XIX

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Toco con nostalgia la pequeña cabeza del perro que está jugueteando con mi pie, y su simpatía me reconforta. Después de que babee toda mi mano, me despido de él con una amigable caricia y salgo de aquel lugar.

Mientras lo hago, no puedo evitar fijarme en un joven que está sentado en un banco leyendo un periódico. Lleva un impoluto traje seguramente debido a un aburrido trabajo de oficina y, pese a estar nublado, unas grandes gafas de sol negras tapan su cara. Está observándome, por lo que supongo que me conocerá de algo, pero hago caso omiso a su mirada y me voy del parque resignada. Inspecciono el mapa y elijo mi próximo destino: el apartamento de Lesband Street.

Allí murió Leia, y es donde encontraré las respuestas a todas mis preguntas.

Tardo mas de lo que me gustaría en llegar, pero al hacerlo y ver
el edificio, un nerviosismo inexplicable brota en mi cuerpo. Todavía puedo recordar la primera vez que vine aquí tras despertar, claro que entonces no conocía la magnitud de este lugar.

Cuando me dispongo a entrar, veo dentro de un coche apartado unos metros más allá al mismo hombre del parque. ¿Y si es él el asesino y quiere acabar conmigo para que no le delate? Esa idea late en mi mente durante unos segundos, hasta que le veo bajarse del coche, recoger unas cuantas bolsas del maletero y meterse en un edificio ajeno a mi destino. Me río de mi misma, entro en el edificio y subo en el ascensor. Nada más hacerlo, me siento estúpida; ¿cómo voy a saber qué planta es?

Me quedo parada allí, de pie, durante unos minutos. Intento pensar una manera de saber dónde es, pero nada. Por ello, cierro los ojos y respiro hondo; intento buscar en mi mente algún recuerdo, alguno de las veces que vine a este edificio con Leia. Toco la pared del ascensor y en mi mente se suceden las imágenes, y en todas tocaba el mismo botón para acceder al apartamento... pero no logro ver con claridad cuál es.

Mis dedos recorren los botones, juguetean rozando los bordes de éstos, indecisos. Finalmente, tomando fuerzas de la nada, pulso con determinación. Tras un amenazante ruido, el aparato se pone en marcha y con un leve traqueteo asciende, hasta que me lleva a mi destino: la cuarta planta.

Las puertas se abren y ante mí se dispone un largo pasillo color pistacho. A ambos lados de éste se hallan sucesivas puertas, y ahora necesito saber cuál es la indicada. Voy pasando de una a una, hasta acabar en el fondo del pasillo, donde un gran ventanal muestra las vistas desde aquí.

Maldigo en voz baja; esto está condenadamente alto. Me llama la atención la ventana, ya que, a diferencia del resto del edificio, tiene un aspecto moderadamente nuevo. Al menos no parece que se vaya a caer si el lobo sopla fuerte.

Mi móvil suena desde mi bolsillo trasero, y al desbloquearlo una gran imagen de Eric asoma en mi pantalla. Me está llamando, pero yo no puedo hablar con él ahora. En este preciso instante, la única persona a la que necesito oír es a mí misma.

Hago el camino inverso, volviendo sobre mis pasos, y ésta vez voy fijándome en cada una de las puertas. Van desde la letra 'A' a la 'I'. Al detenerme frente la puerta 'H' una estúpida idea ronda mi mente. ¿Y si Leia optó por el apartamento con mi inicial?

Seré egocéntrica, ¿cómo iba a hacer eso? No todo en el mundo ronda alrededor mía. Sigo caminando por el pasillo pero por más que quiera no logro sacarme esa idea de la cabeza. Por ello, dejando que la rabia fruto del sentimiento de estupidez se apodere de mi, me vuelvo a dirigir a ella y, esta vez, llamo a la puerta.

Son tres los toques dados, y ninguno halla respuesta al otro lado.

Observo con detenimiento la gran letra de madera que cubre la puerta. Parece irónico, pero recuerdo ciertas cosas de mi pasado que a primera vista pueden resultar inocuas: mi abuelo me dijo una vez que un artesano siempre vertía sus sentimientos al tallar una pieza de madera. Mientras la moldea, deja pedacitos de pasión, rencor, ira, tristeza... Eso sería antes de la revolución industrial, le contesté. Hoy en día de las fábricas sólo sale una indecente cantidad de piezas cuya superficie refleja únicamente la inhumanidad de sus creadores.

Me he quedado tan embelesada mirando la enorme 'H' y pensando en mi abuelo que ni siquiera me he dado cuenta de la pequeña pieza metálica que brilla en lo alto de la puerta, encima del borde. La recojo y veo con alivio de que se trata de una llave, probablemente correspondiente a la cerradura que tengo delante de mis narices.

Meto la llave, la giro y se abre, tanto el apartamento, como mi mente. Mientras los rayos de sol llegan a mí desde una ventana del interior cegándome, en mi cabeza nacen los recuerdos. Todos los recuerdos. Irrumpen con fuerza y vivacidad, alegres de volver, de amueblar por fin ese espacio que ha estado tanto tiempo afligido, vacío, ansío de memorias. Por fin he conseguido quitarme esta venda de los ojos llamada amnesia, por primera vez desde hace mucho tiempo veo todo con claridad, he conseguido liberarme de las cadenas del olvido.

Y recuerdo. Recuerdo cada instante de mi vida, con todos y cada uno de los dolorosos detalles. Ya nadie podrá hablarme de mi vida, ahora, la historia la cuento yo.

Amnesia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora