Capítulo 3

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Como sacada de una novela mala de misterio, Amnius era la comidilla de todos los telediarios. Al contrario de otras, no se opuso esfuerzo alguno en esconder los hechos de la secta al pueblo: hombres malos matan y desaparecen en el anonimato. Simplemente estaban ahí, sin creencias ni doctrinas, y a nadie parecía importarle el móvil de los asesinatos. Tal vez sólo fuera eso, una excusa para asesinar. O tal vez fuera algo más.

Por culpa de ellos, Madison y Bill estaban en una casa en la que no eran deseados. Emil había muerto, y el asesino ni siquiera fue visto, lo cual encajaba con las pautas que seguían los otros posibles asesinatos causados por la organización clandestina. Así que allí estaban, con sus tazas de café, vigilados por una mujer furiosa y un hombre preocupado.

-No, nuestro hijo nunca mencionó nada ni se comportó de forma extraña durante sus últimos días. Simplemente volvía de clases cuando le dispararon.

Bill y Madison intercambiaron miradas.

- ¿Está usted seguro? Quiero decir, tiene que haber una razón para que maten a su hijo y sean tam cuidadosos de no dejar rastro de...

-Sí, sí que la hay- interrumpió Marie- la razón es que unos policías se ponen a hacer preguntas estúpidas en vez de patrullar y salvar vidas.

-Señora, entiendo su descontento y...

-No, no lo entienden. Ustedes no han perdido un hijo- la mujer se levantó bruscamente de la silla- me da igual cómo haya muerto mi hijo. Simplemente déjenlo morir en paz.

Bill soltó un suspiro de rabia y se obligó a abandonar el salón. Era demasiado adolescente e impulsivo como para saber controlar sus momentos de rabia. No se le daba bien contenerse. Esperó que alguien viniera a consolarle. Nadie acudió. "Nadie" estaba ocupado haciendo su trabajo correctamente.

-Miren, tal vez hemos sido demasiado directos, así que entendemos su descontento... pero todo este tema de Amnius nos tiene realmente susceptibles a nosotros también... simplemente perdonen a mi compañero. Es nuevo y no se le da bien tratar con gente desconocida aún...

-No pasa nada, en parte también ha sido nuestra culpa...

-No, tranquilo... Mire, lo mejor será que deje un número y que ustedes llamen cuando se vean preparados para hablar del tema- y Madison se levantó lentamente de la mesa, y dejó de forma sutil una pequeña tarjeta con su número.

La tensión era insoportable incluso para él, un hombre que muy pocas veces había perdido la compostura. Sentía la murada de la madre perforando la yugular como un láser, mientras el padre era incapaz de mirarle a la cara, con los ojos anclados al suelo como si buscara algo, pero no le importara mucho encontrarlo. Él estaba empezando a sudar, y eso era algo que a él no le agradaba hacer en semejante situación. "He hecho bien", pensó. Hubiera sido peor aguantar ahí. Mejor que ellos decidieran cuando hablar. Un peso menos para él.

Y así se despidió Madison de aquella casa: con un Bill cabreado en los escalones del porche, y un hombre avergonzado de que su mujer ni siquiera fuera capaz de acompañar a unos invitados a la puerta, algo melancólico, nostálgico por el recuerdo de su difunto hijo. Y lo peor de todo, no habían conseguido nada. ¿Y si era mejor así?

Se veían al fin por primera vez desde que la muerte los separó. Los dos estaban confundidos. Los dos tenían un frío imaginario que recorría sus contornos incorpóreos. Los dos habían fallecido. Tenían tanto en común...

-¿Quién eres?- dijo Emil, con una voz suave y apagada.

-Yo... aún no estoy segura- realmente no estaba segura de su nombre, pero no tardó mucho en arrepentirse de aquella tonta respuesta.

-Yo tampoco. Acabo de aparecer aquí como salido de la nada, y la verdad es que no estoy muy seguro de que hacer... aunque creo que me llamo Emil... es lo más que recuerdo sobre mí.

-Yo también recuerdo vagamente mi nombre... pero no estoy segura de que sea así... mi nombre... creo que es Helena.

Se miraron y sintieron que se conocían de antes. Pero también sentían que nunca se habían visto. La muerte borró sus sentimientos, pero en ambos aún quedaba la sensación de haber olvidado algo importante. Querían decirse algo, pero ambos creían que no había nada que decir.

Se sentaron juntos sobre la verde hierba, cada uno flotando a su manera. No había nada que decir. No había nada que esconder. Dos conocidos que no reconocían los rostros que tanto amor les había hecho sentir.

-Esto es tan confuso...

-¿El qué?- dijo Emil mirando al espejismo que se sentaba a su lado, taciturno.

-Todo lo que esta ocurriendo... me siento como si hubiera nacido, pero aún recuerdo cosas... y luego lo de la verja... y tú...- Helena apartó la vista hacia un lado, preocupada.

-¿Yo qué?- pero por más que esperó, ella no respondió, así que decidió cambiar de tema- Bueno... yo también siento como que acabo de aparecer, pero... a la vez, es como si sintiera que ya me han ocurrido cosas...

-¡Lo sé! Es más...

Emil volteó la cara hacia ella, y se encontró con un incorpóreo que, preocupado, escondía las palabras que tanto deseaba soltar.

-¿Es más...? Siempre me dejas con la incertidumbre- dijo el chico con un toque humorístico.

-Es que ese sentimiento de conocer algo pero no saberlo exactamente... lo siento cada vez que te miro, y lo he sentido desde el primer momento...

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⏰ Última actualización: Apr 11, 2016 ⏰

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El Cementerio De Los Amantes MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora