Segunda Parte: Capítulo 5: Los ángeles vengadores.

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Durante toda la noche trazaron su camino a través de desfiladeros intrincados y de senderos irregulares sembrados de rocas. Varias veces perdieron el rumbo y otras tantas el íntimo conocimiento que Hope tenía de las montañas les permitió recuperarlo. Al rayar el alba, un escenario de maravillosa aunque belleza se ofreció a sus ojos.

Cerrando el contorno todo del espacio se elevaban los altos picos coronados de nieve, cabalgados los unos sobre los otros en actitud de vigías que el horizonte. Tan empinadas eran las vertientes rocosas a entrambos lados, que los pinos y parecían estar suspendidos encima de sus cabezas, como a la espera de un soplo de aire para caer con violencia sobre los viajeros.

Y no era la sensación meramente ilusoria, pues se hallaba aquella pelada salpicada en toda su extensión por y árboles que hasta allí habían llegado de semejante manera. Justo a su paso, una gran roca se de lo alto con un estrépito sordo, que despertó ecos en las cañadas silenciosas, e imprimió a los caballos un galope alocado.

Conforme el sol se levantaba lentamente sobre la línea de oriente, las cimas de las grandes montañas fueron encendiéndose una tras otra, al igual que los faroles de una , hasta quedar todas y . El espectáculo magnífico alegró los corazones de los tres fugitivos y les infundió nuevos ánimos. Detuvieron la marcha junto a un torrente que con surgía de un barranco y a los caballos mientras daban rápida cuenta de su desayuno. Lucy y su padre habrían prolongado con gusto ese tiempo de tregua, pero Jefferson Hope se mostró inflexible.

—Ya estarán sobre nuestra pista—dijo—. Todo depende de nuestra velocidad. Una vez salvos en Carson podremos descansar el resto de nuestras vidas.

Durante el día entero se abrieron camino a través de los desfiladeros, habiéndose distanciado al atardecer, según sus cálculos, más de treinta millas de sus enemigos. Por la noche establecieron el campamento al pie de un risco saledizo, medianamente protegido por las rocas del viento , y allí, apretados para darse calor, disfrutaron de unas pocas horas de sueño. Antes de romper el día, sin embargo, ya estaban en pie, prosiguiendo el viaje. No habían echado de ver señal alguna de sus perseguidores, y Jefferson Hope comenzó a pensar que se hallaban acaso fuera del alcance de la terrible organización en cuya enemistad habían incurrido. Ignoraba aún cuán lejos podía llegar su garra de hierro, y qué presta estaba ésta a abatirse sobre ellos y aplastarlos.

Hacia la mitad del segundo día de fuga, su escaso lote de provisiones comenzó a agotarse. No inquietó ello, sin embargo, en demasía al cazador, pues abundaban las piezas por aquellos parajes, y no una, sino muchas veces, se había visto en la precisión de recurrir a su rifle para satisfacer las necesidades elementales de la vida. Tras elegir un rincón abrigado, juntó unas cuantas ramas secas y produjo una brillante hoguera, en la que pudieran encontrar algún confortamiento sus amigos; se encontraban a casi cinco mil pies de altura, y el aire era helado y cortante.

Después de atar los caballos y despedirse de Lucy, se echó el rifle sobre la espalda y salió en busca de lo que la suerte quisiera dispensarle. Volviendo la cabeza atrás vio al anciano y a la joven acurrucados junto al brillante fuego, con las tres caballerías recortándose inmóviles sobre el fondo. A continuación, las rocas se interpusieron entre el grupo y su mirada.

Caminó un par de millas de un barranco a otro sin mayor éxito, aunque, por las marcas en las cortezas de los árboles, y otros indicios, la presencia de numerosos osos en la zona. Al fin, tras dos o tres horas de búsqueda infructuosa, y cuando desanimado se disponía a dar marcha atrás, vio, echando la vista a lo alto, un espectáculo que le hizo estremecer de alegría.

En el borde de una roca voladiza, a trescientos o cuatrocientos pies sobre su cabeza, afirmaba sobre el suelo las pezuñas una criatura de apariencia vagamente semejante a la de una cabra, aunque armada de un par de descomunales cuernos. El gran astado —portal se le conocería probablemente— era guarda o vigía de un rebaño invisible al cazador; mas por fortuna estaba mirando en dirección opuesta a éste y no había advertido su presencia.

Estudio en Escarlata,  Sherlock Homes de Arthur Conan DoyleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora