Kraska se despertó apenas comenzó el estruendo. El entrechocar de miles de aceros recorría simultáneamente todos los rincones del agujero que era la ciudad. Los muros vibraron al igual que todos los días, anunciando el comienzo de otra inagotable jornada de trabajo. Kraska sintió el retumbar de los metales dentro de su propia cabeza. Ya se sentía despejado, más calmado que la noche anterior.
Él no tenía el menor interés en salir. Tan solo deseaba quedarse allí hasta que Yeri volviera. Kraska se permitió contemplar la habitación por segunda vez. Su nuevo vistazo le permitió ver más de lo que había conseguido atisbar la noche anterior.
Los colchones que había visto la noche anterior, estaban ocupados por niños, todos harapientos y delgados. Sus edades no parecían enfocarse en un numero en especifico e iban desde los 5 a los 12 años. A pesar de haber mayor predilección a los niños en cuanto a números, la habitación estaba bien surtida de niñas. Sus ropas eran viejas, descoloridas y estaban muy deshilachadas, encargándose de cubrir, apenas lo necesario. Sobre su aspecto físico, no había demasiado que decir. Sus tonos de piel oscilaban entre el negro y el cobre. Todos parecían tener el cabello de color negruzco, pero era difícil determinar si lo tenían así desde su nacimiento, o si la mugre volvió el pelo de todos a ese color tan similar.
Pero no solo eso podía distinguirse del cuarto. Todos los niños, tenían una aguja saliendo de sus brazos, la cual les suministraba un líquido de un color naranja a través de unos tubos extremadamente finos. La sustancia que recibían venía de un enorme bolsa común que pendía del techo. Esta, ya había sido vaciada hasta la mitad.
Un olor repugnante salía de los sucios colchones. Kraska no necesitaba asomarse a ver para saber cuál era la fuente. Sin embargo, se inclinó sobre la colchoneta más cercana para confirmarlo. Las ropas y el colchón mojados resolvieron sus dudas. No le produjo gran repulsión, pero si se preocupó por los pequeños y sus condiciones de vida.
Kraska se dejó caer en su lecho mientras limpiaba sus labios con su manga. No pasó mucho antes de que alguien viniera a buscarlo. Y ese alguien era Yeri.
—Oh...Ya estás despierto—le dijo Yeri un poco sorprendida. No le sorprendía que estuviera despierto. Lo que encendía su curiosidad era el hecho de que aún seguía allí.— ¿Quieres venir a comer algo?
—¿Quienes son estos niños?— Kraska no esperó ni un solo momento para interrogarla.—Y ¿Por qué están así?
Yeri no pareció sentirse incómoda de ningún modo o al menos eso fue lo que vió Kraska. En el fondo, ella odiaba ver esa sala, al igual que muchas de las habitaciones de aquel agujero de mala muerte.
Estos niños nunca podrían gozar de una vida normal. Todos las semanas eran sedados con poderosos trastornadores, los cuales los mantenían en un profundo sueño durante días. Solo dejaban este estado para hacer una cantidad mínima de ejercicio, lo suficiente como para no atrofiar sus músculos demasiado.
Había dos razones por las cuales ellas habían tomado medidas tan extremas. La primera razón era que todos los ingresos que se les entregaban a Fersa y a Yeri para mantener a los críos, era firmemente regulado por "aquella mujer". Esa vieja y derruida casucha estaba ocupada de forma ilegal y tampoco es que los sobornos mes a mes para ser "olvidadas" por el monitoreo constante salieran muy baratos. Era necesario asegurarse de que aquellos niños vivirían lo suficiente como para poder llegar a su adolescencia. La segunda razón, era el motivo por el cual ese lugar era mantenido. La jefa del proyecto siempre necesitaba más personal para poder asegurarse la repartición de trastornadores ilegales por toda la ciudad. Siendo la banda más grande, siempre se tenía una reputación que mantener. Aquel era uno de los tantos centros donde se preparaba a todos los huérfanos que podían conseguir. Se los acostumbraba a vivir en la más absoluta de las miserias, aborreciendo su vida mientras que a Yeri y Fersa se les encargaba el actuar como las peores zorras nunca antes paridas. Luego se les inculcaba en la cabeza a la verdadera malvada como si de una diosa se tratase, incitando la veneración de su persona. Esto hacía que cuando ellas les diera la más mínima insinuación de ayudarla en su grupo, nadie fuera capaz de dar un no por respuesta.
Yeri y Fersa estaban agobiadas de todo eso. Ambas deseaban tirar la toalla, dejar a los niños en paz y cortar comunicación con aquella que había iniciado todo esto. No solo debían soportar la constante vigilancia de sus superiores sino que además estaban obligadas a sentir todo el peso de las miradas de las jóvenes mentes que se habían visto obligadas a arruinar. Los largos meses de hacinamiento constante y todas las faltas que sufrían durante su crianza transformaban su carácter. Lo único que evitaba que ambas despertaran con un corte en sus gargantas era una constante pero discreta vigilia.
Kraska no tenía porqué saber alguna de esas cosas. Además, si necesitaba ayuda, debía ponerlo de su lado. Yeri obviamente supuso que él no la ayudaría si le decía que trabajaba para la causante de todo eso.
—Oh bueno, perdona que no te lo haya dicho —Yeri tuvo que inventar sobre la marcha.— Pasaste la noche en este orfanato. Trabajó aquí. Estos niños están reposando por una cuestión médica. Los doctores los sedaron ayer, antes de que llegaramos. Necesitan su reposo, pero deberían despertar pronto.—Si. Yeri aún confiara en la suerte, habría cruzado los dedos. No era una mentira muy buena.— Como sea, no debemos perturbar su sueño. Me gustaría poder darles mejores camas pero no podemos pagar la estancia de ninguno. Nos encargaremos de bañarlos luego.— No necesito mentir en ese momento. Su tono de voz era sincero, puesto que de verdad quería ayudarlos.
—Okey... Supongo que iremos a comer ¿no?— Kraska dejó de dudar y solo cedió ante las ansias de su estómago. Quizá, solo por su propio bien, se mantuvo ignorante.
—Claro, claro— soltó Yeri más aliviada.— Oye, me preguntaba si estarías a ayudarme un poco con un trabajo del que tengo que encargarme— esta era la pregunta fundamental, lo más importante para tratar de mejorar la situación de aquellos críos.
—Sí, tenlo por hecho— respondió Kraska preocupándose más por el hambre que por el cobro de favores.
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El miedo en tu mente
AventureNuestras mentes son capases de hazañas que muchos de nosotros ni siquiera alcanzamos a imaginar. Podemos imaginar a la bestia más sanguinaria, o al dios más compasivo. Somos capaces de comprimir miles de años dentro de ellas. Verdaderos maratones se...