Capítulo 4

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- ¿Te  encuentras bien? -me preguntó el hombre enmascarado. No pude responder. Me quedé tirada en el suelo tapándome la cara con las manos- ¿Te ha hecho daño?
Sus manos enguantadas cubrieron las mías y las apartaron con suavidad. Y en ese momento me di cuenta de que estaba llorando y de que no, no estaba bien. Le miré. Bajo esa máscara -que le cubría los ojos y parte de la nariz- había un hombre que trataba de ayudarme, me había salvado, no iba a violarme, ¿verdad?
- ¿Cómo te llamas?
- Riss -mi voz salió entrecortada en un susurro pero él me escuchó.
- Riss, no voy a hacerte daño -sonrió y con todo el cuidado del mundo me levantó del suelo y me puso en pie. La calidez que había sentido antes volvió a embargarme. Estaba usando sus poderes, supongo que para tranquilizar a la niña llorona que yo era en aquel entonces-. Quiero que me digas si esto te duele, ¿vale?
Asentí.
Todo mi cuerpo se estremeció cuando sus manos se posaron en mi cintura. Me habría sonrojado de no ser por el punzante dolor que atravesó mi costado cuando sus manos hicieron un poco de presión.
- ¿Ahorrándome un poco de trabajo, Darky? No creí que te gustara salvar damiselas en apuros.
Mis ojos volaron hasta la entrada del callejón donde otro hombre en traje de superhéroe nos miraba con ojos divertidos. Parecía más joven que mi salvador y mucho menos siniestro. Casi cómico a decir verdad. Sin duda alguna la culpa era de su reluciente traje dorado.
- Bueno, Goldy, como siempre llegas tarde tengo que buscarme un pasatiempos. ¿Por qué no haces un poco de tu magia y la curas? Tiene una costilla rota.
Goldy dio un suspiro fastidiado, como si curarme fuera una gran molestia y con toda la parsimonia del mundo se acercó. Había algo en él, aparte de su aire de superioridad. que no me gustaba nada. ¿Se suponía que él era el bueno de los dos?
Darky se apartó de mí para dejarle espacio a su némesis sin embargo lo agarré del brazo para que no pudiera alejarse demasiado. Goldy no se perdió el detalle y me dedicó una sonrisa burlona antes de colocar sus manos en mi cintura -mucho más abajo. Casi de forma inconsciente mi mano apretó el brazo de mi rescatador. Él carraspeó.
- No creo que ahí estén sus costillas.
- Sabes que la anatomía no es lo mío, Darky -replicó, pero subió las manos antes de guiñarme un ojo. Darky resopló y apartó la mirada-. Puede que esto te duela un poco, preciosa.
¿Un poco? ¡¿Un poco?! Tuve que morderme la lengua con todas mis fuerzas para no gritar. Definitivamente Goldy no me gustaba. Nada de nada.
Darky tiró de mí en el momento en el que Goldy acabó. Con un brazo me inmovilizó y con el otro tapó mi boca. Todo intento de gritar o escapar fue en vano. Darky era un villano, mil veces más fuerte que el cabrón que había intentado violarme minutos antes. Iba a morir esa noche. Y mi único consuelo sería saber que El Mito era real.
- Ahora dame lo que quiero o ella morirá.
- ¿Me has hecho gastar energía para luego matarla? Eso es caer bajo, Darky.
- No tengo porqué matarla, todo depende de ti -su agarre se aflojó al decir aquellas palabras.
Yo miré al superhéroe de mallas doradas y no, no le supliqué que me salvara, le asesiné lentamente, asegurándome de que mi muerte cayera sobre su estúpida conciencia. El bueno nunca dejaba que los inocentes murieran y tampoco le daba lo que quería al villano, siempre se le ocurría otro plan magnífico para salvar el día. Mi amigo dorado no parecía esa clase de bueno, en absoluto. Y mi amigo de negro me había traicionado. Las lágrimas volvieron a correr por mis mejillas.
- Esa chica no significa nada para mí. Ni en broma voy a darte el Carsk por ella así que su muerte caerá sobre tu conciencia. Más a tener que pelear para conseguirlo con ella muerta o no.
- No me eches el muerto, pequeñajo. Tú puedes salvarla, es tu decisión.
- Y mi respuesta es no.
Respiré hondo y cerré los ojos. Noté como el agarre de Darky -estúpido traidor- se volvía más fuerte a mi alrededor. Se mano cubrió también mi nariz y pronto comencé a respirar una bruma negra que invadió todos mis pulmones. Mi cuerpo se quedó quieto de inmediato, anestesiado por el humo cada vez más espeso. ¡Me estaba muriendo! Y ni siquiera había comenzado a vivir mi vida.

"Tranquila, no vas a morir por este idiota" eso fue lo último que escuché -en mi cabeza- antes de que la negrura me llevara.




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