Anahi bajó las escaleras con lentitud, no sabía porque iba tan despacio, por una parte quería salir escopeteada de allí y por la otra quería ver a Alfonso antes de irse. Quizás, no volviera a verlo...
Pero sabía que no estaba bien verlo, de hecho era mejor no hacerlo. Convenciéndose terminó de bajar las escaleras, y se acercó a la puerta, ya había llamado a un taxi, le diría que la llevara al aeropuerto y...
-¿Se puede saber a dónde vas?
-Mier!!, ¡que susto me has dado!
-Mmm... creo que voy a tener que enseñarte un poco a usar la boca -comentó él dulcemente.
-¿Qué?
Se acercó a ella y antes de que Anahi pudiera reaccionar, la besó, lenta y suavemente, saboreando el interior de su boca, y haciendo que Anahi se rindiera como la tonta que sentía que era. Se enganchó a sus hombros y se dejó llevar.
-Si..., cada vez que digas alguna grosería te besaré. Así aprenderás -dijo al soltarla.
-¿Pero quién te has creído que eres para enseñarme modales? -preguntó ella intentando pensar y recobrando el aliento, tenía que defenderse un poco, no era posible que se rindiera tan fácilmente- ¡Por dios, no eres mi padre!
-Ni quiero serlo... tenlo por seguro. Pero tienes muy mal vocabulario.
-¿Y eso quien coño lo dice?
Alfonso arqueó una ceja y ella se sonrojó.
-Lo ves...
-Eso es solo asunto mío... -se defendió con orgullo.
-No lo es, ahora también es asunto mío... -la contradijo- además, no me costará nada corregirte.
-Pero a mí si me molesta que me andes «corrigiendo» a cada rato...
-Eso será porque hables mal, y... porque me apetezca, claro.
-Ahorrarte los buenos modales conmigo, yo no suelo decir estas cosas, carajo, es que me sacas de mis casillas.
Alfonso tiró de ella y la besó con fiereza, haciéndola temblar.
-Jod... ¡Alfonso! -se quejó ella cuando la soltó, queriendo oponerse a todo aquello que sentía. Su cuerpo temblaba.
-Huy... has estado a punto de ganarte otra lección... aunque he de confesar que no me hubiera importado dártela.
-Déjate de payasadas -lo regañó- antes me has preguntado a donde iba, pues bien; voy a comprar ese precioso vestido tuyo...
-¿Sola?
-¿Quieres que llame a alguna amiga o algo así? -se burló ella.
-No, pero puedes decirle a alguien que te lleve, mis trabajadores ahora están a tu disposición.
-No, gracias. Prefiero ir sola.
-No, Anahi. No vas a ir sola. Si no quieres que el servicio te acompañe, iré contigo.
-¿Qué? -el alma de Anahi se cayó a sus pies, eso no era posible. Si él iba se podía olvidar de comprar el billete, de irse y de todo.
-Ya me has oído.
-Pero... pero... tú tienes que trabajar.
-Es sábado. No tengo que trabajar si no quiero, y fíjate que no tengo nada más interesante que hacer... me gustará ir contigo a elegir ese vestido que te voy a quitar más tarde.La boca de Anahi se secó, le temblaron las piernas, y un calor intenso recorrió su cuerpo ante la imagen de Alfonso desnudándola, de Alfonso acariciándola, besándola... poseyéndola.
-Hay... hay un taxi fuera esperándome.
-Saldré a pagarlo.
-Pero... pero...
-¿Alguna excusa más?
-No creo que sea lo más conveniente -dijo después de aclararse la garganta.
-Yo si lo creo -finalizó él- Vamos.
Por segunda vez ese día, Anahi se encontraba encerrada en el coche con Alfonso, con ese silencio tenso que la hacía ponerse nerviosa, más de lo que estaba. Sin embargo a él se le veía, relajado, contento... sonriente. Y eso le daba ganas de pegarle, porque ella era un manojo de nervios, el cual no paraba de suponer y suponer.
-Puedes hablar -dijo Alfonso.
-No, gracias.
-¿Siempre eres tan antipática?
-Solo con personas como tú.
El semáforo estaba en rojo, y Alfonso la miró detenidamente.
-Pues acostúmbrate a disimular tus sentimientos, quiero que seas todo un encanto. Y ni se te ocurra llevarme la contraria.
-Ya veremos -siseó ella.
-Anahi, te lo advierto, como me pongas en evidencia en público, vamos a tener problemas.
-¿Más? -preguntó burlona.
-Muchos más.
Llegaron a un lugar en el que solo se veían tiendas y tiendas por todas partes, escaparates llenos de ropas y zapatos, elegantes y lujosos, y Anahi tuvo que hacer un esfuerzo enorme por mantener la boca cerrada.
No es que ella ganara mucho... sobre todo teniendo en cuenta que la gran mayoría de su sueldo quedaba invertido en sus gastos, pero le encantaba aquello de ir de compras, mirar, observar... elegir y pagar. Normalmente lo hacía en tiendas baratitas, ya que no se podía permitir gastarse una fortuna. Por ello, le fascinó estar rodeada de todo aquello.
El único problema fue que de pronto la realidad llegaba golpeándola, y no le gustaba nada aquello, ella no estaba hecha para eso. Ese no era su estilo, ni su mundo, no estaba al alcance de su mano.
Miró a Alfonso con timidez, quien la observaba y rogó en silencio que captara su mensaje, más él lo único que hizo fue colocar una mano en su espalda, y conducirla hacía una tienda.
-Alfonso -susurró ella.
-¿Qué pasa? -preguntó él, mirándola mientras ella lo miraba indecisa- Anahi... si no te gusta esta podemos ir a otra... pero nada perdemos por mirar.
-No es eso... si seguro que son preciosos, pero ¿no podemos ir a un lugar menos... elegante?
-¿Elegante? -Anahi carraspeó- no te van a decir nada...
-Pero... eh, Alfonso, por favor -dijo.
-Por favor, Anahi. Deja de preocuparte, nadie va a decir nada.
Ella agachó la cabeza, y Alfonso la condujo al interior de la tienda, una vez dentro una señorita los atendió y después de que Alfonso le explicara lo que más o menos quería, comenzaron a ver vestidos y vestidos, hasta que ella acabó en el probador con demasiadas perchas.
Anahi suspiró, mientras salía con un tercer vestido, seguía sintiéndose incómoda, y aunque los vestidos eran preciosos, ella se sentía fuera de lugar.
-Mmm... ese no, no me acaba de convencer.
-Alfonso ya van tres...
-Tenemos mucho tiempo, amor.
Ella respiró profundamente y volvió a entrar en el probador. Él controló la mueca que amenazaba su cara, no entendía a Anahi, esperaba verla entusiasmada entre tanta ropa, a las mujeres le gustaba eso, y aunque a él no mucho, estaba disfrutando de lo lindo viendo a Anahi.
Pero seguía dudoso ante su actitud. ¿Qué le pasaba? Desde luego no había esperado esa reacción cuando la llevó a la tienda, más bien, había esperado verla saltar de felicidad, no literalmente.
De todas formas, ¿Quién entendía a las mujeres?-Ese es perfecto... -dijo Alfonso al verla salir. Anahi se detuvo en seco.
Realmente a ella también le gustaba, no era ni muy largo, ni muy corto, le quedaba pocos centímetros por encima de la rodilla, se ajustaba a su cuerpo como un guante, el escote no era muy vistoso, enseñaba lo justo y mostraba la forma de sus senos.
-¿Seguro? -preguntó.
-Date la vuelta...
Anahi le hizo caso, y lo dejó observarla de arriba abajo.
-Es perfecto -repitió Alfonso- luces mucho más con él -añadió- ve a cambiarte -dijo.
Y Anahi gustosa entró en el cambiador. Por fin tenía vestido. Por fin saldría de allí.
Pero no acababa el día, ni las compras. Después de pagar, Alfonso la hizo ir a comprarse unos zapatos, y después algunas prendas para pasar los días, prometiendo que iría a por más ropa, otro día. Anahi se sentía como una tonta, una muñeca manipulada, más no dijo nada.
Regresaron con la hora justa, y a Anahi lo que menos le apetecía era salir, aunque sabía que no le quedaba más remedio. Así que al llegar, se dirigió a las escaleras.
Alfonso la miró. Anahi había estado silenciosa todo el día, y eso no le gustaba mucho, le gustaba hablar, hasta discutir con ella, miró su hermosa figura y sintió la sangre arder, más se la veía cansada, quizás debiera posponer la cena.
-Anahi.
-¿Si, Alfonso? -preguntó ella volviéndose, cargada de bolsas.
Que poco entusiasmo había puesto en las compras, podía decirse que él lo había elegido todo.
-Creo que será mejor que no salgamos.
Los ojos de Anahi chispearon, y él sonrió.
-¿Y para eso me tienes todo el día de arriba para abajo? ¿Qué te crees que soy?
-Cualquiera te diría que te ofende que no salgamos.
-No te confundas -farfulló ella- mucho mejor si me quedo encerrada.
-No preocupes por eso... he vuelto a cambiar de opinión, te espero en cuarenta y cinco minutos. Ponte sexy.
-Arde en el infierno -masculló.
Alfonso se acercó a ella, enfadado, Anahi se giró para salir hacia arriba, pero antes de que pudiera dar tres pasos, él la tenía entre sus brazos, su boca aplastaba la de ella, y la besaba con fiereza.
-Te dije que nada de maldiciones, tesoro. Por cierto, me encargaré de que ardamos juntos...
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