Capítulo 2

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Los restos de sangre en los cortes que los tanatoestéticos no habían logrado quitar se adhirieron a la piel muerta de Helena como sanguijuelas, mientras las verdaderas carroñeras de su cuerpo se alimentaban a su costa. Era el tercer día después de su muerte cuando, como era habitual en los muertos, abrió sus ojos y abandonó por completo su cuerpo. Sus manos intangibles intentaron tocar el aire, pero no logró notar la brisa pasar entre sus perfectos dedos mientras ascendía. No había nadie a su alrededor. Sólo ella en un camposanto. Y ella no estaba.

Caminó sin caminar, y miró sin mirar, buscando algo que la ayudara a entender. Solo lograba ver lápidas, una tras otra. De vez en cuando se encontraba con alguna estatua monumental, no muy majestuosa y realmente envejecida, que representaban un ángel de rostro perfecto o bustos de gente muerta. Pero nada que pudiera liberarla de su incertidumbre.

El silencio reinaba en la ánima. Las palabras nunca habían sido tan difíciles de soltar para ella como en aquel momento, y no por el decir, sino por el qué decir. No había palabra existente para descibrir la sensación de ser un no-muerto y, si la había, no era humana. Simplemente lo dejabas sentir, como un odio reprimido, o un llanto ahogado. Sabes que podrías hablar y piensas que las vulgares palabras de un extenso vocabulario lo arreglarían o lo estropearían todo, pero sin saber las palabras adecuadas, prefieres callar y no arriesgarte a estropearlo. El silencio es sabio, y Helena supo acatarlo. Simplemente caminó sin caminar y miró sin mirar, como había hecho hasta entonces.

Algo la anclaba a seguir en el mundo humano, algo que era desconocido para ella. Es el gran problema de los fantasmas errantes: siendo fantasma lo olvidas todo, incluso los detalles más importantes. Olvidas a tu mujer, a tus hijos, a tus padres, a tus amigos. Olvidas tu éxito o tu fracaso como si nunca los hubieras tenido. Vuelves a nacer, como un fénix que retorna fuerte y sin memoria.

Así, llegó a una gran verja negra por la que se podía ver una calle regularmente transitada, larga y enrojecida por el atardecer de aquel día soleado. Ella miró el horizonte durante un momento, antes de darse la vuelta y preguntarse si de verdad valía la pena quedarse en aquel cementerio. No encontraría respuestas, y sólo conseguiría crearse más dudas. No había nada que la atara a ese cementerio... aún. Así que fue siguiendo la verja en busca de una puerta por la que escapar, hasta que deslizó sus dedos por las barras de la valla, esperando el tacto del hierro pintado. Sin embargo, nada fue lo que recibió. Paró en seco, y vió como sus dedos traspasaban el insensible metal como si fueran de agua. Nada en lo que chocar. Nada en lo que dejar polvo. Ella sólo era un reflejo. Y ya había empezado a darse cuenta.

Gente fría tocaba una vez más la puerta de la familia de Emil para recordar una vez más aquella vida arrebatada. Dos hombres altos, ambos vestidos de negros y agraciados, con sangre en sus venas y piedras por corazón. El más joven, Bill, era un hombre rubio de pelo largo ondulado, de ojos azules y piel blanquecina, con una complexión normal y un rostro angelical tapado con unas gafas de pasta color chocolate. A su lado se encontraba Madison, su superior, de piel morena y cabello negro y corto, con unos ojos negros como el carbón y constitución musculosa sin llegar a lo excesivo, con un rostro angular medio tapado por una barba de pocos días.

Les abrió la puerta un señor vestido de forma casera de unos 40 años, fornido, de piel algo morena y el pelo canoso.

-¿Quiénes son ustedes?

Uno de los hombres sacó una placa- somos investigadores. Venimos a hacerles algunas preguntas- el hombre bajó la mirada, y dió paso a los policías sin siquiera mirarlos a la cara. Cuando finalmente pasaron, escupió con desgana tres palabras:

-Marie, prepara café.

El salón, pequeño y color blanco perla, disponía de tres sofás regios que rodeaban una mesita de madera de motivos vegetales y decorada con figuritas de animales de cristal que brillaban con la luz del sol. A la izquierda del recibidor, se podía ver una tele de tubo pequeña que transmitía las noticias del mediodía y, a la derecha, se encontraba una puerta que daba a la cocina en la que Marie preparaba un café para los invitados.

Miró como la cafetera borboteaba café con una tristeza de la que no se podía desprender desde la muerte de su hijo, mientras mecía su raquítico cuerpo en el aire con impaciencia. Nunca imaginó que algo así la pasara a ella. Eran la familia perfecta, y él no era chico de problemas graves. Vivían una vida tranquila, en un vecindario tranquilo rodeado de una burbuja que los alejaba de los males ajenos. Miró sus manos arrugadas y manchadas por la edad, y se formuló una vez más si valía la pena vivir ahora, pero se dió cuenta de que no era el mejor momento de hacerse esa pregunta. Un par de adorables buitres esperaban su café.

-Bueno, yo soy el inspector Madison, y el es mi acompañante Bill. Encantados- ambos saludaron al señor con un apretón de manos a la par que se sentaban. Bill permanecía callado y algo nervioso, mientras Madison era el que parecía llevar la conversación.

-Igualmente. Yo soy Gael, y ella es mi mujer, Marie- la señora fingió una sonrisa de saludo mientras dejaba una bandeja con café recién hecho y unos pastelillos de hojaldre caseros de aspecto fresco, aunque se hubieran hecho el día anterior. Luego, se limitó a sentarse y a intentar taladrar el cuello de alguno de los inspectores con su mirada.

-En fin, siento ser tan directo pero... creo que ambas partes sabemos por qué estamos aquí.

-Sí... bueno, lo suponemos... vienen a preguntarnos por nuestro hijo Emil- el hombre se acomodó en su asiento- bueno, no es un tema que nos guste, así que cuanto más rápido acabe esto, mejor para ambos.

-Sí, lo sabemos, pero aunque no sea de su agrado, lo único que queremos es ayudar. Queremos saber quién ha sido el asesino de su hijo, sólo eso...

-Lo sabemos... así que empiecen-el hombre juntó las manos mientras esperaba su primera pregunta.

-Bueno, esta pregunta puede ser muy fuerte pero... ¿sabe si su hijo, Emil, tuvo contacto con alguien de la secta Amnius?

El Cementerio De Los Amantes MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora