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Se deslizan las gotas de la lluvia por la ventana, el café se enfrió y el aleatorio de la música del móvil no hace más que recordarme que hace semanas que te vi alejarte, y aún no te he vuelto a ver desde entonces. Sumergirme en palabras siempre ha sido algo que se me da bien, pero esta vez cada frase es un paso atrás.
A veces se conocen personas que te llenan el alma, y te das cuenta cuando quieres convertirte en un escudo para ella, saber que mientras tú estés, nada malo le puede pasar, ser su protección, mirarle durante horas y no saber qué es, pero te gusta cada centímetro de su cuerpo, y lo que no es cuerpo también. La respiración se agita, las pupilas se dilatan y es entonces cuando el corazón palpita más rápido de lo normal, todo esto sólo con escuchar su nombre. Y ahí está, rebotando contra las paredes de tu cabeza una y otra vez, horas y más horas pensando en cada sonrisa, cada caricia, cada beso, pensar en que querer a alguien nunca se había vuelto tan fácil, y tan difícil... Se van los días, y recuerdas que ningún sitio era mejor que entre sus brazos, una lágrima se escapa y detrás de ella, unas cientas de miles más. Joder, llueve fuera pero no tanto como yo por dentro, y duele, sin ibuprofenos que valgan para sanar, sin betadine suficiente para cerrar la herida. Vaya putada, que en ocasiones la única persona que consigue que esto cese, sea la que nunca estará, y qué pena.

Lo que nunca te voy a decir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora