Capítulo 8

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-Eres un cretino.
-Y tú eres mía.
Las palabras resonaban en la cabeza de Anahi. Alfonso se había lanzado a su boca en un beso posesivo y animal, que para su desgracia, había hecho que le flaquearan las rodillas, haciéndola débil y dejándola a su merced. 
Después la había soltado y la había mirado con arrogancia, y a pesar de que su cuerpo temblara, ella había usado su mente, despejándola, y se había defendido.
-No soy de nadie –había dicho- oíste? nadie es mi dueño…
-Tu cuerpo es mío –había susurrado él, acariciándole la espalda, y ella había temblado- ¿lo ves?
-Te odio –escupió soltándose.
-Me deseas… -la contradijo él.
-¡Más quisieras!
-Tan solo quiero que te quedes… eso es lo que quiero.
-Deseo ¡NO! concedido. 
-No es un deseo, Anahi, es un hecho. Solo te tengo que tocar para que te derritas, y diciendo unas palabras te quedarás más aquí… incluso sin hablar no podrás irte.
-¡Eres un maldito arrogante!
-Todo lo que tú quieres, bonita. Pero piénsalo, ¿no es mejor que no te resistas?
-Te odio.
-Te repites. Ya te dije que me deseas… igual que yo a ti… -Anahi abrió la boca para quejarse, para gritarle, para hacer que se tragara sus palabras, pero no pudo; él la miró con aquellos ojos que la ahogaban y toda palabra sensata huyó de su mente- será mejor que vayamos a mi casa. 
-No.
-Allí están tus cosas –dijo él. Y ella fue detrás cuando comenzó a andar. 
Se detuvo a ponerse los zapatos sin avisarlo, pero supo que él se había dado cuenta, ya que oyó que se paraba en seco. 
-Estúpido, arrogante, imbécil,gusano… -farfullaba Anahi, en un tono muy bajo, mientras se colocaba los zapatos. 
-¿Vienes o no? –preguntó asomándose, ella no contestó, «como si tuviera otra elección», tan solo le había mandado una mirada asesina, que él había respondido con una sonrisa- Te ves preciosa cuando te enfadas…
-Vete al infierno.
-Vendrás conmigo –dijo él. Anahi apartó la mirada.
Una vez se puso los zapatos, entró al cuarto de baño, y se miró al espejo, después de hacer una mueca, intentó parecer presentable. 

Diez minutos después, iban hacia la casa de Alfonso en el coche silencioso.
Nada más llegar, Anahi comenzó a andar hacía la escalera, quería desaparecer de su vista, y que él desapareciera de la suya, no quería verlo, no quería olerlo, sobre todo porque se sentía vulnerable. 
-Ya sabes, Anahi… -su voz la paralizó- todo será más fácil si aceptas… solo pon la cantidad de dinero –dijo él. 
-Te va a salir caro… 
-Todo vale la pena, cariño. Tú vales la pena. 
-Te odio.
-Lo sé. Pero tu cuerpo me desea, y eso es lo importante. 
No dijo nada. Solo subió hasta su habitación donde se encerró, donde estaba ahora, sentada en la cama, con el billete sobre sus manos, el cual ya no podía utilizar, quizás, si llamara por teléfono, quizás podría hablar con Ricardo… si le explicara la situación él le enviaría el billete de vuelta. 
Si, eso haría. 
Corrió a su maleta, donde rebuscó hasta encontrar el número de teléfono de aquel dichoso hombre, a pesar de que lo odiaba no le quedaba otro remedio. No había otra solución. 
Suspirando, descolgó el teléfono. 

Alfonso miró el líquido color ámbar de su copa y se quedó pensando en silencio. ¿Qué diablos le pasaba? 
Ese no era su estilo. Jamás en toda su vida había amenazado a una mujer… ni la había obligado a hacer algo que no quisiera. 
Sabía que si Anahi iba a su cama sería por voluntad propia, sabía que solo tenía que tocarla para que ella se derritiera en sus manos y eso le fascinaba… le encantaba, lo excitaba. 
Quería tenerla una y otra vez, disfrutar de ella, de su maravilloso cuerpo. Quería enterrarse en ella sin descanso. 
Más ella quería volver a su casa. Y él no la dejaba. 
No se entendía. No comprendía su propia actitud. Se suponía que tenía que deshacerse de ella lo antes posible, tan solo tenía pensado disfrutarla una noche, tan solo una y ya había pasado, se había acostado con ella, le había arrebatado su virginidad, y se había sentido dichoso. Se sentía como un cavernícola. Su mente no dejaba de transmitirle sus palabras, esas que le había dicho a ella, su furia, la que lo había invadido. Ese sentimiento extraño que se había apoderado de él cuando le había dicho que se marchaba de nuevo a su casa, esas ganas de detenerla, de hacer que se quedara. Su ofrecimiento de dinero… 

Se daba asco. 
La había tratado como una prostituta… «lo que es» una pequeña voz en su mente lo quiso convencer. Su tío le había pagado para que se acostara con él, ella se merecía ese trato. 
-No –rugió en voz alta. 
Si. No. No se lo merecía, si hubiera sido una prostituta barata no habría sido virgen… y ella lo era, él era testigo de ello, ¡y que testigo! Dios santo…
Ella no se merecía su trato, la dejaría irse, debería dejarla irse, que se fuera a su casa y olvidarse de ella. Pero… no quería hacerlo. Pero debía. La dejaría ir. Aunque… quizás pudiera volver a tenerla. 
Una vez más, solo una. 
«Y tu eres mía» Sus palabras resonaron en su mente, se había comportado como si fuera su amo, no era suya, él lo sabía… por eso la iba a dejar marchar, aunque, en el fondo no podía evitar ese sentimiento; si era suya.

-¿Estás loca o qué?
-No yo… -le había costado mucho que Ricardo  se pusiera al teléfono, y la cosa no iba nada bien. 
-Te di los dos billetes, si no pudiste venir porque te estabas follando a Alfonso no es mi culpa, haber salido antes de la cama. 
Las mejillas de la chica ardieron, y su cuerpo se sacudió de la rabia. 
-¡No perdí el billete por eso! –dijo.
-Ese no es mi problema. Yo he cumplido con el contrato, te di los dos billetes, y dejé a tu hermano libre, ahora ya no tengo nada que ver. Pídele el dinero a Alfonso, a lo mejor por otra noche te paga bien. 
-Es usted un hipócrita –dijo la chica- no tiene vergüenza, ni moral, ni respeto a los demás, me da asco.
-Si, si… todo lo que tu quieras, pero no me molestes más. No es asunto mío.
-Si lo es, debería haberme dado un billete libre…
-Ya, claro… ¿has terminado?
-No…
-Adiós, ah… -dijo risueño- suerte con mi sobrino.
-Es ust…
Pi, pi, pi, pi… el ruido de la línea telefónica sonó en el auricular, y colgó con fuerza el teléfono. Los ojos le chispeaban de la furia, jamás se había sentido tan humillada y tan poca cosa en toda su vida. Se sentía como una prostituta barata. Una insignificante cosa, que no valía nada en absoluto. 
No le quedaba más remedio que acudir a Alfonso. 
No podía llamar ni a su madre, ni a su padre… y mucho menos a su hermano. ¿Cómo iba a explicar su “inesperado” viaje? No podía inventarse nada… 
No tenía más remedio que olvidar su orgullo, y… venderse a Alfonso. 
Una carcajada histérica escapó de su garganta, si antes se sentía mal, ahora se sentía peor… había vendido su cuerpo por su familia, y ahora lo haría… ¿por dinero? No sabía ni que iba a hacer, tan solo quería un billete de vuelta…
Dinero… Un billete. Para el billete necesitaba el dinero. 
El que Alfonso le ofrecía. 
-Eso es… -murmuró. 
Solo tenía que sacarle el dinero a Alfonso, el dinero justo para un billete, y se lo devolvería… Quizás no, se lo debía por sus insultos. 
Dinero… Alfonso. 

Abrió con velocidad la puerta de su habitación y salió corriendo, para volver, no estaba presentable, nada presentable, se metió en el cuarto de baño y se duchó deprisa, para después vestirse con una sencilla falda y un chaleco, y salir corriendo escaleras abajo, buscó a Alfonso y le dijeron que estaba en su despacho. 
Frente a la puerta respiró profundamente, necesitaba concentrarse. Si quería conseguir lo que se proponía debía aparentar estar tranquila, solo aparentarlo. 
Tocó la puerta con los nudillos de los dedos, y respiró de nuevo.
-Adelante… -la voz grave de Alfonso le sacudió el cuerpo. Excitación, algo que se estaba convirtiendo en una costumbre. 
Volvió a respirar y giró el pomo de la puerta. La cerró tras ella, y anduvo hasta el escritorio. Él no había alzado la cabeza, y eso le dio un margen de tiempo para mirarlo. 
Y la sorprendió observándolo, el color acudió a sus mejillas. 
Él la miró, estaba preciosa… y quiso no decir las palabras que iba a soltar, la mandaría a su casa… abrió la boca, y entonces ella se adelantó.

-¿Cuánto dinero me decías que ofrecías?

El Trato (AyA) -Adaptación-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora