Solía vestir con la
sombra de la luna
y su cuerpo encerraba
cada día libertad
y piel desnuda.
Podía ver la Vía Láctea
en su clavícula
con cada latido.
Y yo no hacía más
que sentirme ridícula
cuando sonreías con esa manera tan tuya,
tan difícil de olvidar.
Cómo dejar que me destruyas
y cómo no dejarme destruir,
en la balanza
se alternan cada
tarde.
Pero como una tonta
acabo siempre en la
ironía de rozarte
-otra
o
por
última
vez.-