Durmiendo con las ratas

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Yeri recorría las múltiples y estrechas pasarelas casi sin darse cuenta. Su cuerpo estaba completamente acostumbrado a transitar esos millares de caminos que componían la vía por la cual todos los trabajadores que vivían bajo el nivel del mar. Ella solo se dejaba caer dos metros, caminaba un poco, saltaba desde una saliente para aferrarse a un barandal, subía un par de escaleras, se deslizaba por entre dos viviendas, pasaba por debajo de unas vallas, evitaba un par de conductos del drenajes... Kraska la seguía a duras penas y la llamaba tan fuerte como podía pero ella no parecía escuchar. Algunos transeúntes se voltearon para mirarlos, pero la mayoría los ignoraron y desestimaron para poder continuar con sus propios asuntos más urgentes. Yeri siguió su irrecordable danza hasta que, para fortuna del exhausto Kraska, se coló por entre una ventana sin apenas producir el más leve ruido.

Kraska cayó sobre un colchón que parecía más antiguo que el tiempo mismo, el cual liberó una pequeña cantidad de polvo cuando el joven se posó sobre él. Kraska contempló la habitación con la boca cerrada, anormalmente cayado. El cuarto estaba lleno de varias colchas similares a la suya, viejas, sucias y delgadas como el grosor de una sombra. Al menos con la luz que entraba por detrás suyo fue capaz de contar 7 colchones siendo utilizados por unos niños pequeños y delgados que debían ser los hermanos y hermanas de Yeri. El único sonido que perturbaba los ronquidos de la familia de la aspirante a ladrona, era el suave golpeteo que hacían las ratas al caminar por entre los muros, buscando una migaja inexistente que consumir. Yeri estaba frente a él con el rostro oculto por las sombras.

-Puedes dormir sobre ese colchón sobre el que estás parado.- No parecía estar siendo brusca a propósito mediante su tono de voz, pero sus palabras fueron inesperadamente frías.- Volveré en la mañana y te diré una forma de agradecernos la hospitalidad. Buenas noches.

Salió por la puerta sin mirar atrás. Miró por la ventana por la que había entrado y entre todos los edificios que cubrían el panorama, fue capaz de ver la luna ocupando un pequeño parche de cielo. La única gota de esa clase de luz tan tenue que sólo la naturaleza es capaz de mostrar, rodeada de un mar de poderosos fulgores de múltiples colores neones que pendían sobre la calle. Kraska continuó mirando por la ventana y, en esa misma posición, fue como terminó dormido.


Yeri caminaba por los pasillos del orfanato que apenas se mantenía en pie, y solo le tardó un par de minutos llegar a su habitación. Una sensación de tristeza la iba embargando de piez a cabeza. La impotencia por no poder ayudar a nadie era demasiado palpable dentro de ella. De verdad quería redimirse para con su familia, pero simplemente la opción de dejar su vida era algo que estaba descartado. "Ella" jamás le permitiría desertar. No podía permitirse gastar dinero en algo que no fuera su grupo. Pero si ella no lo hacía... quizá otra persona podría. Si "ella" no se enteraba de Kraska no tendría que entregarlo.

Yeri llegó a una puerta desvencijada y muy desgastada, la abrió y entró dentro de la casi desnuda habitación. Dentro de la habitación solo había un viejo escritorio y un par de sillas. En una de las desnudas paredes, una ventana abierta de par en par dejaba entrar una minúscula brisa. Dentro de la oficina hablaban dos personas. Una mujer de 40 años charlaba con tranquilidad con una veinteañera que estaba sentada en el borde de la ventana con un aire de superioridad. La señora era la dueña del edificio completo y también de los niños que en el dormían. Su nombre era Fersa. Vestía una harapienta camisa, ya grisácea con el pasar de los años, unos jeans rasgados y raídos y unas botas manchadas de barro. Sus ojos, originalmente verdes, estaban empezando a tornarse grises por las incipientes cataratas y su cabello castaño caía por su espalda en total desorden, salpicado de vez en cuando por alguna que otra cana. Por el otro lado, la joven de la ventana respondía al nombre de Maintin. Era alta para su condición de fémina, casi 1,90 y también tenía una musculatura desarrollada. En definitiva una complexión de matona perfecta. Su vestimenta consistía en una musculosa negra y uno jogging transformado en un short a base de cortes muy irregulares. No tenía calzado. Llevaba el cabello negro muy corto y su piel negra se mezclaba con la oscuridad que entraba por la ventana.

-Veo que ya llegaste Yeri.- Le dijo Maintin con la barbilla ligeramente levantada.- Serma me comentó tu gasto. Supongo que ya lo dejaste en nuestro galpón ¿no?.

-Si está seguro allá. ¿Por qué viniste?¿Necesitas que vaya con la jefa o algo?- Dijo Yeri lo más calmada posible.

-De hecho si. Es tu turno de ir a buscar Trastornadores. La verdad es que tu no vas desde hace rato con nuestro proveedor.- Lo dijo con calma. Ella no sospechaba nada. Yeri sabía que no podría pensar nada por ella misma.

-Esta bien. Ire en la mañana. ¿Cambiamos de proveedor o seguimos con el mismo?

-Ronzak sigue a cargo pero cambió de local. Recuerda que siempre puedes quedarte un par.

Dijo eso y luego salió por la ventana. Fersa se permitió dar un largo y profundo suspiro, para luego hablar con una leve ronquera.

-Vino para revisar el estado del lugar y de los niños.- Miraba hacía el suelo, evitando cruzar miradas con Yeri.- Supongo que sobreviviremos una semana más. Deberías descansar. Mañana tienes que ir a buscar ese paquete.

-Fersa, no te han dado el permiso, ¿verdad?- Unas pequeñas lágrimas resbalaron por ambas mejillas casi al unísono. Fersa salió rápido de la habitación sin dedicarle una mirada ni una sola vez.

Fersa era la directora del orfanato. Al igual que muchos otros niños, Yeri había crecido en ese mismo sitio toda su vida y, a pesar de que siempre había sido igual de deplorable, antes se podía contar con el amor de Fersa y las demás mujeres que allí trabajaban. Pero las cosas no habían sido de esa forma desde que Yeri fue capaz de independizarse.

"Ella" no lo permitía. Sabía lo que debía hacer para alcanzar las riquezas y no tenía moral suficiente como para dejar a un pobre montón de niños en paz.  




El miedo en tu menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora