Game over: parte dos

74 10 3
                                    

¿Recuerdas la cantidad de veces que me metiste en problemas?

Una y otra vez, siempre que inventabas algo para divertirte, terminaba castigado o con personas alrededor sumamente enojadas conmigo.

Mi madre, nuestros profesores, vecinos tuyos o míos, personas desconocidas que, para su infortunio, se cruzaban en nuestro camino.

Donde quiera que ibamos provocabamos un caos.

Me estabas volviendo igual que tú.

Eras esa clase de chica que hacías lo que querías, cuando querías, sin importar las consecuencias.

¿Por qué haces todo de está forma?—Te pregunté una vez, cansado de tener tanto lío por tu culpa.

¿Por qué no?—respondiste encendiendo un cigarillo.—La vida es demasiado corta como para pensar antes de actuar.

Recuerdo perfectamente cada estupidez a la que te seguí.

Aquella semanas en las que fingíamos ir a la escuela frente a nuestros padres, cuando en realidad ibamos a parar a aquel billar que tanto te gustaba, ese que yo no había tenido idea de su existencia antes de ti.

Aquellas noches en las que llamabas a mi ventana, para trasnocharnos recorriendo la carretera, solo por que tus demonios no te dejaban dormir.

Recuerdo aquella botella de vodka que ocultabas en tu mochila.

Gracias a ti me volví un adicto al cigarrillo.

Fue gracioso, ¿no? Yo ni siquiera sabía fumar, casi me asfixio la primera vez que lo probé.

Te burlaste de mi por días, incluso puedo asegurar que cuando leas estas líneas volverás a hacerlo.

Recuerdo también aquella adicción tan enfermiza que tenías a la adrenalina.

Como te lanzaste de aquel puente una de tus noches de insomnio y casi muero infartado. Creí que habías muerto, temí haber presenciado tu suicidio. Pero saliste de la profundidad y nadaste tranquila a la orilla.

Quise golpearte, quise lanzarte de nuevo por provocarme esos subidones de pulso con tus locuras.

Esa otra vez, cuando cruzaste la autopista llena de autos casi siendo atropellada por un camión de una empresa de gas, que afortunadamente frenó en el último minuto.

Odiaba ese libertinaje tuyo en el cual no te importaba arriesgar tu vida.

Odiaba tu egoismo y tu falta de amor propio, Mer.

Terminé odiando tantas cosas de ti.

Pero, siendo sincero, esa era tu escencia. Nadie podía cambiarte, nadie tenía el derecho de hacerlo.

Sabía que lo único que buscabas eras sentirte viva, dueña de ti misma, libre. Buscabas esa libertad que en realidad no tenías. Vivías atada a tu pasado y a tus heridas. Pero el precio de eso era hacer a todo el mundo tu esclavo.

No por haber sido lastimada podías venir y lastimar a los demás, Mer. Te convertiste en el mismo mounstro que antes te atormentaba a ti.

Fue aquella noche en la que, después de beber desmesuradamente, me dejaste ver un poco de lo cargabas, que yo jamás olvidaré.

¿Sabes que es lo peor de mendigar amor?—preguntaste a nadie en específico arrastrando las palabras debido a la gran cantidad de alcohol en tu sistema—. Que por más y más migajas que te lancen, jamás será suficiente para ti, y terminarás más hambrienta y vacía que antes.

No dije nada, solo me limité a observarte.

Me pregunté: ¿quién te había hecho rogar por amor de esa manera? Y, ¿qué tanto suplicaste antes de darte cuenta que no ibas a recibir lo suficiente?

Las respuestas vinieron luego por si solas, no hubo necesidad siquiera que yo expresara las preguntas.

Que la primera persona que rompiera tu corazón fuera aquel que te había engendrado, aquel que se supone debía protegerte, era peor que cualquier otra lo hubiera hecho. Más doloroso aun.

Entendía tu dolor, pequeña. No me dejaste ayudarte. Eras demasiado orgullosa para eso.

FLYINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora