Epílogo

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Observé su tumba en la extensión de aquel terreno. Se veía tan pequeña, tan insignificante, tan solitaria...

Un nudo apretado se formó en mi garganta y las lágrimas amenazaban con salir.

Había temido tantas veces verla de esta forma, había tenido tantas pesadillas con ella aquí y al final terminaron siendo realidad.

Me dolía que estuviera acá, que se haya ido sin saber de las cosas tan hermosas de la vida. Que haya vivido a medias, a pesar de lo mucho que se esforzaba por no sentirse así.

Ella había sido tan infeliz... Y lloré por eso.

Me arrodillé hasta tocar su nombre grabado en aquella fría lápida.

Recordé su sonrisa incompleta y la tristeza grabada en su mirada. Me dolió el corazón.

-Lo lamento tanto, pequeña, merecías más que esto. Mucho más... Y no pude ayudarte.

Sorbí mi nariz y un par de mis lágimas mojaron unos lirios que habían dejado sobre su tumba.

Esta despedida estaba siendo dura para ambos. Sabía que ella no quería dejarme ir. Estaba muy convencido de que esa era la razón por la cual se suicidó el día de mi boda.

De alguna forma, ella quería ser un fantasma en mi vida. Por lo mismo decidí que era el momento de decirnos adiós.

Llevé cada uno de nuestros recuerdos juntos hasta allí para dejarlos enterrados con ella.

Merecíamos ser libres, esto era lo correcto.

-Adiós, Meredith.-susurré poniendo la carta y una rosa blanca junto a las demás flores que la adornaban.

No pude evitar imaginarla allá abajo, en un cajón, con esa piel tersa y suave que tan obsesionado me tenía descomponiéndose, esos ojos pardos tan intensos y brillantes ahora apagados. Lloré un poco más.

No quería irme de allí, una fuerza invisible me retenía. Luche contra ella y con todo el esfuerzo posible, no sin antes acariciar por última vez su nombre, me puse de pie y me fui sin volver a mirar atrás.

Subí a mi coche y suspiré.

Sentí como un peso enorme era quitado de mis hombros.

Tomé una toalla de papel y limpie mi rostro.

Me sentía renovado. Después de diez años de vivir ligado a una mujer que pretendía ser dueña de el destino de otros, al fin podía avanzar.

Ahora el que tomaba las riendas de su destino era yo.

Y había decidido ser feliz al lado de la mujer más maravillosa que jamás nadie iba a encontrar.

Por fin comenzaba a experimentar la verdadera felicidad, por fin comenzaba a volar.

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