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Vuelvo a verla después de un tiempo, mucho después de terminar de escribir. Me agradece, todavía no leyó el manuscrito pero me agradece de todas maneras por haber contado su historia. Sabe que las palabras en papel son más difíciles de olvidar.
Ella está bien, algo más flaca, algo más cansada pero bien. Dice que encontró una carrera que le gusta, dice que le va bien. Dice también que lo de Santina quedó en el pasado, junto con los demás amores fallidos. Que volvió a la iglesia y eso hizo que mejorara su relación con sus padres. Pero con los ojos me dice que no, que no está tan bien, que sigue triste. Le pregunto qué pasó con Santina después de todo.
Me cuenta que sus padres se comunicaron con los padres de su amiga. Que les contaron toda la historia, pese a que las dos ya habían acordado un discreto silencio. Los viejos de Jari casi obligaron a que Santina comenzara una terapia, algo que finalmente jamás se llevó acabo.
Ella me cuenta que sigue viéndola, que no se habla del tema, que nadie quiere recordar esa época. Que todo eso quedó como un cuento lejano, como un comic, una historieta. Al final, nadie sabe de verdad qué paso: si Santina estaba realmente enamorada de Jari o si solamente era una broma que se le fue de las manos.
Le pido que se cuide, y que nos mantengamos en contacto. Nos saludamos y seguimos caminando, cada una por su lado, como desconocidas. Me llama, corre los pasos hasta mí y me dice: "No te conté, conocí a alguien". La invito a tomar un café, después de todo, todavía no sé de qué se va a tratar mi próximo libro.
C.L.

ChubascoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora