Día cuarenta y dos, sigue lloviendo. Aquí las cosas han cambiado. El café hace semanas que empezó a saber amargo y apenas me acuerdo de tu sonrisa, pero te sigo recordando, día a día. Tu voz suena todas las noches en mi cabeza, me cuenta lo bonito que era estar a tu lado. Aún se me pasan por la cabeza tus gestos, joder, hace meses que no te veo y se me sigue acelerando el corazón cada vez que pienso en ti. No lo entiendo, entonces lloro y recuerdo mis manos paseando por cada lunar de tu espalda. Me habría quedado en aquel momento toda la vida, cerrabas los ojos y tu piel me lo hacía entender todo, hablar callados no se nos daba tan mal al fin y al cabo. Dormías, un día más, otro menos, pero yo me limitaba a observarte, créeme que de todas las maravillas que existen esa es la mejor. Pero todo lo bueno se acaba, y tuve que marcharme viendo cómo te alejabas y sabiendo que era la última vez que nuestras manos se rozaban, la última vez que me besabas. Y ahí me quedé yo, en ese beso, en ese momento. Me perdí de camino a casa, y aún hoy sigo buscando el camino de vuelta, o tu mano para perdernos juntos.