Vaho

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Justo aquí, frente a la ventana y con el vaho que hace mi respiración y mi boca al echar pequeños suspiros, me encuentro haciendo una de mis cosas favoritas: imaginar otras vidas que no me pertenecen. Los sentimientos específicos recorren mis venas, erizando mi piel y dibujando pequeños caminitos que se extienden limitadamente y chocan contra una extraña pared o simplemente se quedan encerrados como dentro de una bombilla. No es que se tenga autenticidad en estos sucesos, simplemente son fantasías, medianamente fantasías. Activan este artificio, encienden y se apagan, y luego no puedo dejar de entregarme a aquellos pequeños cúmulos de recuerdos olvidados, sepultados y fracturados que esperaban descifrarse algún día y que he hecho a partir de un extraño don y tortura. Soy alojadora de almas, me digo, o tal vez demasiada tonta, añado.

Una vez leí que el cerebro no diferencia de entre lo que se piensa y de lo que se hace corpóreamente, ejemplificaba a los sujetos que habían incrementado su musculatura con sólo imaginarse haciendo ejercicio pero con la concentración máxima de esa tarea, es decir, no verse a sí mismos haciendo tal cosa, sino estar dentro de sus propios ojos, proyectándose en el ambiente; sintiendo con cada fibra de su cuerpo el cargar las pesas, cómo sube la calentura, el sudor chorreando, articular mentalmente y perfectamente cada movimiento. Al terminar de leer aquel artículo lo tiré por allí sin antes sentirme superior a lo que alegaba pues con la mayor sinceridad sentía que nadie más podría llegar hasta mi punto de concentración y proyección desde que me alojé en este mundo.

Es así como también soy parte del sueño real, he deseado, he sentido el dolor de la pérdida, los más ruines sentimientos, he usado personas tanto para fornicar como para sentirme mejor conmigo misma, he puesto palabras en sus bocas que no existen para sentir el hormigueo del amor. Sin embargo son los peores sentimientos los que controlo más fuertemente en mis manos y los otros, los más bondadosos, apenas aparecen, llegan a su culmen y se esfuman enseguida. Cuando me siento mal hago que me desprecien y me escupan, y me hagan sentir el vacío más grande mezclado de adrenalina, euforia y excitación aflorando en mi rostro sonrisas que podrían espantar a cualquiera pero que me permiten respirar de nuevo y me dan perspectiva de la frialdad humana hasta abrazarla y cuidarla.

Hay sucesos que llegan como tormentas, arrasan con todo y luego se van, sin antes esperar a ponerle nombres a aquella obra de teatro efectuada por los personajes que elijo y midiendo sus acciones. Quien sea que lea esto podrá decirme que es normal fantasear de vez en cuando con algunas cosas, claro, normal. Como cuando se ve a una chica guapa y se le quiere abordar pero la inseguridad está muy por encima, se crea mentalmente la línea perfecta, ella te corresponde o incluso es quien se acerca a ti, te imaginas mucho más atractivo en aquel escenario mental y después terminan tirados en cualquier sitio, en su auto, en su casa, afuera de un bar. Se siguen frecuentando sólo para encuentros casuales, te das cuenta de que es tan frágil en tu imaginación y juegas con sus sentimientos, te acuestas con su compañera de cuarto pero es en realidad la primera chica a quien quieres, de quien te enamoras, y luego un evento desastroso termina con todo o viven felizmente sin proseguir en aquella historia. A veces simplemente son encuentros tan tímidos: la esperas a que pase por su café de diario, te percatas de que leen los mismos libros pero no eres tan audaz para acercarte a ella, simplemente el observarla en dos distintas situaciones es disfrutable para la imaginación.

En fin, lo que quiero decir es que para mí no es así, realmente me encuentro allí, realmente vivo aquello y realmente lo vivo pero sin exponerme en sus juicios y vidas. Soy quien deseo y vivo lo deseado.

Hoy me encontraba detrás de la ventana grande de mi taller de pintura, estaba lloviendo y se acercaba una fuerte tormenta. Tenía ponche en mis manos, cerraba los ojos y mantenía abiertas las puertas de mi laberinto mental. Suspiraba, inhalaba profundamente comprobando que el aire tuviera cabida perfecta dentro de mí sólo hasta prepararme a abrir nuevamente los ojos sin mirar un punto fijo. Cuando no me encontraba aquí, iba a un parque a unas cuadras, bastante deteriorado y que sólo servía de paso para unas pocas personas que vivían en los departamentos de al lado. En aquel parque me refugio detrás de una pequeña protuberancia del terreno ocultando una cueva con varias salidas de luz que proyectaban figuras hermosas a lo largo del día. Me tiro justo en el centro y a la salida de la cueva se ven las ramas de un gran árbol, siempre me ha dado la impresión de que alguna vez fui un árbol, grande, frágil, con ramas que se extienden como queriendo tocar el cielo.

Me puse a recordar una de mis historias anteriores y que concluí hacia muchos meses pero que irracionalmente me dejaba un hueco en el estómago. Temblaba y sudaba frío cuando quería revivir algunos sucesos pero no me podía entregar con plenitud a los auténticos sentimientos que viví. Sin duda, me obsesioné, y fríamente salí a flote junto a la promesa que me guardé de no extender los eventos por más de tres meses. Me daba la impresión que terminaba hasta el tope de lodo y que luego debía de limpiarme cada centímetro del cuerpo para volver a iniciar en otro sitio. Al tener estos episodios nerviosos de no poder llenarme de flashbacks, decidí ignorarlos a pesar del mal sabor de boca pero no podía hacer más... ¿Platicarlo con mi psiquiatra? ¡Tal vez en otro planeta! Al pensar esto me llegó una tristeza enorme... No tenía a nadie auténtico en mi vida, era tan solitaria, tan volátil y tonta. Antes había tenido obsesiones, problemas, vicios, pero ni uno sólo como este. Antes era normal, tenía amigos, una familia e incluso estaba enamorada sin prever lo que sucedería. Le daba una chispa extraña, algo por lo que vivir, la incertidumbre me parecía agotadora pero ahora la veía más que sublime.


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