Vista Por La Montaña

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#Ashley Lingstone


—Maldita sea —dije.

«Es la única forma de liberarme. Podría simplemente caminar hasta dejarlo ir, despejar el aburrimiento y fin. Pero me agradan esas palabras...»

—Será mejor regresar, no soportaría que alguien más se haya perdido en el bosquecillo —terminé, tras unos instantes de contemplar el risco, después del cual se extendían grandes montañas de pino y fresno, y entre ellas un largo y pasivo río. Con ese paisaje se podían imaginar miles de cosas. Mejor aún, en aquel paisaje estaban sucediendo miles o millones de cosas o cambios que a simple vista o incluso sin poder verlos, no importaban mucho, hasta que traían consecuencias significativas.

«Pero si no los veo, ¿cómo sé que están ocurriendo?... lo mejor será descansar la mente y dejar esos dilemas para otro día.»

«A excepción de Jaqueline, ella sí puede perder ahí y que nadie la encuentre nunca.»

—Lo siento Jaqueline, pero definitivamente no ganarás —con la cámara fotográfica en mano, el gorro café para el sol... que, por cierto, no sirvió para nada, pues el clima estaba nublado, con unas pequeñas manchas azules del cielo entre el mar de nubes. Aunque el aire se sentía fresco, no frío. En fin, con el gorro café, aquellos capri color arena y mi camisa de mangas cortas del mismo color que poblaba el cielo en ese momento, me dispuse a regresar a la cabaña.

«Qué guay, mis pisadas hacen ruiditos al pisar el pasto lleno de rocío.» Me dije.

«Eso es porque también hay ramas y hojas secas, no seas tan idiota.» Me susurré en la cabeza de nuevo, pero era aquella voz que en ocasiones suena más madura que la interior, que es infantil.

A veces no quería admitir que ya había crecido.

Había algunos mosquitos aquella mañana. La mayoría de mis compañeros estaban dormidos, somnolientos o con dolor de cabeza. Colin, el nerd entre nosotros —aunque algo atractivo como para que se hiciera notar mucho—, permanecía sentado en un pequeño columpio de madera frente a la entrada de la cabaña, con los audífonos puestos. Era probable que estuviera escuchando un poco de su música underground. Yo personalmente no me siento atraída por ella. Me gusta más la música electrónica, pero bueno, gustos.

—¿Cómo están los demás? —le pregunté.

—La mayoría dormidos. Cullier está tratando de despertarlos arrojándoles agua, pero el cansancio le supera con creces. Beth la estaba ayudando, hasta que encontró una bolsa de frituras y la tomó para luego salir corriendo hacia la camioneta. Aún sigue ahí —dijo Colin.

—Qué loquilla —dije. Hace mucho que no veía a Colin escuchando música de una manera tan pacífica. Se notaba reflexivo.

Cullier es el apellido de Jaqueline, y Beth Friddietch es una chica de piel oscura, con cabellos chinos, que le gusta cantar en la ducha y hacer muchas tonterías... claro que son tonterías de las que a todos nos divierten.

La verdad no recuerdo por qué Jaqueline me cae mal. Desde la preparatoria nos odiamos, aunque ya no tengo una idea clara de por qué. El punto es que aún hay una razón para odiarla, porque en el fondo sé que ella hizo algo malo. Es una chica rubia y güera, algo chaparrita, de ojos verdes y sonrisa traviesa, lo que casi siempre no me deja tranquila.

Al entrar en la cabaña me encontré con Jack —Nicks—, el musculoso de los chicos. En ocasiones Adeleine —una chica pálida y de cabello lacio y oscuro, muy sonriente— enloquece al ver cómo marca sus músculos en su piel morena, como, por ejemplo, ayer, que cargó todas las cervezas de la camioneta hacia la cabaña.

—¡Asco! A mí me marea cuando se marcan. Prefiero no verlo —le dije en una ocasión.

Un sillón roto, con todo el algodón disperso por el suelo, estaba lleno de garrafones. El día anterior hubo agua de Jamaica en su interior; el día actual parecía que hubo sangre.

La cabaña era un poco grande. En el piso de abajo estaba la salita y un baño, además de las escalerillas hacia el segundo piso, donde había una pequeña cocina con un comedor para cinco personas, y dos cuartos. Ahora que lo pensaba, si era bastante grande.

—Jaqueline Cullier, Beth Friddietch, Jack Nicks, Colin Fount, Adeleine Linson, Axel White (Otro chico. No era un morenazo al estilo de Jack, que parecía más bronceado que moreno, sino de un tono entre moreno y claro. Apiñonado lo llaman. Le gusta presumir la gran fortuna de sus padres, y en parte es porque nos tiene confianza... y porque paga todas las fiestas), Lea SanJackes (Una chica alta, o al menos más que yo, de cabello lacio y café, con la piel un poco naranja, aunque seguro que originalmente fue clara, pero le encanta andar en la bicicleta cuando el sol quema los ojos), Fredd Alless (Un típico chico que tiene un montón de novias en la cuenta. Claro que, las respeta), Frank Joy (Otro chico, de piel oscura, que es un primo lejano de Beth. Suele tocar rock con su guitarra acústica. Siempre lleva unas gafas de sol que la verdad están muy bien) ... y claro, yo. Son diez... faltan dos —dije. Los conté con los dedos mientras los observaba, a excepción de Beth, que estaba afuera, y Colin, que ya lo había visto. Éramos doce al principio de la tarde de ayer.

«Oh por Dios, espero que no hayan... bueno, igual no importa, yo sólo veré si están bien.» Me dije, sofocada, abriendo una pequeña ventanilla frente a las escaleras, en el segundo piso.

Abrí la puerta —sin tocar, claro— de la habitación más cercana a mí.

—Son unos cabezotas hasta la médula —exclamé con tono no sé si de risa, incredulidad, o sumo asombro.

Alia Nouther —una de las chicas guapas de la Universidad Wethers, a la que todos asistimos— estaba recostada, probablemente semi desnuda. No lo noté ni quise saber si era verdad, pues a un lado estaba Ray Lee, su mejor amigo, de aspecto oriental.

«¿Es que no puede haber un día en que no dejen de estar juntos?»

Ambos estaban siempre juntos. El alcohol los hizo llegar a esto, y ahora habían estado más que muy juntos. Por mi parte, estuve a punto de tomar algún bote de basura —y ya ni eso, yo me conformaba con alguna bolsa o manta o lo que fuera— y vomitar en él. Me dediqué a aventarles hojas de menta mientras seguían inconscientes, y algunas ramas secas —bajé al bosque por ellas y regresé—, cerré la puerta con llave y dije «Iré a ver qué hay en el otro cuarto. Ya no falta nadie, pero apuesto a que al menos dejaron gran parte sucio, cubierto de palomitas, alguna bebida pegajosa regada por el suelo o algunas frituras.»

Cuando abrí la puerta del otro cuarto, un hedor sofocó el olor de menta que permanecía en el aire; en la cama, bien tendida, reposaba un cadáver de al menos una semana.


Publicado originalmente el 16 de enero de 2016.

Azul De Media Noche [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora