I

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La llegada a casa no fue como esperaba. Vale, que cayera sobre mi una lluvia interminable de recuerdos era mucho pedir, ¿pero ni uno?. Estaba decepcionada. La casa en sí era bonita, estaba en un buen vecindario lleno de personas que al verme exclamaban "¡Helen, me alegro de verte!" y yo de forma sistemática, como un robot, respondía "Yo también me alegro de volver". Sin embargo, ¿Realmente me alegraba de volver? ¿Volver a un mundo que no comprendo, lleno de extraños eufóricos por verme y donde me siento vacía? Por un momento echo de menos estar en coma. Dormida, sin saber nada de lo que hay alrededor, tranquila. Como cuando un bebé está en el vientre de su madre, antes de nacer: todo parece idílico, no hay nada que lo perturbe, y después sale obligado, sin que nadie le pregunte si quiere abandonar ese estado de confort, para meterlo en un mundo que desconoce, lleno de peligros, de problemas y de males. Supongo que soy egoísta.
Al llegar a mi habitación me di cuenta de que tengo una extraña obsesión con el espacio. Imágenes de galaxias y de constelaciones cubren las paredes, e incluso tengo un diploma que certifica mi posesión de una estrella. Anna apareció por el umbral de mi puerta y me estuvo observando hasta que yo me percaté de su presencia:

-Te encantaba el espacio. Pasabas horas buscando información e imágenes sobre cualquier noticia que hubiera sobre la existencia de otros planetas o galaxias. Siempre bromeabas con que debía haber vida en otro planeta, ya que según tú: "el ser humano no puede ser la especie más inteligente". Estabas en un club de ciencias...

- ¿Club de ciencias? ¿y voy a volver?

- Sólo si tu quieres. ¿Sientes que te interesa?

- No lo sé. No sé nada, y es muy frustrante. - Me fijé en el diploma, y proseguí -¿Me compré una estrella?

-Fue un regalo por tus 16.

-¿Quién me lo regaló?

Se quedó callada. Había tanta tensión en el ambiente que podría haberse cortado con unas tijeras. ¿Por qué no me iba a querer responder? Decidí quitarle hierro al asunto:

- Bueno, necesito tomar un poco el aire. Me voy a dar un paseo y así saco a Gideon, ¿vale mamá?

- Llevate tu movil, lo he guardado todo este tiempo. No quiero que estes incomunicada, y si te pierdes, llámame.

Bajé a la cocina y fui a por Gideon. Es un perro precioso, negro entero, lleno de vitalidad. Salí de casa y encendí el movil para ver si tenía a mi madre guardada en contactos. Y era el único que tenía. Que raro, ¿por qué iba a borrarme todos los contactos?

Comienzo a caminar. Camino, camino y sigo caminando. Poco a poco empiezo a alejarme inconscientemente de mi barrio. Estoy tan metida en mis pensamientos, en tantas preguntas sin respuesta, que no me doy cuenta de que acabo en la otra punta de la ciudad. Me fijo en un cartel: "Lesband Street". Me suena familiar, pero soy incapaz de recordar por qué. Está empezando a oscurecer, así que mejor llamo a Anna para que venga a por mí. Marco su número:

- ¿Helen? ¿Estás bien?

- Sí mamá, tranquila, pero me he alejado un poco, ¿puedes venir a por mí?

- ¿Dónde estás?

- Lesband Street.

- ¿Lesband Street? ¿Qué haces allí? ¿Cómo has llegado? ¿Has recordado algo?

-No, simplemente he llegado aquí. ¿Sucede algo mamá?

- Tranquila mi niña, voy para allá.

Cuando llega, está igual de seria que como la dejé en mi habitación. La vuelta a casa es incómoda, y ninguna de las dos habla. Cuando llegamos, me despido de ella y me voy a la cama. Al fin y al cabo, mañana madrugo, el instituto me espera. Allá voy.

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