Todo comienza echando la vista atrás, abrir los ojos y darte cuenta de todo lo que has perdido y desperdiciado por algo... O por alguien. Darte cuenta de cómo las cosas cambian en cuestión de minutos, e incluso a veces segundos, y el problema (o la solución) es que es inevitable. Todo lo que antes creías ser arde en el suelo, entre miles de cenizas imposibles de extinguir, y te preguntas qué habría sido de ti si no hubieras dado tu cien por cien a alguien que por ti no dio ni la mitad de lo que tú habrías estado dispuesto a arriesgar. Mover montañas y liarte a palos con cualquiera que pueda herir su corazón, escalar barreras de pinchos, decir "no" a los demás para poder decirle que sí a ella, recordarle cada día lo mucho que valía, ser su paño de lágrimas, su confidente, su "todo va a salir bien", sus manos para sujetarla si algo va mal, bajar la luna y regalársela en el reflejo de una laguna para que sus ojos sólo digan "¿y esto es todo?". Harta de recomponer tu herido corazón para ofrecérselo las miles de veces que hiciera falta, y más harta aún de verla hacerlo añicos contra el suelo para después pedir perdón y repetir la historia. Duele ver que la persona que pensabas que te ayudaba a levantarte, era la única que estaba detrás del gatillo. El problema viene cuando dices "basta" e intentas convencerte de que todo irá mejor, pero sabes que tener sentimientos es peor que un balazo en la garganta, y haber bajado la guardia ante ella es el error más grande de tu vida, le diste tu confianza y se dedicó a abrirla en canal hasta destrozarla. Sientes que no puedes, que duele más pensar que no te quiere como tú imaginabas, y que nunca estaría dispuesta a perder nada por ti, que destrozarte siempre ha sido su juego preferido, pero a ti te importaba todo una mierda con tal de que estuviera bien, incluso tú misma. Y ahí estás, escuchando a los demás un "Ya no pareces tú, ¿qué te ha pasado?" que rompe con todo lo que creías ser, contándole a la almohada que ya nada merece la pena, que esto está acabando contigo y no sabes cómo pararlo. Entonces lloras, y derrumbas cada pedazo de ti sobre la cama, como si de un puzzle se tratara, lágrimas más amargas que los días grises y canciones que sólo recuerdan una y otra vez lo rota que estás. Y sólo en este punto sabes que los momentos malos han podido con los buenos e invadido todo tu ser. Se acabó, porque a veces hay que asumir que aunque se eche de menos, el daño ya fue suficiente.