería por su familia? Hasta ahora no habíamos podido ver ni una mujer, hombre o niño por las calles... ¿Será que su familia ya no está en este mundo? ¿Un accidente? O, por otra parte, ¿y si nos ha engañado? Puede que sea un asesino en serie y al llegar la noche decida torturarnos de mil maneras diferentes y cortarnos en trocitos pequeños.

- Cuidado con este escalón, está un poco suelto. - dijo el señor Williams.

No, no creo que sea un asesino, pero sí que parece que esconda algo entre estas paredes... O quizás solo es sensación mía.

- Bien, espero que no os haya parecido mal que decidiera instalaros aquí encima de la librería. Este pueblo está un poco desierto y entendí que no conocíais a nadie de por aquí, así que pensé que os vendría bien y además tenéis el trabajo muy cerca. - dijo riéndose.

- Muchas gracias por acogernos aquí señor Williams, además económicamente no estamos como para... - no acabé la frase por culpa del codazo que me dio mi padre.

Supuse que mi padre quería quedar bien, este hombre parecía tener mucho dinero a pesar de vivir en un pueblo como este, su librería estaba muy bien cuidada y no querría que pensara que veníamos allí para quitarle lo que es suyo. Vi de reojo cómo el señor Williams sonreía mirando al frente. Se daría cuenta del codazo.

- Señor Williams, muchas gracias. Tenga por seguro que en cuanto podamos nos instalaremos en otro sitio y podrá estar tranquilo en su casa sin que le molestemos. - dijo finalmente mi padre.

-No es ninguna molestia señor Jones, además aquí hace tiempo que me siento muy solo...

No parecía que fuera un hombre malvado, parecía más bien un hombre triste y solitario. Quizás habíamos hecho bien al venir aquí (no estaba muy convencida de ello al principio), ya que además de poder ganar dinero, al parecer el hombre estaba dispuesto a pagarnos muy bien, le haríamos compañía al pobre.
Por fin llegamos al final de la escalera y pude dejar las maletas y bolsas en el suelo jadeando como si acabara de correr una maratón de 300 kilómetros. Cuando alcé la mirada y pude observar el pequeño apartamento que nos esperaba, abrí los ojos como platos; no era absolutamente nada parecido a como lo imaginé. Tras subir el último tramo de escalera te encontrabas de frente con el salón. Había una lámpara gigante con 35 bombillas contadas justo en medio que iluminaba cada rincón de la habitación, dos sofás justo debajo de ella situados perpendicularmente entre ellos donde podían caber mínimo 8 personas, un televisor más grande que todo mi cuerpo entero, justo al lado una mesa que parecía de madera fina con 6 sillas alrededor que parecían estar en su sitio habiéndolo planeado al milímetro, al otro extremo un armario el doble de alto que yo lleno de vajillas de oro y plata... No podía creer estar viendo aquello y no me hacía falta ver la cara de mi padre para comprobar que él estaba tan sorprendido como yo.

- No os quedéis mirando, pasad, pasad.

No me salía decir ninguna palabra, seguía maravillada de lo que veía y sin darme cuenta se me había olvidado incluso que llevaba maletas. Tras pasar el salón y girando hacia la izquierda te encontrabas con la cocina. Parecía una de esas cocinas que te encuentras por las revistas, brillantes y muy bien diseñadas. Predominaban el color gris y el color negro creando una perfecta combinación entre ellos en cuanto a muebles y objetos. Tampoco es que sepa mucho de cocina pero esta en concreto parecía muy elegante. De fondo escuchaba al señor Williams explicándole a mi padre detalles sobre la casa, pero yo prefería investigar por mi cuenta.
Nada más salir de la cocina, enfrente, había un cuarto de baño. No pude verlo muy de cerca ya que, cuando estaba entrando, me interrumpieron.

- Ese es mi cuarto de baño, vuestras habitaciones y vuestro propio cuarto de baño están más al fondo. - dijo el señor Williams un poco nervioso.

No sé si sería por vergüenza o por cualquier otra cosa, pero cerré la puerta y seguí investigando. Al fin llegué a la habitación que parecía estar hecha para mí. No pude evitar reírme ya que la decoración parecía estar hecha para una niña de 8 años como máximo pero la verdad es que me parecía muy bonita igualmente y no pretendía cambiarla.

- No sabía qué edad podrías tener así que la decoré como mejor me pareció. - dijo el señor Williams mientras entraba a la habitación detrás de mí.

- Tranquilo, es perfecta. - dije sonriéndole.

La verdad es que siempre me había gustado tener una montaña de peluches por la habitación y además estaba toda pintada de un color rosáceo no demasiado chillón que hacía de la habitación muy acogedora. Agradecí que almenos la cama estuviera hecha a mi medida, aunque tampoco es muy difícil porque no soy una persona muy alta.

- Si necesitaras que cambiara alguna cosa solo tendrías que avisarme y lo haría encantado. - dijo el señor Williams acercándose lentamente a mí con la mirada clavada en mis ojos.

- N-no... Está bien así señor Williams. - dije un poco nerviosa.

- Por favor, llámame Daniel. - me dijo sonriendo. - tampoco soy tan mayor como para acostumbrarme a que me llamen señor todo el tiempo.

Hasta ahora aún no me había fijado en el color de sus ojos; un color grisáceo que con la luz parecían un poco más azulados. Seguía mirándome sonriente así que aparté la mirada porque estaba poniéndome ya muy nerviosa.

- ¿Puedo preguntar qué edad tienes? - dije mientras cogía un peluche de un gato gris.

- ¿Cuál crees que tengo?

- Mmmm... ¿Unos 35?

- Casi. 36, te ha faltado un año.

- Se podría decir que he acertado. - dije riéndome.

Sabía que no sería mayor que mi padre, el cual tiene 47. Parecía un hombre muy simpático y la verdad es que no era desagradable a la vista. Tenía el pelo castaño y no muy claro, una nariz no demasiado grande y unos dientes blanquísimos. Parecía estar bastante en forma por la forma en que se movía y me hacían gracia sus pies porque eran muy pequeños.

- Ven, vayamos a ver cómo le va a tu padre con su habitación. - dijo mientras se ofrecía para cogerme la mano.

Me quedé un rato pensando si cogérsela o no, pero al final concluí que tampoco pasaría nada si lo hiciera.
Al cogérsela, noté enseguida que su piel era muy suave y sin darme cuenta estaba acariciándole. Me recordaba mucho a los anuncios en los que salen bebés sonrientes haciendo publicidad de una crema que supuestamente consigue que tengas la piel tan suave como un bebé. Cuando levanté la cabeza me estaba mirando con esos ojos grandes y grisáceos. De la vergüenza le solté la mano y salí de la habitación a buscar a mi padre.
También parecía estar encantado con su habitación y le invité a acompañarme a investigar nuestro cuarto de baño. Era bastante grande, con una bañera blanca en el fondo, dos pilas para cada uno (mejor, así no nos tendríamos que pelear cuando nos laváramos los dientes), un retrete también blanco y un mueblecito pequeño con diversas estanterías para colocar nuestras cosas. A todo esto, el suelo estaba lleno de baldosas azules con un dibujo de una rosa en cada uno; era muy bonito.

- Y bien, ¿qué os ha parecido?

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