"Voces"

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Sabrina entonces recordó el instante en que se vieron por primera vez y aquél nombre retumbó en su cabeza como los golpes pendulares de las campanas molestas de una iglesia. -Mejor no. Ya me he acostumbrado a este nombre y me gusta-. Catalina asintió entornando los ojos mientras su sonrisa se desvanecía de su rostro. Tomó una gran bocanada de aire y se dispuso a mostrarle a la joven la habitación de huéspedes donde dormiría. Sabrina entró y de inmediato abrazó a Catalina con ternura susurrando a su oído: "gracias". Catalina fue a terminar su noche en su habitación mientras fantasmas sin forma acosaban su sueño.
Al levantarse, notó que había ruido venir de la cocina. Entonces, rápidamente se colocó una bata de seda para cubrir su desnudo cuerpo y salió a la cocina. Se sorprendió al ver a Sabrina parada delante de la estufa cocinando unos huevos en una sartén. -Buen día- dijo Catalina parada detrás de ella. Sabrina volteó a verla y con una sonrisa, la saludó. -Pensé en agradecerte de alguna manera tu hospitalidad, así que te hice el desayuno, espero que te guste- le dijo mientras servía el contenido de la sartén en un plato ubicado encima de la mesa que estaba frente a Catalina. Ella sintió de repente un candor en su pecho que jamás había sentido y se sentó a comer. Luego explicó a Sabrina que debía irse al trabajo y le dio órdenes explícitas de no abrir la puerta a nadie y que bajo ningún concepto saliera de la casa. Sabrina aceptó las órdenes sin protestar. Catalina se dio un baño luego y se vistió para ir al trabajo, dejando a Sabrina encerrada en su casa. Al llegar, todo estaba como de costumbre, susurros que se detenían a su paso, interrogantes en los rostros que la miraban y desafíos a la hora de tomar decisiones empresariales. Al salir de la sala de reuniones, se introdujo en su oficina y vio con asombro y desagrado una nota colocada encima de su escritorio. La agarró como quien presiente un mal augurio y se sentó sobre su silla con el papel en la mano. Se centró en las letras de aquella nota misteriosa delante de ella que decía: "Sé que solitaria y vacía te sientes, pero si supieras lo patética que te ves, deseando que sea Andrea, la matarías hoy mismo". Sin firma.
Catalina se recostó en el espaldar de su asiento y guardó la nota en su bolso. Aquellas palabras rondaron en su cabeza durante el resto de su jornada laboral, no podía concentrarse. Se sentía perseguida por aquél maniático que ahora se decidió por torturarla con notas. "Yo soy tu papá..." Recordó de golpe aquellas palabras mientras conducía hasta su casa y hubo en ese momento una mezcolanza de sensaciones en su pecho. Lo más lógico era asesinar al hombre de la cabaña y así se acabarían sus tormentos. "Hogar Sarmiento", era su apellido. Ese sujeto en aquella cabaña tenía las respuestas sobre una infancia que no recordaba. Si lo mataba, ya no le quedaría nada.
<<Pero ¿cómo rayos sabe cada uno de mis pasos?>> Ese sujeto sin duda sabía cómo meterse en su mente y manipular sus sentimientos. Definitivamente se trataba de alguien que conocía su pasado, ese que ella misma no recordaba. La cabeza le dolió.
Catalina llegó a su casa y como de costumbre, al bajarse del auto, Sisco era el primero en recibirla. Ella lo cargó con ternura y entró en la casa. -¿Hola?- Exclamó al entrar y se dirigió a la habitación de huéspedes. Tocó la puerta y gritó: -Sabrina ya llegué- ella abrió la puerta. Catalina sintió cierto alivio al verla. La besó en los labios y luego le dijo: -vístete, iremos de compras. Sabrina asintió y fue a vestirse con alegría. Catalina hizo lo propio desde su habitación. Fueron a la ciudad, visitaron centros comerciales que deslumbraban a Sabrina. Compraron ropa y zapatos para ella y luego al caer la noche, fueron a un restaurante.

-Siento que no merezco tanta atención de tu parte, Catalina. Yo no tengo como pagarle-dijo Sabrina mientras admiraba aquél lugar. Era uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad, tenía un área al aire libre desde donde se dibujaban esteras brillantes de las luces que alumbraban la ciudad, el piso era de madera y en los bordes de los barandales que rodeaban el sitio había preciosos y tupidos arbustos adornados con luces que le daban un tinte romántico a las mesas ubicadas justo al lado de ellos. -Ya me has dado más de lo que necesito, tan sólo con estar viva- le respondió Catalina con voz tenue y cálida. Sabrina se ruborizó y se quedó sin habla. <<¿Por qué ella es así conmigo? >> Se preguntaba a sí misma mientras observaba la copa delante de ella. Catalina le sonreía admirando su nerviosismo. Terminaron la comida y fueron a la casa. Catalina al bajar del auto le pidió a su acompañante que ayudara con las bolsas. Ella asintió sonriente y sacó la mercancía. Se dirigió a la puerta y dejó escapar un grito espeluznante tal, que hizo que el corazón de Catalina palpitara tan fuerte como el golpe de un ruidoso disparo al aire.
Entonces, a paso lento se acercó a donde estaba Sabrina y el retumbar en su pecho se hacía más y más insoportable con cada paso que daba hasta detenerse de manera tajante al ver al piso de la entrada.

CatalinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora