El Este.

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El señor Josh siempre le contaba ese cuento a la pequeña Lea, y Annie siempre acababa escuchándolo, haciéndose millones de preguntas acerca de cómo se crearon los cinco reinos.

Preguntas que le perseguían a todas horas.

¿Qué hubiera pasado si en vez de un niño, habría nacido una niña? ¿La hubieran dejado reinar? ¿Donde están los amuletos? Y los reyes ¿Cómo se llamaban todos esos reyes?

Y la que más tiempo le perseguía: ¿era real esa historia? ¿O tan solo era un cuento?

Fuera lo que fuera, todo el mundo sabía esa historia, y la mayoría se lo creían.

Después de contarle la historia a Lea, esta salió corriendo diciendo que encontraría los amuletos y sería dueña de un dragón, luego el señor Josh, se levantó del banco y entraba dentro, en busca de como él solía decir: la mujer perfecta. Que siempre solía ser Mila, en ocasiones Jina, y según Tom dice, la propia madre de Annie.

Por suerte estaba Tom, amigo íntimo de su madre, y dueño del burdel.

Tom, además de ser un hombre de negocios, era un as con la espada y el arco, y todos sus conocimientos se los enseñó a Annie, y ella, en algún momento, se los enseñaría a Lea, su hija.

Ser madre tan joven como ella lo era, no era algo raro en aquellos entonces, su madre también le tuvo a ella con la misma edad, año arriba año abajo, y la mayoría de mujeres del burdel también. Y todas de la misma forma, un cliente desconocido.

Un padre desconocido.

O bueno, en ocasiones no todas, simplemente preferían callárselo por su seguridad y la de la criatura, e incluso por la reputación de padre.

Era la forma de ganarse la vida de Annie, pese a que no le gustase, Tom se lo comparaba con la lucha, ambas cosas las hacía desde pequeña, y ambas las hacia mejor que bien.

Lo último siempre lo decía entre risas, pues sabía que no era un tema del que a Annie le gustase hablar.

Lea tenía unos bonitos ojos esmeralda, que sacó de su padre, ya que los suyos eran de un hermoso azul.

El pelo también era de su padre, rojizo, o naranja, color a definir, el de Annie era del Este, marrón como las hojas que en otoño el viento se lleva, de todas formas e rea color de los del este, no es el marrón, es el rojo.

Pero tenía la cara de su madre, alargada, de cutis perfecto, mejillas rojas, finos labios, y las bonitas pecas que caían por debajo de sus ojos como lagrimas.

Annie poseía la belleza de su madre, y el carácter, la inteligencia y los ojos, de un hombre del Norte, según su madre le contaba.

Pero Lea, Lea era la niña más guapa jamás vista. Tenía cinco años recién cumplidos, y su clara tez que le resaltaba con su pelo y sus ojos le hacía brillar.

Un brillo que tenía también en su interior.

Tom le ofreció, que con tanta belleza podría empezar a trabajar ya, Annie se negó rotundamente, ¡tan solo tenía cinco años! Tom le decía que ella empezó con nueve, que no había tanta diferencia. Pero Annie no quería que su hija acabara trabajando en un sitio como aquel.

Al fin y al cabo era su hogar, y lo quería sí, pero su hija se merecía algo mejor, y en cuanto recaudase el dinero que le faltaba, partirían hacia el centro por el espeso mar Azul.

- ¿por qué se llama mar azul, abuela?- preguntaba Lea siempre a su abuela.

- porque el agua es azul.- contestó ella.

Estaciones, reinos, amor y dragones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora