Game over: parte uno

99 9 2
                                    

Para: Meredith Dunant.



Aquí estoy, Mer, escribiéndote de nuevo. No te preocupes, estoy seguro que ya no vendrán más de dónde vino esta.

Se ha acabado. Este es el final.

Me libero de ti por completo.

Te libero a ti de este amor que tanta gracia te causó.

Te burlaste de mí, de mis sentimientos, de mis palabras. Pero ya ha llegado la hora de cortar ese hilo invisible que tan enredados nos tenía.

No eras para mí, que tarde me di cuenta de esto.

Dicen que para terminar algo hay que ir hasta el lugar dónde todo empezó.

Aquí estoy, Mer, rememorando todo desde el principio, dejándolo salir, para terminar aquello que nunca debió empezar.

Voy a hacerlo desde el principio, desde el día que te cruzaste en mi camino por primera vez.

Conocerte fue la cosa más trastornada y confusa que me pudo pasar.

Te vi ahí, con esa mirada de altivéz que cargabas, como intentabas intimidar a todo aquel que se atrevía a cruzarse en tu camino. Eras toda egocentrismo y rudeza andante. Veías a todos de menos, te importaba muy poco lo que los demás pensaran de ti

Pero yo no vi eso, Mer, no. Yo vi algo más, algo que solo alguien demasiado sensible y observador como yo podía notar.

Me viste con esa cara de pocos amigos, vi tus ojos dorados fijos en los míos. Eran absorventes, cautivadores, hermosos.

Pude ver más allá de ellos, yo vi lo que cargabas sobre tus hombros, el sufrimiento y el dolor que te embargaban. Con una mirada, Mer, yo descubrí aquello que con tanto ahínco ocultabas.

Lo sentiste, lo sé. La facción de segundo en la que dejaste caer tu máscara de chica dura y rebelde; y me mostraste a esa niña perdida y asustada que en realidad eras. Pero te recompusiste rápidamente y volviste a fingir.

Yo ya sabía todo.

No era adivino, pero los ojos fueron y serán siempre mi debilidad y los tuyos gritaban tantas cosas. Supe leerlos y se que, en cierta forma, eso te enfureció.

Por eso te empeñaste tanto en demostrarme lo equivocado que estaba.

Era una batalla silenciosa que no estabas dispuesta a perder.

Te observé desde la distancia. Yo también tenía mi carácter, lo entendiste, pero querías dominarme. Por mucho tiempo lo lograste.

Te metiste hasta el fondo de mi alma, Meredith, encontraste todo lo bueno en mí para robarlo y dejarme totalmente vacío.

Recuerdo la primera plática que tuvimos. Fuiste fría, seca, calculadora. Me observaste, escaneaste cada parte de mí, encontraste mis puntos fuerte, los débiles también.

Todo lo que hiciste, desde el principio, fue una estratégia tuya para tenerme comiendo de tu mano.

—Pareces muy solo aquí.—Te sentaste y ni siquiera preguntaste si quería tu compañía.

Te miré solo un momento y luego me concentré de nuevo en mi almuerzo.

—Veo que acá no quieren mucho a los nuevos—comenté observando el gran e intimidante lugar.

Una semana había pasado y yo me seguía reprochando por haber actuado de aquella manera y obligar a mi madre a cambiarme de colegio a mediados del año. Odiaba aquel colegio de niñitos que se creían la gran cosa solo por asistir a un lugar tan caro. Me odiaba a mí por hacer que mamá gastara más de lo debido por mi culpa.

Odiaba a todo el mundo.

Y ahí estabas tú ampliando mi lista de razones por las cuales era el idiota más grande del mundo.

Te reíste de mi respuesta. Era una risa clara y suave a conjunto contigo.

La verdad es que todos ya tienen sus grupos formados. No puedes venir a mitad del año y esperar a que todos te acepten de inmediato.

Mordiste tu sandwich viéndome con curiosidad.

—En realidad, no espero que lo hagan—respondí serio.

Soy Meredith—Te presentaste extendiendo tu mano. La acepté por supuesto.

Urías—sonreí cordial presentandome también.

Ni creas que seré tu amiga—tu actitud cambió por completo. Me molesta mucho la gente que se hace la antisocial para que otros los busquen.— te volviste dura, tajante—. Solo estoy compadeciéndome de tu pobre alma solitaria.

Te levantaste y seguiste tu camino. Te observé confundido por el cambio de actitud, pero siendo sinceros, no esperaba menos de ti.

Cualquier otro se hubiera apartado ante tu hostilidad, porque los días que le siguieron te comportaste verdaderamente mal, pero yo me encapriché por saber más de ti.

Al final terminamos siendo compañeros en todo, me acompañabas a cada grupo de trabajo, en los recreos, actividades, pero siempre recalcando que solo lo hacías como un acto de bondad hacia mí. Dejaste claro que para nada te importaba una amistad o algo más conmigo.

Tú, con tus bromas pesadas y humillaciones. Yo, con mi pacífica y serena sinceridad.

Eramos dos polos completamente opuestos. Quizás por eso fue inevitable el efecto de atracción entre nosotros.

FLYINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora