Una Isla Siniestra

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#Troy Leary



—Podrían ser más decentes y besarse en otro lado —dije. No tenía tiempo para esas estupideces.

«Horas atrás las adorabas.»

—Mira, lamento lo de tu novia, si fuera tú, seguro estaría muy triste, pero también muy enojada. Y asustada de cierta manera. Así que mejor liberaré mi tensión con Fernanda. Así que estaremos dentro, por si nos buscan —dijo Jennifer, que entró a la pequeña cabina de la lancha. Yo manejaba desde arriba.

«Te amo.» Había dicho Mells una ocasión. La primera ocasión.

Habíamos estado en una lancha, como la mía. Era mediodía, el sol nos tostaba los brazos y estábamos casi a mar abierto, cerca de unas inmensas rocas plantadas por la playa, y rodeados de riscos que daban terror, porque me imaginaba arriba y me daba un vuelco el corazón.

Como sea, la tarde ya quería llegar. Su bikini cereza remarcaba su piel, que emanaba deseo. Ella parecía no inmutarse con el cambio. Ella parecía adorar que las cosas fueran así. Su cabello contra el viento y sus gafas con algo de arena le quedaban de lo mejor. Podría pasar horas tratando de describir su silueta a través de las olas, el color que irradiaba y el que tenía en mi imaginación, y no podría terminar de decir todo lo que la rodeaba. No digamos lo que era de verdad.

—Ven aquí niño. Deja de ser patético en medio de los fotones que te queman y permanece a mi lado —había dicho ella. Tenía una sonrisa de que estaba a punto de hacer algo malo.

«Me gustaba tanto eso.»

—Será mejor que no logre atraparte porque te arrepentirás de tus palabras —susurré de manera traviesa. En realidad, yo solo tenía puestos unos elegantes calzoncillos y nada más.

La lancha se había detenido cerca de una de las rocas, contra la que chocaba el agua y los corpúsculos se deslizaban y jugaban con el agua de la misma manera en que yo me iba acercando a Mells con cautela y le trataba de enseñar que era mejor que ella se sintiera atraída a mí, porque así, ella podría sentir la fuerza con la que una ola podría mover montañas.

Nuestros labios se unieron entre el chapoteo del agua contra nuestras pieles. Podía sentir su corazón latiendo por cada parte de su ser, hasta dar contra mí.

Se mordió el labio inferior en el momento en que se quitó las gafas. Sus ojos brillaban mucho, aunque en ese instante parecían estar apagados al tenerme frente a ella y opacar su ser fugaz y misterioso.

—Prueba que yo debería estar justo en este momento contigo, y no en otro lugar, y no con nadie más —logré decir. Para cuando ya decía eso, el calor había dejado de importarme. Seguro que ella ya ni recordaba qué era.

—Ven. Acércate. Aquí conmigo, te diré —parecía tener expresión de niña pequeña. Era muy buena para eso, a pesar de que si alguien me preguntara como era, diría que era alguien que puede estafarte de la manera más hábil, sin dejar rastros ni nada.

Volteó hacia el horizonte. Mostró su sonrisa, con sus dientes pequeños. Regresó entonces su vista. Había pasado de estar posando para mí a esperarme sentada, con las piernas cruzadas.

—Di que me quieres más que a todas esas zorras del pasado —lo dijo con tal claridad, que parecería imposible pensar que una chica de aspecto tierno lo había logrado articular con su boca. En todo caso, quien lo presenciara se habría sorprendido. No yo.

—Es sensato aclarar que, si no fuera así, ya estaría teniendo sexo contigo y ya te habría dejado en alguna de estas rocas, probablemente sin tu bikini. No es que sea malo, es que soy real —susurré. No dejaba de mirarla a los ojos.

Ella se acercó a mi oído.

—Te amo —logró decir, y me abrazó. Estuvimos pegados uno con el otro hasta que el cielo ya mostraba ondulaciones naranjas entre algodones grises de nubes.

Entonces volví.

Estuvimos avanzando río abajo hasta el mar, que no estaría tan lejos. Ahora, cerca de la costa, me había encontrado con una isla. Nunca antes la había visto.

—Vamos bien, supongo. En esa isla no nos podrán encontrar —dijo Rian.

—Suena bien —dijo Vivian.

—Será mejor que guarden silencio, porque quien tiene que hablar aquí soy yo. ¿Cómo se atreven a tener relaciones en mi propia casa? No digamos que ¡cómo se atreven siendo primos! —les espeté.

—Relájate vejete, a nadie le afecta. Además, estamos bien, nos hace más unidos —dijo él.

—Eres un maldito enfermo.

—Mira mejor cuéntanos de la estúpida de tu novia.

—Cuida tu lenguaje. Serás mi primo, pero hay cosas que entre la familia no se tocan, como a tu prima, o a mi novia —dije al momento que colocaba mi mano derecha en su cuello.

—Troy, tranquilo, y tú también, Rian. No tenemos por qué pelearnos —intervino Vivian.

—¿Qué tienes que decir al respecto? —le repliqué.

—Al principio solo me dejé llevar. No pensé que terminaríamos de esta manera, pero una vez empezó fue difícil dejarlo atrás.

Simplemente no lo podía creer. De verdad ocurría.

Respiré profundo y exhalé.

—Entiendo que esto de los amigos con derechos y demás estupideces estén de moda, pero no me parece adecuado. Menos entre dos, es decir, ¿qué más quieren oír? ¿Consejos de su primo? Pedazos de estiércol que son —dije. Estábamos por llegar a la isla—. Como sea, hagan lo que se es venga en gana hacer. Vayan a comportarse como animales allá abajo con Jennifer y Fer. Qué más da.

Justo tocamos tierra cuando decidí abrir la cabina. En efecto, las dos primas habían hecho de las suyas.

—Salgan de ahí —dije sin más.

Se acomodaron sus prendas y bajaron.

Vivian y Rian estaban pisando la arena mientras se tomaban de la mano.

«¿Qué clase de distopía es esta?»

—Iremos por aquí primo. No nos busques, a menos que sea para volver, o para dormir en todo caso —dijo Rian, y se fue caminando por la orilla de la playa con Vivian. Platicaban alegremente, de lo más normal.

«Cada vez es más idiota.»

Me dirigí a una roca justo frente a mí, rodeada de algunas palmeras y vegetación. Ahí podría meditar lo ocurrido.

Fernanda y Jennifer fueron tras de mí. Nos sentamos los tres a contemplar las olas moverse.

—Supongo que Mells podría estar justo ahora contigo y comentar algo vintage sobre la playa. Eso te pondría a mil, seguro. Lo siento —dijo Fer y me dio un abrazo.

«Por lo menos se preocupa de las cosas.»

—No nos vendría mal un poco de hierba. A ti primo tal vez te haría entrar en sintonía y despejarte. No deberías estar tan triste —dijo Jennifer.

«¿En verdad se nota mucho?»

—Estamos contigo. Parece que no, pero claro que sí, eres nuestro primo y te queremos. Aún si no hubiéramos sido familia, serías como un hermano mayor para nosotras —dijo Fer.

—¿Segura? —Jennifer dijo esto en el momento en que se acercó en un rápido movimiento a mí y me comenzó a dar un beso francés.

—¿Qué te sucede? —le dije y la moví hacia atrás.

—Vamos, somos unas chicas sexys, no creo que te niegues a algo. Te ayudaremos a despejarte —dijo esto al sentarse sobre mis piernas, lo que resultó en hacernos ir hacia atrás y darnos algunos arañazos con la maleza.

—¡Hay un cráneo! —exclamó la chica. Cuando me di la vuelta, para ver qué era, me encontré con que entre los árboles había varios restos de huesos, y algunos cráneos empalados.

Azul De Media Noche [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora