capítulo 5

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La gente iba entrando de uno en uno a la sala. Salían extrañados y después se juntaban con sus amigos y les contaban todo. No conseguí escuchar nada de aquellas conversaciones hasta que nombraron a mi amigo. Me miró nervioso antes de que la puerta se cerrara tras él. Me nombraron como siguiente en pasar y mis nervios aumentaron. El tiempo transcurría más despacio de lo habitual. Después de lo que parecieron horas, Ed salió dejándome paso acercándose a mi oído.

—Las preguntas son sencillas y me atrevería a decir estúpidas. No estés nerviosa. Contesta solo con monosílabos. No des muchas explicaciones y no te resistas al responder. Solo harás que perder tiempo y creo que la clave es eso.

Asentí sin que la sensación de angustia refugiada en mi interior se fuese. Entré a la sala, oscura casi completamente y muy grande con un escritorio con una silla libre iluminados en el centro. Parecía una sala de interrogatorios. El mismo hombre que había hablado minutos antes me estaba mirando fijamente, sentado al otro lado de la mesa, obligándome a tomar asiento en silla restante. Una vez ahí, el señor sacudió un montón de papeles y leyó la primera hoja.

—Christine ¿verdad? —asentí—. Genial. Empecemos esta prueba. Debo informar que si te resistes a responder algo va a ser tu problema. Las repercusiones de tus actos caerán sobre ti, para que no te creas que si no respondes a nada te irás como si no pasara nada. En fin... Vamos a empezar hablando un poco sobre ti. Dime, ¿cuántos años tienes?

—Dieciséis.

—Perfecto. —rebuscó entre las hojas hasta que al final sacó un papel en concreto. Lo miró un momento antes de lanzarme la segunda pregunta— ¿Con quién vivías en casa?

—Mis padres y mi hermano...—respomdí recordando las palabras de Ed. No expandirme demasiado y no dar información de más.

—Perfecto... ¿Ya has hecho algún amigo aquí?

¿Y para que querían saber eso? ¿Para torturarlos si hacía algo mal? ¿Para usarlos en mi contra? ¿Y si mentía? Decidí no hacerlo. Me pillarían enseguida. Sin embargo no iba a decir quiénes.

— ¿Y bien? —inquirió impaciente.

—Sí.

—Genial. —volvió a echar otra ojeada al papel mientras anotaba algo en otra hoja. Rebuscó de nuevo algo y sacó un par de folios con manchas negras. Los típicos que enseñaban en algunos casos los psicólogos. Me mostró uno, con manchas esparcidas por el papel— ¿Qué ves?

Vacilé antes de contestar.

—Un perro.

—Y ¿Qué palabra te viene a la mente si te digo perro?

—Cariño...—realmente esas preguntas eran muy extrañas. No les servía de nada saber que me hacía sentir un perro.

Sacó otra hoja, cubierta completamente de tinta negra

—¿Y ahora qué ves?

—Oscuridad. —no se me ocurrió nada más para decir. Para mí, el negro simbolizaba oscuridad.

—Perfecto, y si te digo oscuridad, ¿qué palabra te viene a la mente en primer lugar?

—Yo que se. —su mirada severa hizo que corrigiera con más cortesía— Miedo, supongo — aquella palabra salió de mis labios sin haberme dado tiempo de analizarla. Me cubrí la boca con las manos rápidamente deseando que el señor no se hubiese enterado de mi miedo por culpa de mi imprudencia.

—Tranquila Christine, no vamos a usar esta información en vuestra contra nunca. Sería demasiado cruel por nuestra parte. —me tranquilicé. Me sorprendió la velocidad en la que lo hice. Fue extraño—. ¿Continuamos?

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