El niño que nunca lloro.

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Hay mucha gente ese día. Gran cantidad de personas van y vienen.

Aquella mujer, a pesar de su nerviosismo, no sobresale de la multitud.

Sostiene un bebé dormido de pocos días de nacido en sus brazos.

La mujer parece cansada y se altera por cualquier cosa.

Cuando llega al aeropuerto se da cuenta que su vuelo se ha retrasado. La mujer va de aquí para allá con desesperación, pero por suerte su bebé no se da cuenta, sigue durmiendo plácidamente.

Los minutos pasan como si fueran horas. La mujer no está del todo consciente de su alrededor, y tropieza con un guardia de seguridad. Es un golpe fuerte, pero el bebé sigue durmiendo como si nada. La mujer trata de mantener la calma, pero a leguas se nota su intranquilidad.

"¿Está bien, señora?" Pregunta el oficial.

La mujer, titubeando, responde que sí. Y se aleja velozmente.

Ella se sienta a esperar a que salga su vuelo. Una mujer a su lado intenta sacarle conversación. Ella se limita a contestar con pocas palabras.

"Su niño debe estar muy cansado... ¡A dormido todo este rato sin siquiera arrugar los ojos!"

Ella contesta con una leve y cansada sonrisa.

Al fin anuncian que su vuelo está por despegar. Ella se levanta apresurada y se dirige a su respectiva plataforma velozmente, casi corriendo.

Uno de los guardias asignados a ese andén era el mismo con el cual se había tropezado antes. Cuando a la mujer le toca pasar, el guardia, después de revisar sus cosas, le pregunta por su bebé. Ella responde nerviosamente que está bien.

"¿Puedo verlo un momento? No nos gustaría que su bebé viajara estando enfermo ¿no lo cree?"

Pero la mujer insistía en que su niño estaba completamente bien.

"Por favor, solo será un momento. No le haré daño"

La mujer quedó pensativa unos instantes.

De pronto ella le lanza el bebé al guardia y sale corriendo. Y aunque el oficial trató de atajar al pequeño con cuidado, por culpa de los trapos que lo cubrían, lo terminó atrapando por la pequeña cabeza. Pero el bebé no lloró ni una sola vez.

Las mantas cayeron al suelo, dejando desnuda a la criatura, la cual tenía una tosca costura desde su entrepierna hasta casi llegar a su pequeño cuello.

Pocos segundos sostuvo el oficial al niño, pero estos bastaron para que su cuello cediera ante el tremendo peso que su cuerpo representaba. No hubo sangre cuando se desprendió, solo pequeñas bolsas de látex rellenas de drogas.

Y aunque el niño nunca lloró, hubo muchas personas que lloraron en su lugar.


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